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Las cicatrices del 11 de septiembre

Luis Rojas Marcos, director de los hospitales de la ciudad en 2001, analiza los daños psicológicos de los ataques, que aún influyen en la toma de decisiones de EE.UU..

Santiago La Rotta
10 de septiembre de 2013 - 10:50 p. m.
Los expertos aseguran que el 30% de los afectados por los atentados sufrirá algún daño emocional durante 20 años.  / Reuters
Los expertos aseguran que el 30% de los afectados por los atentados sufrirá algún daño emocional durante 20 años. / Reuters
Foto: REUTERS - © Dan Chung / Reuters

Luego del colapso de la primera torre del World Trade Center, Luis Rojas Marcos, psiquiatra y entonces director de los hospitales públicos de Nueva York, se dirigió al hospital de Bellevue. En la entrada estarían los heridos, los miles de personas que para ese momento ya debían comenzar a llegar al lugar para escapar de la tragedia.

Sin embargo, en las puertas del hospital estaban unos 200 médicos con los guantes puestos, las camillas listas. No había heridos, ni gritos de dolor. No había nada, excepto un pequeño ejército de salvación sin pacientes. La tragedia absoluta, la tragedia sin sobrevivientes.

“Pronto se hizo evidente que el gran desafío de quienes nos dedicamos al tema sanitario consistía en aliviar el dolor de las miles de almas desgarradas por la catástrofe, incluidas las nuestras”.

“Carlos, las cosas se están poniendo muy mal por aquí, prepárate”. La llamada se cortó y eso fue lo único que Rojas alcanzó a decirle a Carlos Pérez, director del hospital de Bellevue. Después del corte vino un temblor, y luego la oscuridad y el polvo y el miedo. Las instrucciones de un teniente de la Policía llevaron a Rojas y a un pequeño grupo de personas al exterior, donde la Torre Sur se había desplomado sobre una estructura a pocos metros, un edificio en donde murieron los jefes de los bomberos que respondieron al ataque, ambos amigos de Rojas.

“Yo digo que me salvó una especie de ángel, un ciudadano anónimo que me sacó del edificio en donde estaban los bomberos hacia otro para que pudiera llamar a Carlos. De no ser así, lo más probable es que hubiera muerto en la caída de la primera torre”. Rojas, español de nacimiento, es psiquiatra y una suerte de creyente en el evangelio de la palabra: la capacidad del relato para sanar.

En las siguientes semanas, el doctor Rojas se dedicó a escuchar a sus empleados (43.000 en 11 hospitales públicos), pues varios perdieron a algún ser querido en las torres o comenzaban a mostrar signos de estrés postraumático derivado del trato con los familiares de las víctimas o simplemente por vivir en el lugar del ataque, una tragedia que habría de redefinir el rumbo de un país (y del mundo, al menos en cierta medida) y en la que perecieron más de 3.000 personas, pero que produjo un número mucho menor de heridos o de muertes en hospitales (de éstas, según Rojas, se registraron menos de 20).

El doctor Rojas se propuso enviar una nota de condolencia a los empleados de la Corporación de Sanidad y Hospitales Públicos que hubieran perdido a alguien en los ataques. Creyó que serían 20 a lo sumo. Terminó por escribir 153 cartas.

“El factor de la salud mental resultó ser la intervención más importante porque los heridos del ataque fueron muy pocos. Claro, hubo algunas personas que sufrieron por la inhalación de polvo y de otros materiales que quedaron en el aire cerca del lugar del colapso. Pero el sistema de sanidad de Nueva York se enfocó en la cuestión psicológica. Organizamos una serie de grupos en los que los afectados iban a hablar de sus experiencias”.

La primera reacción ante un hecho de esta magnitud es el shock, que induce a una especie de desconexión, de negación de lo sucedido, y además va acompañado de una angustia constante, un nivel de alerta permanente que interfiere con el sueño y, en últimas, con el funcionamiento básico de la persona; algo conocido como estrés postraumático.

Esto a nivel del individuo. En el colectivo, en la sociedad, uno de los efectos más profundos de los ataques, según el doctor Rojas, fue la instalación de un miedo perpetuo: la caída de la idea de seguridad y de la sensación de invulnerabilidad. “Hubo varias reacciones. La mayoría fueron de solidaridad por parte de personas desconocidas. Hubo una tendencia a hablar, a apoyarse mutuamente. Pero eso se mezcló con algo que resulta comprensible, aunque negativo, que es la necesidad de venganza: la pulsión colectiva, y también por parte de los líderes, de vengarse de los autores de los ataques. Lo cual dio lugar a una guerra y después a otra. De ese modo se complicó el proceso de superación porque, como decía Martin Luther King, el ojo por ojo nos deja a todos ciegos”.


La cicatriz psicológica del 11-S, el miedo colectivo, es una fuerza latente que parece tener un gran poder en la política internacional de Estados Unidos en varios sentidos. Después de los ataques vinieron las intervenciones militares en Afganistán Irak, dos escenarios de guerra que hoy se ven como tétricos antecedentes de nuevas intervenciones militares estadounidenses en otros países, como Siria, por ejemplo. En esta semana, varias encuestas, entre ellas una conducida por el Pew Research Center, sitúan en más del 60% la desaprobación ciudadana a un ataque en contra del gobierno sirio.

A la vez, el miedo a la repetición de estos hechos es una razón que la administración ha invocado para atacar a Siria, con la justificación de que el supuesto arsenal químico del gobierno de Bashar al Asad representa una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Rojas argumenta: “La idea de que somos invencibles no es real y, además, carga a la sociedad de un sentido de superioridad que no es saludable. La sensación de que esto puede volver a ocurrir está en la mente de los habitantes. ¿Es negativa? Depende, también tiene un componente de realismo. ¿Se ha convertido éste en un país más belicoso? Probablemente. Ahora se ha metido en el mundo musulmán y eso es un problema porque hay xenofobia de por medio y la necesidad de seguir con una guerra y otra y otra. Ese miedo es utilizado por los líderes sociales, políticos, religiosos y económicos para mantener un estado de agresión continua contra personas que no nos han hecho nada, pero que creemos que pueden hacerlo por sus ideas o por lo que dicen”.

Al poco tiempo de los ataques, los cálculos de los expertos aseguraban que al menos el 30% de las personas expuestas sufrirían algún tipo de daño emocional durante los próximos 20 años. Un estudio de Mark A. Schuster, profesor de la Universidad de California, encontró que, para el fin de semana siguiente a los ataques, 9 de cada 10 adultos en Estados Unidos presentaban algún signo de estrés relacionado con lo sucedido en Nueva York.

En un libro titulado Más allá del 11 de septiembre: la superación del trauma, Rojas señaló: “Restablecer la sensación de seguridad física y el control sobre la propia vida es, por lo tanto, un requisito indispensable para que las personas puedan superar realmente un estado de trauma. Sin un sentimiento, al menos moderado, de seguridad, la recuperación es imposible. El 11-S ilustra cómo la incertidumbre creada por los episodios de ántrax, por la guerra en Afganistán, por el ensañamiento del conflicto de Oriente Próximo y por las confusas y vagas advertencias periódicas diseminadas por los líderes políticos nacionales sobre el peligro inminente de nuevos atentados, dificultaron la restauración de la confianza de los ciudadanos”.

Obama pide aplazar votación sobre Siria

En una intervención televisada el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, le pidió anoche al Congreso de su país que posponga el debate que autorizaría o no un ataque militar contra Siria como respuesta al supuesto uso de armas químicas que el régimen del presidente Bashar al Asad realizó a finales del mes pasado. Además, Obama aseguró que enviará esta semana a Ginebra (Suiza) al secretario de Estado, John Kerry, para discutir con su contraparte rusa la propuesta hecha por este país acerca del posible desmantelamiento del arsenal químico del régimen sirio.

Obama explicó que la petición la adopta “mientras siga adelante la vía diplomática” abierta por la propuesta rusa de colocar el arsenal químico sirio bajo control internacional. “Esta iniciativa puede permitir poner fin a la amenaza de las armas químicas sin recurrir a la fuerza, en particular porque Rusia es uno de los más poderosos aliados de Bashar al Asad”, declaró Obama. Sin embargo, añadió que era “demasiado pronto” para saber si ese camino será exitoso y mantuvo la amenaza de una acción militar.

El jefe de la mayoría oficialista del Partido Demócrata en el Senado, Harry Reid, ya había anunciado el lunes el aplazamiento de la votación, prevista inicialmente para hoy.

 

Por Santiago La Rotta

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