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La conexión Mineápolis

La atroz masacre en Nairobi (Kenia) fue un recordatorio para Estados Unidos de uno de sus más grandes temores: que ciudadanos suyos estén engrosando las filas del terrorismo.

Diana Carolina Durán Núñez
28 de septiembre de 2013 - 09:00 p. m.
Durante el ataque al centro comercial Westgate, los visitantes tuvieron que idear maneras para protegerse de los disparos. / EFE
Durante el ataque al centro comercial Westgate, los visitantes tuvieron que idear maneras para protegerse de los disparos. / EFE

Los disparos los propinaron en Westgate, un centro comercial de Nairobi, Kenia, cuyo nombre desconocía casi la humanidad entera hasta que las armas y los muertos lo ubicaron en el muro de la infamia. Pero desde que el grupo terrorista Al Shabab publicitó en redes sociales que eran ellos los cerebros de este macabro episodio en el que murieron 61 civiles, sumado a que la canciller de Kenia reconoció que dos o tres estadounidenses podrían estar involucrados en el ataque, esas balas que se dispararon cerca del Cuerno de África atravesaron el Atlántico y, como un proyectil cargado de veneno, le dieron en el corazón a Mineápolis, ciudad en la que habrían vivido los integrantes de Al Shabab a los que se refirió la ministra keniana.

El lazo local con el terrorismo

Mineápolis es un nombre en lengua dakota que traduce “la ciudad de los lagos” y su área metropolitana, según el censo de 2010, reúne más de tres millones de habitantes. Los inviernos son tan crueles en esta zona de Estados Unidos cercana a la frontera con Canadá que la administración local invierte buena parte del año rehaciendo las vías que resquebraja el frío. Con todo y su agresivo clima, Mineápolis resultó siendo el hogar de la comunidad somalí más grande del país, luego de que miles arribaran pidiendo tregua a la guerra civil que había estallado en su país en 1991, cuando el general y dictador Siad Barre fue derrocado.

De acuerdo con la Oficina de Reasentamiento de Refugiados, en los últimos 25 años unos 85.000 somalíes han obtenido asilo en Estados Unidos, número que se ha multiplicado con los hijos que han tenido o los familiares con los que han conseguido reencontrarse. Se calcula que el 40% de esos somalíes están en Mineápolis. He aquí la paradoja de esta historia. Entre 2007 y 2008, según han documentado las autoridades estadounidenses, cuando menos 18 habitantes de Mineápolis viajaron a la patria de la cual sus padres fueron expulsados por la violencia. Casi todos eran jóvenes que no pasaban de los 30 años de edad. Casi todos habían nacido en suelo americano. Su misión: unirse a la yihad bajo el mando de Al Shabab.

La conexión entre Mineápolis y Al Shabab empezó a configurarse de a poco y el nombre Shirwa Ahmed fue una de las primeras pistas. Llegó a Estados Unidos en los 90, cuando era un niño, se graduó de una escuela pública de Mineápolis y en 2007, cuando tenía 26 años, viajó a Arabia Saudita. En noviembre de 2008 se hizo público que los organismos de inteligencia de EE.UU. habían concluido que Ahmed era probablemente uno de los seis hombres que se habían inmolado con dos carros bomba en Somalia, uno en la ciudad de Hargeisa y otro en el puerto de Bosaso. Y que él, junto a otros, estaba formando células terroristas en la tierra del mismo gobierno que desde 2001 encabeza la guerra contra el terrorismo en el mundo.

Hasta 2009, Mineápolis fue reconocida por su tasa de desempleo, que no supera el 7%; por ser la sede de multinacionales que producen billones de dólares al año en ganancias, como Cargill —hoy en el ojo del huracán por su compra de miles de hectáreas en el Vichada— y General Mills —la casa de los helados Häagen-Dazs y los yogures Yoplait—; por sus lagos, parques, museos y bibliotecas, que la ubican en el puesto número 12 entre las 50 mejores ciudades de Estados Unidos para vivir; por el amor que sus habitantes profesan por las normas, al punto que un peatón cruzando la calle con el semáforo en rojo es una especie exótica. Pero, con las alarmas de Al Shabab encendidas, Mineápolis también se había convertido para ese año en el hogar de tres unidades élite antiterrorismo del FBI. Todas, se confirmó esta semana, siguen activas.

La pista de Shirwa Ahmed condujo a los organismos de inteligencia de EE.UU. a descubrir que habitantes de este país, miembros además de la comunidad de somalíes refugiados en Mineápolis, estaban ayudando de una u otra forma a Al Shabab. Ese fue el caso de Amina Ali y Hawa Hassan: las mujeres, según se evidenció en incontables horas de conversaciones grabadas por el FBI, reunían ropa, medicinas y dinero para enviar a ese grupo terrorista afiliado a Al Qaeda. Ambas, somalíes de nacimiento, habían recibido la nacionalidad estadounidense en 2008. Hassan, de 66 años, fue sentenciada a 10 años de prisión en mayo pasado, mientras Ali, con 36 años de edad, fue condenada a 20 años.

Esos dos casos, junto con el de Mahamud Said Omar, son los más recientes que se han manejado en la Corte Federal de Mineápolis. El juez de este despacho, John Tunheim, le dijo a El Espectador que no hay juicios pendientes contra miembros o colaboradores de Al Shabab, que hay otra mujer esperando recibir su sentencia, que 10 hombres han sido condenados por cargos relacionados con terrorismo y que hay 13 más, fugitivos todos, con acusaciones en su contra. “A menos que se presenten más ataques como el de Nairobi con jóvenes reclutados en Mineápolis, dudo mucho de que cambie la percepción del público con respecto a la comunidad somalí en la ciudad. Aunque es difícil calcular si lo ocurrido va a tener un impacto sobre futuras solicitudes de asilo por parte de somalíes”, señaló Tunheim.

En la última década, en Mineápolis, cinco hombres se han convertido en testigos de las autoridades judiciales estadounidenses, contándoles en detalle cómo logran que jóvenes que crecieron en esta ciudad resulten peleando en nombre de las leyes musulmanas radicales que Al Shabab busca imponer en Somalia. Otras seis cortes federales, además, han tenido juicios contra gente vinculada a Al Shabab: Nueva York, Chicago, Nueva Jersey, Virginia, San Diego y Saint Louis. Para el FBI y otras agencias de seguridad, Al Shabab lleva varios años siendo una prioridad y el trágico episodio en Nairobi adquirió aún más relevancia luego de que el sábado 21 de septiembre, mientras el horror se esparcía por el centro comercial Westgate, la misma organización revelara a través de Twitter que siete de sus muyahidines habían sido entrenados en el norte de California.

Lawrence Schaefer es un abogado de Mineápolis especializado en asuntos laborales que ha representado a trabajadores africanos, entre ellos somalíes, que reclaman por haber sido discriminados en sus lugares de trabajo. Admite que ataques como el de Nairobi “exacerban los prejuicios que se tienen contra los inmigrantes (musulmanes), a pesar de que esta es una región que se caracteriza por recibir a los extranjeros”. Schaefer reconoce que a pesar de que la ciudad está orgullosa de su comunidad africana, los procesos de alto perfil que se han manejado en la Corte Federal de Mineápolis en tiempos recientes, en relación con Al Shabab, “algunas veces han vuelto tensas las relaciones” entre estadounidenses y somalíes en Mineápolis.

Hace menos de dos meses, un video divulgado en Youtube con el fin de reclutar jóvenes en Mineápolis, en el que se decía que pelear por la yihad era “la verdadera Disneylandia”, les recordó a los habitantes de Mineápolis que su pesadilla más oscura, esa en la que personas con pasaporte estadounidense se vuelven sus enemigos, no ha concluido aún. La barbarie ejecutada por Al Shabab en Westgate generó el rechazo del mundo entero, y quienes más se opusieron a ella fueron los somalíes que viven en Mineápolis: “La seguridad de Estados Unidos es de gran importancia para los somalíes-estadounidenses”, dijeron líderes somalíes en rueda de prensa luego del ataque en Nairobi. Y agregaron: “Matar gente inocente no tiene fundamento o relación con el islam”.

Un atentado planeado desde Somalia 

El grupo fundamentalista islámico Al Shabab —que se adjudicó el ataque al centro comercial Westgate en Nairobi (Kenia), que dejó 61 muertos— tiene su origen en Somalia, el país en el que comenzó su lucha en 2006. Su línea musulmana radical acompañada de las armas, partidaria de la instauración de un Estado basado en la ley islámica y su rechazo a Occidente, lo llevó a controlar una proción importante del territorio y a ser reconocido por Al Qaeda como uno de sus grupos afines.

La razón que llevó sus operaciones de Somalia a Nairobi la explicó el propio Abú Omar, comandante de Al Shabab, en versiones recogidas por la prensa internacional, en las que aseguraba que se trató de una retaliación por la implicación de Kenia en el conflicto somalí.

 

En 2011, Nairobi lanzó la operación Linda Nachi (patria segura) con la que interrumpió el avance de los radicales hacia su territorio y debilitó considerablemente las estructuras shabadíes en territorio somalí.

Por Diana Carolina Durán Núñez

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