China y Estados Unidos: dos potencias en competencia durante la presidencia de Donald Trump

Donald Trump ha dejado en claro que habrá tensiones con China. Ante un posible conflicto, hay un elemento clave a tener en cuenta: ambos países se creen únicos.

Diana Andrea Gómez*
20 de enero de 2017 - 10:18 a. m.
El presidente chino, Xi Jinping, y el mandatario estadounidense, Donald Trump. / AFP
El presidente chino, Xi Jinping, y el mandatario estadounidense, Donald Trump. / AFP

A las frecuentes salidas en falso del presidente electo Donald Trump las han seguido las críticas de personajes públicos y los cuestionamientos que el presidente Obama planteó en su último discurso en referencia a Trump. Ahora se suman las contundentes declaraciones del gobierno chino ante el secretario de Estado, Rex Tillerson, en el sentido de que los Estados Unidos tendrían que “librar una guerra a gran escala” en el mar de China Meridional para evitar el acceso de Pekín a las islas.

A pesar de su ingreso formal al sistema internacional, producido de facto con su entrada a Naciones Unidas en 1971, y de su consolidación como potencia reemergente en el siglo XXI, China no se desvincula del peso cultural de más de 4.000 años de antigüedad que lleva en hombros, y esto se refleja en el manejo de sus relaciones políticas y diplomáticas. En la relación actual de China con Estados Unidos subyacen varios aspectos a analizar.

En medio de las diferencias abismales entre sus sistemas políticos y económicos y en sus raíces culturales e históricas, la excepcionalidad se erige en cada uno como principio fundacional y determina su condición de Estado. Cada uno se considera único: el modelo estadounidense proclama que sus principios nacionales son universales, por lo que se convierte en adalid de los derechos humanos, la libertad y la democracia. China se autodenomina un sistema socialista con elementos de la economía de mercado, pero “con características chinas”. Esto los ubica en dos esferas diametralmente opuestas del espectro político y cultural, pero bajo la excepcionalidad como común denominador.

Ambos países tienen enfoques contrarios sobre el orden internacional y su sistema financiero. EE. UU. se reafirma sobre las instituciones establecidas desde Bretton Woods que catapultaron su protagonismo como potencia. Pero el mundo del siglo XXI ya no se está configurando con las reglas que heredó del siglo XX. China estuvo forzada a aceptar un orden internacional contrario a la imagen histórica de sí misma y, a diferencia del sistema internacional de orden westfaliano que ha caracterizado al mundo contemporáneo, China está desempeñando nuevamente un papel central en el orden internacional con la creación, el diseño y la implementación de otras reglas que esta vez alteran el statu quo occidental. El pensamiento chino es producto de la combinación de 68 años de ideología comunista y 4.000 de tradición china, y ninguna le es familiar a los EE. UU.

Personalismo contra centralismo: con una manera muy autónoma y personal de manejar los asuntos de su cargo, Trump se erige como una figura impredecible para Occidente en su actuar, pero fácil de estudiar en su personalidad, lo que lo hace finalmente predecible.

Trump se debatirá entre si pelea o gobierna, en medio no sólo de la inconformidad de buena parte del electorado, sino también de las hondas divisiones en el Partido Republicano. Mientras tanto, China, ante el comportamiento errático, incendiario y falto de diplomacia de Trump, se ve en la necesidad de reconsiderar lo que desde la antigüedad se denominó las relaciones sino-bárbaras dentro de su concepción de política exterior, que la han confrontado desde siglos con poderosos oponentes.

Trump personifica al estadounidense orgullosamente provinciano en la percepción del mundo e incluso de su esfera inmediata. En la era de Xi, como a lo largo de 2.000 años de existencia del Estado chino, los líderes chinos vuelven a incorporar la tradición confuciana en su formación, pero no son prisioneros de ella.

El creciente aumento del centralismo del Partido y el acartonamiento de los altos líderes chinos invisibiliza las fracturas internas. Esto le da ventaja a China desde el punto de vista de la unidad política a la hora de tomar decisiones en materia internacional.

En la política interna, mientras China lleva a cabo para el 2030 su plan de urbanizar el centro y el occidente del país con 100 ciudades de 1 millón de habitantes cada una y 200 de 500.000 habitantes, lo cual da muestra del vigor de la economía china, los habitantes de las ciudades de EE. UU. temen que ante un mayor proteccionismo aumente el desempleo y se encarezcan los precios, además de que se deporte masivamente a los 12 millones de indocumentados.

Proteccionismo contra apertura: con las medidas proteccionistas que ha anunciado, Trump encarna la defensa de lo nacional a ultranza, aun a expensas de las grandes minorías étnicas que pueblan Estados Unidos: afros, latinos y asiáticos. Xi, por su parte, ha dado continuidad a la política China Go Global. En ese contexto, el cierre de fronteras por parte de Trump frente a México, y por extensión a Latinoamérica, le está significando a China una jugada maestra: en términos estratégicos, una gran oportunidad política y económica. No es casualidad que a los pocos días del triunfo de Trump, China presentara su segundo “Libro Blanco” para América Latina. Como en el antiguo juego del wei qi, o go, cada espacio que el contrincante deja libre o simplemente no ocupa, China lo sabe llenar, ganando así terreno hasta rodear al oponente.

EE. UU. con Trump a la cabeza busca mantener su posición como la gran potencia mundial y defender un orden mundial unipolar, mientras China esgrime la existencia de uno multipolar, en el que las potencias son aliados y rivales al mismo tiempo. En ese contexto, la cuenca del Pacífico se constituye en el escenario de mayor imprevisibilidad y volatilidad. En el mar de China Meridional, Estados Unidos y China se disputan la hegemonía del Pacífico.

El Pacífico y los 65 países comprendidos en la nueva Ruta de la Seda son los escenarios donde se observará de manera más evidente el movimiento estratégico de ambos. Mientras Trump arremete contra la OTAN y la Unión Europea, la iniciativa china de la nueva ruta representa el objetivo central de generar una alianza indiscutible, no sólo con países asiáticos y africanos en el caso de la ruta marítima, sino con Europa, sin descuidar a Latinoamérica, a la que ofrece alianzas, obras de infraestructura y acuerdos comerciales.

Finalmente, subsiste una clara distinción de fondo en la manera como cada potencia se concibe a sí misma: una potencia que se mide más por lo que tiene en términos de recursos físicos y tangibles, y una que no.

* Profesora Universidad Nacional de Colombia.

Por Diana Andrea Gómez*

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