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Cuatro años más

Contra todo pronóstico, el presidente Barack Obama estará al mando de Estados Unidos otro período. Tendrá que desafiar el abismo fiscal al que está cercano su país y equilibrar los profundos problemas sociales.

Richard McGregor / Financial Times
10 de noviembre de 2012 - 09:00 p. m.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tiene como desafío no sólo recuperar la economía de su país, sino ayudar a resurgir a la clase media. / AFP
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, tiene como desafío no sólo recuperar la economía de su país, sino ayudar a resurgir a la clase media. / AFP

La reelección de Barack Obama ha cimentado su lugar en la historia como una figura que desafía los supuestos de la política, pues fue capaz de ganar un segundo período en medio de una situación económica que generalmente implica una derrota. No obstante, el que sea recordado como un gran presidente depende de cómo ataque los profundos problemas fiscales y sociales de Estados Unidos.

En casa enfrenta problemas de presupuesto casi insolubles y décadas de reducción en los ingresos de la clase media. En el extranjero se enfrenta a una China en ascenso, un Medio Oriente de nuevo inestable y el prospecto de un Irán con armas nucleares, que amenaza con arrastrar a Estados Unidos hacia otro conflicto, que no quiere ni puede financiar.

La confrontación inmediata de Obama con los republicanos es por el “abismo fiscal”, una serie de recortes automáticos al gasto e incrementos tributarios que tendrán efecto antes del fin de año. Junta en un paquete tóxico medidas en las que ambos bandos han sido incapaces de ponerse de acuerdo durante los últimos dos años y que van desde el vencimiento de recortes tributarios de la era Bush hasta reducciones en gastos que se aprobaron como parte del acuerdo que elevó los límites de préstamo de Estados Unidos. Las medidas podrían costarle varios puntos del PIB a Estados Unidos, lo cual tendría un efecto negativo inmediato sobre la economía mundial.

Obama hizo su campaña como el campeón de los hogares de clase media, que han visto cómo se paralizan sus ingresos y cómo cayó su seguridad laboral cuando la globalización generó competencia a bajo costo en otros países.

Ahora que mercados emergentes como India, Brasil y China están en etapas relativamente tempranas de desarrollo, y que África juega un papel cada vez mayor en el comercio mundial, Obama tiene pocas probabilidades de afectar esta tendencia. Pero haga lo que haga, los Estados Unidos no estarán en el camino adecuado hasta que se realice el acuerdo presupuestal.

La política de presupuesto que distinguió a la campaña de Obama, que fue aumentar los impuestos de los ricos, no arreglará por sí sola los problemas de presupuesto del país.

La medida real del éxito de Obama será cómo lidie con los retos a largo plazo del presupuesto, en especial alrededor de Medicare, el programa de seguridad social que provee de salud a los ancianos y a los jóvenes discapacitados. Junto con las pensiones, Medicare y Medicaid, que financia la salud de los pobres, son el núcleo de la red de seguridad de Estados Unidos. Una reforma a estos programas es la mejor carta que puede jugar Obama cuando se trate de obtener concesiones tributarias de los republicanos.

Cualquier republicano del Congreso que quiera ir en contra de aquella ortodoxia de oposición directa al aumento de las tasas tributarias marginales, probablemente no sobreviva hasta el 2014, cuando sean las próximas elecciones parlamentarias.

Sin embargo, la victoria de Obama ha introducido una nueva dinámica. Ahora que ha ganado dos veces la Casa Blanca gracias a la propuesta de aumentar los impuestos de los ricos, su base política espera que cumpla esta promesa.

Los demócratas estarán furiosos si Obama acepta extender de nuevo los recortes tributarios. A finales de 2010, luego de la arrasadora victoria de los republicanos en las elecciones de mitaca, el presidente llegó a un acuerdo con los conservadores para extender los recortes tributarios de Bush durante dos años más. Estos vencen como parte del abismo fiscal.

Aunque dijo que estaría dispuesto a negociar, dijo que no cedería en torno al corazón de su plan, que es aumentar los impuestos de los ricos. “Este fue un tema central en las elecciones y se debatió varias veces”, dijo. “El martes en la noche supimos que la mayoría de los estadounidenses estaban de acuerdo con mi estrategia”.

Aunque Obama ha terminado su campaña y de nuevo está gobernando, la formidable máquina que le ganó la reelección, con decenas de miles de voluntarios y cientos de oficinas en el país, está intacta. Sus asesores han dejado claro que la idea sencillamente no puede entregársela al siguiente demócrata que se lance a la presidencia.

“La razón por la que todas estas personas se involucraron fue porque creían en Barack Obama. Era una relación entre ellos y nuestro candidato”, dijo David Plouffe, un consejero de la Casa Blanca.

Sin embargo, los asesores del presidente también dijeron que tenían que decidir qué hacer con la infraestructura y los funcionarios, que genera una posibilidad intrigante: tendrá que regresar a su camino si quiere convencer a los republicanos y podría utilizar esta operación para presionarlos.

Obama puede no ser capaz de detener el abismo fiscal, al menos hasta comienzos de 2013; pero su poderosa máquina podría permitirle darle forma a su legado en la manera como desea, y no sólo como lo dicten sus contrincantes.

 

Por Richard McGregor / Financial Times

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