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Caso Ayotzinapa: “que nos entreguen con vida a nuestros hijos”

Aunque esta semana arrestaron a tres implicados en la desaparición de los jóvenes en septiembre de 2014, la investigación todavía no aclara el destino de los estudiantes.

Juan David Torres Duarte
27 de enero de 2016 - 01:43 p. m.

“Y dije: pues yo vine a visitar a mi hijo. Me dice: ¿Y cómo se llama ese hijo? Le digo: Benjamín Ascencio Bautista. Ya el muchacho tenía su cuaderno y me dice: pues su hijo está desaparecido con los demás compañeros, pero no se preocupe, los estamos buscando y los vamos a encontrar. Y ya me pasé a la cancha techada pues ya había muchos padres y madres de familia, y estudiantes, estaba lleno. Pero en ese momento llegó una camioneta, y yo pensando que ahí viene mi hijo. Ahí me paré, miré bajarlos, todos se bajaron, pero no llegó pues mi hijo ahí. Me acerqué con una señora, ni sabía de dónde es, le pregunté que si sabía qué había pasado, porque vengo llegando y yo no sé. Ella, por poco que habían comentado los muchachos, los sobrevivientes que habían llegado, pues aquí ellos comentan que iban a Iguala, que iban tres autobuses, pero dicen que la policía los empezaron a disparar, los policías. No los dejaron entrar en Iguala. Atacaron a la de adelante, la de atrás, y unos escaparon, se fueron para el cerro, unos se metieron en las azoteas, otros se metieron en las casas. Los del autobús del medio quedaron atrapados, no pudieron escaparse, y es que se los llevaron, dicen que ellos vieron las patrullas, pero no se preocupe, me dijo, que ahorita pues hay guayaba, hay en lotes, si se fueron pal monte, pal cerro, pues no se van a morir de hambre”.

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En la noche del 26 de septiembre de 2014, de camino a Iguala, 43 estudiantes de la escuela Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa fueron secuestrados y desaparecidos. Un grupo de policías y militares, según las investigaciones de la Procuraduría General de México, se los llevaron y los entregaron a un cartel de la zona, Guerreros Unidos. Por el caso han sido detenidas cerca de 80 personas (entre ellas el alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y César Nava, subdirector de la Policía de Cocula) y esta semana otros tres fueron detenidos: aquellos que los recibieron de manos de la policía.

Hasta ahora sólo han sido encontrados algunos restos de Alexánder Mora Venancio, de 19 años al momento de la desaparición. Las cenizas de otro más, Jhosivani Guerrero, aún están en duda. Según Amnistía Internacional, el hecho de que el Gobierno afirme que son los restos de Guerrero “expone la sádica estrategia de las autoridades mexicanas para intentar demostrar que están tomando acción en el caso”. Del resto no se sabe nada. Entre aquellos cuya suerte se ignora está Benjamín Ascencio Bautista, que estudiaba para ser profesor y ya había enseñado en algunas zonas rurales del estado de Guerrero. Aquí habla su madre, Cristina Bautista Salvador. “Vengo de una comunidad de Ahuacuotzingo y es mi lengua materna el náhuatl”.

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“Ya el día 30 nos fuimos para Chilpancingo, unos llegaron tíos, otros llegaron hermanos, otros llegaron papás. Nos fuimos, hicimos la denuncia, y al mismo tiempo nos hicieron la prueba de ADN, y salimos a las dos de la mañana. Nos regresamos para la escuela, y pues ahí me quedé. No traje ropa, no traje nada. Pues vine así. Mi hermano dice: pues ya no te regresas, se quedan para cualquier información que les digan. De ese día ya no regresé a mi casa, a mi pueblo. Dejé mis dos trabajos que yo tenía, dejé mi cosecha, porque nosotros trabajamos en el campo con mis tres hijos. Como no contamos con el apoyo del papá de mis hijos, entonces con los tres hijos trabajábamos, pues ahí levantó mi papá mi cosecha y el trabajo que yo tenía, el de una casa cuidando la abuelita, y también trabajaba en la educación inicial, pues dejé todo”.

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En octubre del año pasado, el Gobierno mexicano autorizó de nuevo la búsqueda de los estudiantes, que continuaría por seis meses más. Sobre los sucesos de esa noche, la Procuraduría y el Gobierno han hecho numerosas suposiciones, casi todas cuestionadas por el Grupo de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (GIEI), que en un informe entregado en septiembre de 2015 dio nuevas pistas, aunque no suficientes para hallar la verdad sobre lo ocurrido. Señaló que los estudiantes se desplazaban en un bus que cargaba droga y que tendría como destino Atlanta o Chicago; la fiscalía mexicana en sus pesquisas intenta, entre otras cosas, aclarar los supuestos vínculos de algunos estudiantes con el cartel de Los Rojos, el principal enemigo de Guerreros Unidos en la región. Los padres de los estudiantes, afincados desde el día de su desaparición en la escuela, rechazan esas afirmaciones por falta de pruebas.

Desde 2006, más de 26.000 personas han desaparecido en México, dice la ONU. Unos 6.000 son menores de edad. Hace dos semanas, por ejemplo, no hay rastro de cinco jóvenes en Veracruz. Su destino habría sido el mismo que el de los jóvenes de Ayotzinapa: la policía los entregó a un cartel.

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“Los primeros días me enfermé. Todos los de octubre, todo mes de noviembre, de diciembre, hasta enero me fui componiendo. Porque dejé de comer, se me olvidaba comer, y hasta que un día amanecí con los ojos hinchados, que no se me detenían mis lágrimas, que me atacó la presión alta, que yo ni siquiera conocía. Me prohibieron que ya no debía de salir, que debía descansar. No hice caso. Yo cómo voy a descansar, no sé dónde está mi hijo. Y no comía porque me sentía muy mal al comer. Digo: yo ya voy a comer, ¿y mi hijo estará comiendo? Y para dormir, pues yo no dormía. Pensando: yo ya me acosté, ¿y mi hijo? ¿Duerme o no duerme?”

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La afirmación de que los estudiantes fueron incinerados en el basurero de Cocula se cayó por carencia de bases: según el Equipo Argentino de Antropología Forense, que ha apoyado parte de la búsqueda y la investigación del GIEI, quemar esa cantidad de cuerpos hubiera sido imposible sin que nadie lo notara. Se requerían, por lo menos, 60 horas para cremarlos.

Existe, sin embargo, la certeza de que la policía y los militares se los llevaron. En un video revelado por varios medios mexicanos hace unas semanas, se ve un convoy de por lo menos ocho vehículos policiales que pasan por Iguala con civiles en su interior la misma noche en que los estudiantes desaparecieron.

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“Sembramos maíz en temporada de lluvias. Sembramos maíz, frijol y calabaza. Sembramos a partir del mes de noviembre hasta junio, julio. Hacemos tortillas. Eso es lo que hemos sembrado. Pero también hacíamos pan, y los jueves vendía pozole para los maestros. Siempre buscamos la forma como vamos a salir adelante, como voy a apoyarlos para la escuela, porque piden cooperación, que los libros, que el examen, he trabajado mucho por mis tres hijos. ¿Cómo puede decir el gobierno que son delincuentes, que son Los Rojos? Como dicen los sobrevivientes: para ser narco, un delincuente, no se necesitaría ir a la escuela de Ayotzinapa”.

“Mi hijo, cómo estaba tan ilusionado de quedarse ahí en esa escuela, pues la primera vez que intentó, quedó. Y muy contento cuando me dijo: mami, me quedé en esa escuela, soy número cuarenta, por fin, dice, voy a realizar mis sueños. El sueño de mi hijo pues es ser maestro, ser alguien en la vida. Siempre muy cariñoso, siempre me decía: tú nos has cuidado mucho, ya estoy grande, ahora me voy a cuidar yo solo. Y cuando tú seas viejita, pues te voy a cuidar. Si no te puedo cuidar, pero busco alguien te cuide. Y me da abrazos. A veces sí nos gana el sentimiento”.

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Los padres de los estudiantes de Ayotzinapa han dicho que el Gobierno les dio la espalda. Que la Procuraduría no ha dado ninguna prueba fidedigna sobre el paradero de sus hijos. Las instituciones oficiales han dicho que la investigación no se detendrá hasta que todos los culpables estén en custodia. Una unidad especial de la fiscalía abrió otras líneas de investigación. Sin resultados hasta ahora. “Yo como madre le digo (al presidente Enrique Peña Nieto) que usted no nos comprende, porque usted no sabe cómo es el sufrimiento, hace más de un año que no sabemos nada de nuestros hijos, ¿cómo es posible que no pueden saber?”. Los padres, algunos estudiantes y trabajadores cívicos en la escuela han denunciado amenazas. Cuatro policías comunitarios, que apoyaban a los padres, fueron asesinados en noviembre.

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“Cuándo va a empezar la búsqueda de nuestros hijos. Porque no cargamos armas, no cargamos nada, ni siquiera una piedra. Y cómo es posible que ellos, bien armados, bien cubiertos, los antimotines, pues nos cierren el paso. Si acaso nos tienen miedo. Nosotros sin armas, y ustedes... Sólo salimos a exigir la presentación con vida de nuestros hijos. Si tanto les molesta nuestra manifestación, pues que ya nos entreguen a nuestros hijos. No nos vamos a cansar. Somos capaces de todo. Porque aunque nos cierran el paso, nos atacan los antimotines, y nosotros pasamos, nos agreden, los muchachos salen lastimados, nos regresamos y volvemos”.

 

 jtorres@elespectador.com 

 

 

Por Juan David Torres Duarte

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