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Cuando los recuerdos para turistas son fabricados por niños haitianos

Desde los cinco años los niños empiezan a trabajar forjando hierro para hacer figuras. Aunque los haitianos reconocen que es peligroso, aseguran que es el único modo de ganar dinero para sobrevivir.

Amelie Barón - AFP
30 de abril de 2016 - 05:05 p. m.
Cuando los recuerdos para turistas son fabricados por niños haitianos

Sentado sobre el piso de tierra, Samuel Jean trata de formar la figura de un barco con un trozo de hierro forjado: un souvenir para turistas que este niño de siete años ayuda a fabricar a cambio de unos pocos centavos.

En el pueblo de Noailles, en las afueras de Puerto Príncipe, la tradición de cortar el hierro forjado se ha transmitido en los últimos 50 años de una generación a otra.

Es una herencia que incluso ha suscitado admiración en las visitas de autoridades y personalidades extranjeras, ante quienes, sin embargo, los niños no aparecen con las herramientas en la mano.

"Mucha gente vino aquí para descubrir nuestro trabajo: Bill Clinton, parlamentarios, embajadores extranjeros", dice orgulloso Walner Joseph bajo el incesante ruido del martillo.

Después de años de trabajo, este hombre de 46 años tiene ahora su propio taller y emplea a unas quince personas, entre ellas varios niños.

"Él es un gran jefe, sí, seguro, a su edad", sonríe mientras señala con el dedo a un chico que dice tener entre ocho y nueve años. "Así se perpetúa la tradición".

Esta "tradición" permanece atada sin embargo a los caprichos de la demanda: los turistas son todavía pocos en Haití y los artesanos deben trabajar para abastecer los mercados de recuerdos turísticos en otras zonas del Caribe.

"Aquellos que me hacen los pedidos incluso me sugieren que no ponga mi nombre en la parte de atrás de estas piezas. Sueño solamente con poder escribir Haití", lamenta Walner Joseph mientras retoca una pintura de casas típicas del litoral de Curazao (otra isla del Caribe), que él sólo conoce por la foto que tiene en sus manos.

Para pagar sus estudios 

Bastien Jean Ricardo también trabaja para el mercado internacional, pero, en su caso, dejar en claro el origen de las piezas de su taller es una fortaleza: la cadena estadounidense Macy's las promociona en una línea comercial dedicada a Haití.

Para este hombre de 36 años es la culminación de un sueño que comenzó desde que era muy pequeño. El también comenzó a trabajar el hierro forjado apenas poco después de aprender a leer.

"Fue un tanto difícil, me di muchos martillazos en los dedos", recuerda. "Ahora, soy quien enseña el oficio a los jóvenes, pero sólo les dejo hacer lo que es más fácil. Algunos niños empiezan a trabajar a los cuatro o cinco años. Es peligroso, es cierto, pero apenas es lo que tienen para vivir", se lamenta.

El trabajo antes de la edad legal de 14 años es una realidad tristemente común en Haití.

Más del 60% de la población gana menos de dos dólares al día y casi la mitad de las familias son monoparentales, a cargo principalmente de mujeres, el grupo más afectado por la pobreza.

En Haití "que un niño se encuentre en una situación en la que debe trabajar no es forzosamente mal visto, sino que se ve como una oportunidad: una forma de acceder a servicios que de otro modo no podría", dice Inah Kaloga, que dirige la agencia de protección de la infancia de Unicef.

El 80% de las escuelas de Haití son privadas y tan solo pagar el uniforme ya implica enormes privaciones por parte de los padres.

"Frente a estas barreras concretas en las posibilidades de estudiar, para muchas familias, la idea del trabajo infantil no es la de tener un ingreso extra para mejorar la vida diaria, sino conseguir satisfacer las necesidades de los niños de forma regular y sostenible", señala.

Es esta pobreza la que llevó a Tyson Jean-Baptiste a trabajar en los talleres de Noailles desde los nueve años. "El hierro es la única cosa que tenemos para hacer. Quiero terminar la escuela secundaria", dice este muchacho de 18 años.

A su lado, Samuel escucha en silencio después de haber conseguido armar una nueva pieza de lo que antes era un gran tambor de aceite. En épocas de alta actividad en Noailles, este niño logra ganar entre nueve y diez dólares al día.

Esta cantidad es esencial para la supervivencia de su familia, pero incluso sumada a los escasos ingresos que su padre obtiene por la venta de maíz, no es suficiente para salir de la pobreza extrema.

La familia de cinco integrantes mora en una vivienda improvisada, de pocos metros cuadrados casi sin muebles, construida con con plásticos sostenidos por palos de madera.

A sus siete años, Samuel nunca pudo ir a la escuela, y hace diariamente su ronda por los talleres en busca de trabajo mientras sueña con tener un día su propio negocio de recuerdos para turistas.

Por Amelie Barón - AFP

 

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