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Cuba: la vieja isla comunista que se abre ahora al mundo

La firma Coco Chanel presentará un desfile en la isla y un crucero proveniente de EE.UU. atracó en el puerto de La Habana. De manera paulatina, la isla cambia su espíritu.

Redacción Internacional
02 de mayo de 2016 - 10:43 p. m.
El buque Adonai cuando salía de Miami. Este 2 de mayo atracó en el puerto de La Habana. / EFE
El buque Adonai cuando salía de Miami. Este 2 de mayo atracó en el puerto de La Habana. / EFE

Cuba se convierte en una gran paradoja. Hace unos meses, La Habana era una capital apaciguada por más de 50 años de comunismo y que había permanecido en el orgullo de cierta vejez colonial. Ahora, aunque los casones descascarados por el salitre se han preservado impertérritos, sus calles anuncian otra época: la que determina un nuevo aire diplomático con Estados Unidos.

De ser una isla considerada como el último bastión tangible del comunismo, Cuba pasó a ser el escenario del concierto de los Rolling Stones, de la visita del presidente Barack Obama (el primer presidente negro, el primer presidente estadounidense en pisar la isla en 50 años), de la visita del Papa. Calles terciarias y principales resolvieron sus acentos desastrosos para que Francisco pudiera rodar sobre una vía aplacada y limpia. La Habana es otra: este 3 de mayo habrá un desfile de Coco Chanel y un día antes los cubanos vieron atracar el primer crucero en años en el puerto de La Habana. Iban 700 pasajeros y la gran mayoría era estadounidense. Es otra isla y es otra gente.

Y va camino de la paradoja porque, justamente, Cuba se había enfrentado en todos estos años a la confección de una identidad irrestricta, cubana, que no terciara con las tendencias foráneas. Coco Chanel presentará en el Paseo del Prado, como cuentan las agencias de noticias, una colección de glamour que supera los tres ceros y que podrán ver los habitantes de las calles pobres de la vecindad. Esto no significa que La Habana sea más rica: sólo se deja ver más. Como por una suerte de obligación, un régimen no permite la expresión de un individuo y por eso es menester expulsar a los pensadores, a los críticos y a los artistas, aquellos que someten a examen la perspectiva unívoca de la política.

El desfile de Chanel puede ser sorpresivo por la naturaleza de su empresa, pero es sobre todo inusual porque rompe con el esquema de las cosas que resulta de un gobierno comunista: la moda demuestra que cada uno tiene una perspectiva propia y que aquello que viste es una expresión de esa singularidad. En el comunismo no hay rostros singulares: hay uniformidad. Las agencias recuerdan que, hasta hace unas décadas, el estilo habanero era oscuro y predecible, monocorde como el canto de justicia de un primero de mayo. De un cuarto de siglo hasta hoy, tiendas clandestinas con diseños foráneos han diseminado tendencias distintas, y aun así los cubanos siguen luciendo como sus abuelos y sus padres y obedecen en su aspecto a la tendencia general del embargo: todo permanece en otro tiempo.

Ropa de segunda mano provee a veces una ilusión de apertura; las agencias registran el término “trapishopping” (en referencia a un trapo) para recordar que la única opción para alejarse de la moda común son las vestimentas que le pertenecieron a otro, en otro país, con una historia quizá bien distinta. Empresas de turismo y de viajes se han reconectado con la isla tras años de cierre a pesar de que el Congreso de Estados Unidos no ha aprobado la caída del embargo: Cuba está aún encerrada en sí misma y lo que vive, en realidad, es un placebo.

Por años, los cubanos tuvieron de la realidad exterior apenas un reflejo. Les llegaba a través de los productos de contrabando, de aquello que lograba llegar a la isla, de todo lo que hablaban los familiares en el exilio. Y entonces se creó una frontera invisible aupada por una guerra fría que, desde su comienzo, ya parecía una rebatiña oxidada. Por eso es histórico el hecho de que Estados Unidos y Cuba tengan de nuevo una relación diplomática: porque Cuba dejará de ser, en una predicción presurosa, el último bastión del comunismo y porque Estados Unidos ha sabido rendirse ante las pruebas de que no puede controlarlo todo y de que, en realidad, no debe controlarlo. Cuba es el fundamento de una nueva política de Estados Unidos hacia América Latina: somos amigos, pero tú con tus problemas y yo con los míos.

La película Rápido y furioso filmará una nueva parte de su saga plural en la isla. Habrá escenas en el Malecón y en otras calles principales, pavimentadas tras años de abandono. En el reciente Congreso de Partido Comunista, una línea de viejos camaradas reafirmó su poder y de paso declaró que Estados Unidos puede ser su colega pero no su amigo político: “Cuba seguirá siendo socialista”, alegó Raúl Castro en su arenga general. En ocasiones, los políticos van en contravía del camino que su pueblo ha decidido tomar. En este caso, el socialismo seguirá sobreviviendo mientras en sus calles se filma una película que expresa la mudable naturaleza del espíritu estadounidense: carros que explotan, mujeres atractivas y galopantes, hombres desquiciados y rufianes. Y al fondo de la escena, quizá, se verá una bandera cubana que ondea al ritmo que dé el viento de la tarde.
 

Por Redacción Internacional

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