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Cuando el horror se vuelve rutina

El método del ataque sorprendió a la población francesa, que comienza a acostumbrarse tanto a los atentados como a las inevitables recuperaciones políticas que siguen a la tragedia.

Ricardo Abdahllah
17 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
En la noche del viernes, un grupo de personas se reunió en el Paseo de los Ingleses (Niza), donde ocurrió el atentado, para rendir homenaje a las víctimas. / Foto: EFE
En la noche del viernes, un grupo de personas se reunió en el Paseo de los Ingleses (Niza), donde ocurrió el atentado, para rendir homenaje a las víctimas. / Foto: EFE
Foto: EFE - IAN LANGSDON

Comienza la tarde del viernes y desde el café L’Afrranchi del bulevar Morland de París los comensales ven girar un camión que viene del puente de Austerlitz. La discusión es automática: ¿Cuántas toneladas tiene? ¿Diecinueve, como el de ayer? “Uno ahora va a vivir con miedo de los camiones”, dice la mesera.

Horas más tarde el chofer de un camión (blanco, grande) se detiene en un semáforo en la puerta de Vincennes y dice: “Hoy todo el mundo me mira raro. Menos mal que no soy árabe”.

La primera consecuencia del atentado que dejó más de ochenta víctimas entre los números 11 y 147 del Paseo de los Ingleses, en Niza, es el miedo: la mayoría de los atentados realizados en Europa desde el resurgimiento del terrorismo islámico han sido realizados por comandos coordinados y, con la excepción del asesinato cometido por Yassin Salhi en una planta química del departamento de Isère en el 2015, los “lobos solitarios” hasta ahora no habían causado víctimas mortales y menos en tal cantidad.

La segunda es la sensación de impotencia de las fuerzas de seguridad frente a una amenaza que en cada ocasión se presenta de manera diferente. El pasado 8 de marzo, en la ciudad de Niza se había realizado el simulacro de emergencia de un atentado a gran escala, que incluía incluso ataques cibernéticos, químicos y nucleares. Nadie pensó que un hombre con un camión alquilado podría causar más del doble de muertos que el comando a cargo de los atentados de Bruselas, armado con bombas de gran poder explosivo.

Tanto François Hollande como su primer ministro, Manuel Valls, prometieron continuar con una política de mano dura: prolongación del estado de emergencia, intensificación de los bombardeos en Siria y el anuncio de retomar el abandonado proyecto de retirar la nacionalidad francesa a los condenados por terrorismo.

En términos de popularidad, sin embargo, la estrategia está lejos de dar resultados. Y es notorio que han quedado lejos los tiempos del Je suis Charlie unánime de hace año y medio. No sólo Hollande recibió una rechifla cuando se hizo presente en el lugar de la masacre, sino, a menos de un año de las elecciones presidenciales, los diferentes lideres políticos franceses que, por supuesto, no perdieron la ocasión de expresarse sobre lo ocurrido.

La izquierda “verdadera” y el partido ecologista acusan a Hollande de prolongar un estado de emergencia que no sirvió para evitar el atentado, y reprochan que, mientras se destinan 2.000 efectivos en promedio para cada manifestación contra la reforma del Código Laboral, apenas poco más de cien policías custodiaban la fiesta en Niza. Alain Juppe, precandidato del partido Los Republicanos, afirmó que “si se hubieran tomado todas las medidas, esto no habría ocurrido”. Cristian Estrossi, exalcalde de Niza y figura notoria del sarkozysmo, señaló las deficiencias en el plan de prevención de terrorismo del presidente Hollande, sin por esto asumir que ni el controvertido programa de videovigilancia ni el polémico “Ejército Municipal” creado durante su mandato sirvieron para impedir el ataque o disminuir las consecuencias. En cuanto al expresidente Nicolás Sarkozy, participó en una misa en la catedral de Niza junto a la diputada del Frente Nacional Marion Maréchal-Le Pen, en un claro desafío a los socialistas en el poder.

La líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, por su parte, se limitó a dar un escueto mensaje en su página de internet, anunciando que en los próximos días hará una serie de propuestas para “atacar la raíz del fenómeno”.

Sin decirlo, la candidata presidencial de la extrema derecha se juega la carta del rechazo a la inmigración, un tema visiblemente popular, a tal punto que durante toda la mañana del viernes, #IslamHorsDEurope (“Islam fuera de Europa”) fue tendencia en Twitter.

Esa es la tercera gran consecuencia del atentado de Niza: una nueva ola de declaraciones racistas, tanto contra los refugiados recién llegados a Francia como contra los inmigrantes de generaciones anteriores. Esto a pesar de que subsisten las dudas sobre las motivaciones del autor de la masacre.

Mientras la oficina del primer ministro confirma las declaraciones de Manuel Valls en el sentido de que se trata sin duda de un individuo “ligado al islam radical”, la del ministro del Interior, Bernard Cazenueve, prefiere abstenerse de señalar lazos concretos y, más aún, una posible orden venida de grupos radicales.

En declaraciones al Daily Mail, Walid Hamou, familiar de la ex-esposa del terrorista, afirmó que éste “se drogaba, bebía, comía cerdo y no observó el Ramadán”. La primera víctima caída en el Paseo de los Ingleses, en cambio, era, según quienes la conocieron, “una musulmana ejemplar”. Su nombre era Fátima Charrihi y tenía siete hijos, varios de las cuales estaban con ella la noche del jueves.

“Aunque aún no haya sido reivindicado, este atentado cobarde lleva el sello de Daesh”, opina Mohamed Moussaoui, presidente de la Unión de Mezquitas de Francia: “La estrategia frente a esta amenaza tiene que pasar por la educación y la rehabilitación de todos esos jóvenes que hoy en día se han transformado en armas al servicio del terrorismo”.

Treinta y dos de las 84 víctimas han sido hasta ahora plenamente identificadas: sólo una de ellas tiene nacionalidad francesa.

Por Ricardo Abdahllah

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