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La crisis en el Vaticano desde adentro

El escándalo de las cartas del papa es la consecuencia del pulso entre cardenales de la era de Juan Pablo II y la de Benedicto XVI.

Guillermo León Escobar * Especial para El Espectador
02 de junio de 2012 - 09:00 p. m.

“No pierda su tiempo, señor, en tratar de destruir la Iglesia. Lo hemos intentado nosotros desde adentro y no lo hemos logrado”, fueron las palabras dirigidas a Napoleón Bonaparte por el cardenal Ercole Consalvi, secretario de Estado del papa Pío VII. Vienen a la memoria ahora cuando todas las facetas de la crisis parecen coincidir constituyendo el momento más difícil de la Iglesia católica. De aquí saldrá reforzada la figura de Benedicto XVI si toma, como se cree, las grandes decisiones sobre la Curia Vaticana.

Esta semana molestó sobremanera el episodio de las filtraciones de información y de documentos en la Santa Sede y eso es lógico, pero es algo común. Lo que sucede es que no se habían tocado las cuerdas más sensibles del poder vigente y las personas involucradas en las filtraciones habituales no fueron aquellas que deban defender a toda costa su prestigio. Ni siquiera la persona del pontífice es determinante. Es importante, sí, pero de esa oficina no es la primera vez que se filtran informaciones y si se lee bien el libro publicado por Gianluigi Nuzzi, Su Santidad, las cartas secretas de Benedicto XVI, no hay información que golpee directamente al papa ni lo denigre, pero sí informaciones que golpean a otros que son los que tratan de defenderse.

De hecho hay quienes afirman que estas filtraciones persiguen servirle al papa y serle positivas a la Iglesia. El error de Benedicto ha sido ese, el de no haber cambiado a toda “la cuadrilla” de Juan Pablo II de inmediato e ir prescindiendo lentamente uno por uno de los picadores del anterior pontificado. Se quedó con todos los muleteros que aún lo acompañan y le han dañado al toro la embestida.

La sustitución del cardenal Angelo Sodano por el cardenal Tarcisio Bertone en la Secretaría de Estado estuvo bien pensada, ya que Sodano fue un increíble “genio político”, pero digno de otras épocas. Condujo la “Barca de Pedro” en un pontificado como el de Juan Pablo II, cuya extraordinaria vitalidad lo llevó a recorrer el mundo recuperándole el nombre y la imagen a la cristiandad y los valores ya desfigurados por la modernidad.

Ese cambio fue definitivo, pero no fue suficiente. ¿Por qué? Ratzinger es un hombre de gran inteligencia, con estructura de pensador, un profesor, un hombre con ideas claras y de una enorme sensibilidad que sabe que no todo es negociable y que su función es la de enriquecer el tesoro doctrinal y pastoral de la Iglesia a él encomendada. Pero políticamente es ingenuo y maneja esa ingenuidad de las personas honestas que es siempre aprovechada a fondo por los discípulos del gran Maquiavelo. Angelo Sodano, al ser sustituido, no se fue del poder, ya que quedó como decano del Colegio Cardenalicio y el papa tuvo el significativo detalle de entregarle palio en la festividad de Pedro Pablo.

Nombrar a Bertone era dejar entrar un aire fresco que sustituía la “alta política” por un tono encantadoramente “pastoral” que atrajo positivamente la atención de los críticos que esperaban de esa originalidad efectos diferentes en el manejo de la Santa Sede. Y no fue así porque sin duda el tema de la claridad y de la transparencia —que impone la fidelidad al evangelio— “pisa callos”.

Los callos que pisó el papa

Benedicto asumió por iniciativa propia el combate contra la “pedofilia”, así otros intereses no lo reconozcan, está como prueba la fulminante sanción y destitución contra Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo y sus diferentes momentos de cara a la Iglesia de Irlanda, de Alemania, de Malta y la confrontación de cara a aquellos cardenales que defendiendo la idea medieval de la sociedad perfecta se oponían a que se denunciara el crimen contra los niños a las autoridades civiles. El papa asume que lo de la Iglesia es el pecado, pero la sanción frente al horrendo crimen es asunto del rigor de la ley civil, sea quien sea el que haya cometido el delito.

También apareció la mano tendida a los tradicionalistas del Lefebvrismo y la coherencia frente al pueblo de Israel que llevó al papa a un enfrentamiento con otros sectores de la vieja Iglesia y que condujo al traslado de la estructura de Ecclesia Dei a la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejando de lado los servicios del cardenal Darío Castrillón y creando de paso uno de los escritos más importantes de este pontificado dirigido a todos los obispos del mundo en donde el papa se duele de las carencias de solidaridad y de claridad en la Curia.

Y a pesar de todo ello no se escucharon entonces las voces que hoy se escuchan, siendo que también los documentos se filtraron y circularon por todos los periódicos del mundo de una manera más profusa. Sin duda estas determinaciones de orden estrictamente teológico y disciplinar le enajenaron al pontífice otro grupo de afectos en el interior de la curia y del influyente grupo de jubilados del colegio cardenalicio.

Los dos bandos

En ese momento son claramente reconocibles las dos tendencias. Por una parte aquellos cardenales que fueron creados por Juan Pablo II y los que progresivamente anunciaban la nueva época de la Iglesia más vinculada a lo pastoral de Benedicto XVI, quien no se resigna a ser “papa de transición”, como sus contendientes afirman, sino que es él quien prepara la propia sucesión reforzando la capacidad de decisión de los cardenales italianos con derecho a voto.

El último consistorio, este año, fue clave, ya que con él el pontífice creó una nueva mayoría de sus propios cardenales frente a los antiguos, mayoría que habrá de agrandarse si logra realizar una nueva nominación de cardenales en el comienzo del próximo año. El consistorio desató la confrontación interna y puso en evidencia los grupos y las facciones.

Si bien las mayorías entre el ayer de Juan Pablo II y el hoy de Benedicto cambió la composición del Colegio Cardenalicio, ellas señalan claramente que el próximo pontífice será italiano, ya que se supone que más de 30 años sin tener la dirección de la Iglesia no sería de buen recibo de la cristiandad que hospeda al pontífice de los cristianos.

El papa ha tenido que asistir al escándalo de una Iglesia que en Italia no clamó con la intensidad y claridad que debía contra el gobierno y los abusos de la clase política —era Silvio Berlusconi— y sólo lo hizo cuando tuvo la certeza que el régimen se derrumbaba. Mientras tanto, él en sus escritos, discursos y homilías hablaba y tronaba contra la corrupción, los malos gobiernos, el atropello a los derechos humanos, la injusticia, el fácil hedonismo y la liviandad moral, así como por la necesidad de una “reevangelización” de las propias autoridades de la Iglesia y sus pastores para abrir caminos de esperanza.

No hay que olvidar que la Ciudad del Vaticano está en el corazón de la misma Italia y que no es ajena a la cultura y contracultura de pensamiento y burocracia de esta gran nación, ya que los eclesiásticos italianos que laboran en el vaticano poseen la doble nacionalidad y gestionan en Italia sus intereses más concretos.

Reforma a la Curia romana

Hay algo muy importante y es que el papa Joseph Ratzinger ha descubierto con todo esto con quién puede contar. Él es alemán, y si bien se demora en tomar decisiones, se cree que ha intuido que ha llegado el momento de comenzar una aplazada reforma de la Curia romana, que será dolorosa por lo que ella significa, por lo que se sabrá y hasta ahora ha permanecido oculto, y porque de ella dependen grandes definiciones y la “nueva evangelización”.

Si se quiere una pista bastaría ver qué cardenales no estuvieron en la celebración de la misa de Pentecostés del domingo pasado. El papa es un gran elaborador de doctrina segura, pero ahora le ha llegado el momento de ingresar como Jesús en el templo y proceder como Él lo hizo en consecuencia, ya que es el mismo pontífice quien ha descubierto que en la organización eclesial hay muchísimos inscritos y algunos simpatizantes, pero que debe quedarse sólo con los verdaderos seguidores de Cristo.

La confrontación la ganará Tarcisio Bertone, no hay duda. Él es fiel a la Iglesia y leal con Benedicto, en tanto que hay otros que alegan ser fieles a la Iglesia, pero frente al papa no se sienten obligados a lealtad alguna. Ganará Bertone, pero luego de su triunfo tendrá que irse y dejar que los aspirantes a su cargo reciban el placer de Benedicto. Quienes esperan relevarlo en la Secretaría de Estado son el cardenal prefecto de la Congregación para el Clero, Mauro Piacenza, o el arzobispo Dominique Mamberti, actual ministro de Relaciones Exteriores, considerados de la cuerda personal de Benedicto.

Pero la lucha de poder continuará, ya que se habrá ganado una batalla, pero no la guerra. Habrá un rediseño de gobierno, pero será preciso analizar de nuevo quiénes sobreviven a esta crisis manteniendo la posibilidad de aspirar al Papado y quienes habrán de manejar las finanzas de la Santa Sede, entre ellas el IOR —Banco Vaticano—.

* Exembajador de Colombia ante la Santa Sede, profesor de la Universidad Gregoriana y actual consultor pontificio. Espere mañana: “Pelea por la chequera vaticana”.

Otros escándalos históricos

A propósito de la publicación de las cartas de Benedicto XVI en estos días, hay que recordar escándalos como el de 1959, del gendarme Rucker que intentó antes de suicidarse asesinar a su comandante Nunlist; el de la muerte súbita de Juan Pablo I en 1978, que dio origen a la novela En nombre de Dios, y que fue atribuida a quienes en ese momento tenían injerencias dolosas en el Banco Vaticano; ese mismo año trataron —sin éxito— de negociar privadamente la liberación de Aldo Moro; en 1982 supieron gerenciar el asesinato y posterior colgamiento en un puente de Londres del “banquero de Dios” Roberto Calvi, de quien se filtró una carta dirigida a Juan Pablo II; luego la muerte del comandante de la Guardia Suiza, Alois Estermann, y de su esposa la venezolana Gladys Meza Romero por el guardia Cedric Tornay; también la desaparición de la joven Emanuela Orlandi, de 15 años e hija de un funcionario vaticano en 1983; además, mantuvieron en secreto el entierro del mafioso Enrico de Pedis en la Basílica menor de San Apolinar.

¿Por qué la Secretaría de Estado es clave?

Hay quienes afirman que el papel del secretario de Estado es tan importante que cuando se trató de escoger al sucesor de Juan XXIII en el cónclave alguien llegó a afirmar con respecto al cardenal Montini —el hombre más significativo entonces de la Iglesia— que era bueno para nombrarlo Papa, pero no secretario de Estado, ya que el papa tiene poder y autoridad para definir y para decidir, en tanto que el secretario de Estado es el “gran Ejecutor”, quien maneja la maquinaria, quien acomoda la realidad y la domeña. La Curia Romana, que recién con Juan XXIII había recuperado el poder que le había negado Pío XII, lo percibía como un peligro. El conocimiento de Montini de la Curia era tan grande, que se le temía como secretario de Estado, pero no como papa. En el tiempo de Juan Pablo II los cardenales Casaroli y Sodano supieron sobrellevar los aplausos públicos y asimilar los descontentos que difícilmente encontraron expresión pública. Los cardenales Cicognani, Villot, Casaroli y Sodano supieron desde Juan XXIII manejar los grandes escándalos que hoy regresan.

Por Guillermo León Escobar * Especial para El Espectador

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