Desde Bruselas con temor

Aunque el nivel de alerta bajó, los lugares públicos siguen cerrados y los ciudadanos se quedaron con el miedo a un “ataque inminente”. Inmigrantes colombianos nos cuentan su experiencia en medio de la intensa vigilancia militar.

Juan David Torres Duarte
28 de noviembre de 2015 - 09:10 p. m.

El estado de urgencia en Bruselas, decretado a causa de una posibilidad “seria e inminente” —como la calificó el gobierno belga— de un golpe terrorista, ha creado postales del miedo más propias de una ciudad en sitio que de una antigua y segura capital europea. En las puertas de los jardines, con la ayuda de los profesores, los soldados verifican la identidad de los padres de los niños; en las universidades, con más rigor que antaño, los vigilantes piden las tarjetas de identificación, y algunas instituciones han prohibido el uso de bolsos grandes, donde, en un caso hipotético, cabrían una bomba o un paquete de municiones y armas; los conductores de buses se niegan a prestar su servicio por temor a que suceda un atentado dentro del vehículo. Si bien el nivel de alerta se redujo de tres a cuatro esta semana, los militares continúan los patrullajes en calles y plazas y los ciudadanos, aunque no tienen otra opción que seguir con sus vidas, heredaron el miedo de aquella amenaza “inminente”.

Desde los atentados del 13 de noviembre en París, las autoridades belgas han puesto los ojos sobre sus barriadas, porque de una de ellas, Molenbeek, un distrito regido sobre todo por la pobreza y la exclusión, venía la mayoría de los ejecutores de los tiroteos: según las fuerzas de seguridad francesas, en sus calles se planearon los atentados, y más de un tercio de los 150 belgas que han viajado a Siria (la tierra proclamada por el Estado Islámico como parte de su califato) pertenecen a esa región.

De modo que la decisión oficial, hace una semana, fue cerrar los lugares públicos: en breve, las calles de Bruselas se vaciaron, los comercios clausuraron y los centros comerciales devinieron en tierras ahuecadas. En las plazas se veían sólo turistas que se fotografiaban junto a los tanques y patrullas y que parecían sentirse afortunados de atestiguar la extraordinaria noticia de que una ciudad europea, donde siempre había existido una cierta confianza en el bienestar público, estaba cercada por el temor y la inseguridad. “Las personas mostraron comportamientos de ansiedad, algunos jóvenes evitaban sentarse cerca de las ventanas de los bares o asistir a eventos populares”, dice Alejandra Mejía Cardona, periodista independiente residente en Bruselas. “En los medios de transporte, los pasajeros se miraban los unos a los otros en silencio, con ojos inquisidores. Nos sentíamos de luto y, de alguna manera, traumatizados”. El servicio de metro fue cerrado (a mitad de la semana algunas estaciones abrieron sus servicios) y, a causa de esta carencia, muchos trabajaron desde casa o se lanzaron a una travesía en auto, sólo para encontrarse con las avenidas demasiado llenas en las horas de más circulación. Los colegios y los jardines sólo volvieron a la normalidad, con ciertas restricciones de seguridad, el miércoles. Los comerciantes han anunciado pérdidas en ventas mayores al 50%.

El estado de urgencia en Bruselas da poderes a las fuerzas de seguridad para realizar requisas e investigaciones que en ocasiones podrían violar las libertades personales de los ciudadanos. Medidas similares siguen en pie en Francia. Jorge Cuéllar, miembro del Centro de Planeación de Transporte Urbano en Bélgica (De Lijn), que vive en la región rural de ese país, dice: “Creo que esto que pasó en París y que tuvo origen en Bélgica va a tener repercusiones futuras, sobre todo en las libertades individuales, porque ya están tratando de cambiar las leyes para que la Policía pueda actuar con más facilidad”.

En las fotografías de Bruselas que circularon esta semana se ve a los policías y militares patrullando las calles, armas al hombro, con la mirada fría. “Algunos se sienten tranquilos al ver que las cosas se normalizan. También porque la presencia de la policía y de los militares es impresionante”, dice Mejía. “Otros no podemos evitar preguntarnos qué ha cambiado. Sí, tenemos miedo porque siempre nos habíamos sentido en una ciudad tranquila y segura y de pronto nos encontramos en un lugar en el que nadie quiere estar, rodeados de tanques militares y gente armada. Pero la vida tiene que seguir su curso”. Este fin de semana, los locales culturales de la ciudad permanecieron cerrados y es probable que reabran mañana o el martes. Numerosos conciertos fueron aplazados.

El origen de este miedo estriba en los centros de radicalización que, según las autoridades belgas, se han criado por años en Molenbeek y otros distritos. En un reportaje reciente, el diario Le Monde recordaba que Molenbeek, además de su perfil de pobreza y desempleo, parece un distrito sin control. Quien fuera el alcalde del distrito por 20 años, Philippe Moureaux, ha sido acusado por sus detractores de haberse tapado los ojos ante los centros de doctrina que pululaban en el distrito y de haber permitido por omisión el crecimiento de estos grupos.

Hasta ahora, las alcaldías habían empleado “células de seguimiento” en aquellos distritos donde viven posibles extremistas. Sus herramientas, sin embargo, eran mínimas. Escribe Elise Vincent en Le Monde: “Es sobre todo desde los atentados a Charlie Hebdo y al mercado Hyper Cacher, en enero, que se le presta una verdadera atención a este problema”. Algunas iniciativas privadas, dedicadas a anular el dogma radical, han tomado forma a través de eventos culturales y centros de estudio. Ernesto Camacho, quien se desempeña como ginecólogo en un hospital de Bruselas, recuerda: “Molenbeek es un barrio donde se concentraron los migrantes musulmanes desde hace muchos años , y llevaban 20 años dirigidos por un alcalde socialista muy laxo, que permitió todo por obtener los votos de esta población. Hace un año, en las elecciones, lo sacaron del puesto y llegaron los del centro-derecha, pero ya estaba muy avanzada la situación. Aquí la gente cree que lo que sucede va a permitir cambiar todo en el futuro y hay un fuerte rechazo hacia la izquierda”. El gobierno belga prometió la inversión de un millón de euros para “luchar contra la radicalización”. Un cuarto del presupuesto está destinado a Molenbeek. Y el resto será invertido en otros distritos que cargan cierta sospecha: Verviers, Vilvorde , Malines y Anderlecht.

Por Juan David Torres Duarte

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