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De cómo el amor sobrevive a los paradigmas

Edward Field es un poeta judío-americano de 92 años quien ha residido los últimos años de su vida en la ciudad de Nueva York junto a su compañero, el también escritor Neil Derrick, de 86 años, constituyéndose en una de las parejas homosexuales más longevas de la literatura contemporánea.

Carlos Eduardo Manrique
06 de noviembre de 2015 - 02:33 a. m.

Juntos han colaborado en la publicación de varias antologías de poesía y escribieron The villagers, una gran aproximación literaria al diario vivir del West Village en Manhattan, donde han residido durante las últimas décadas.

Field nació en 1924 en Brooklin, creció en el distrito de Long Island, donde participaba semanalmente en un programa radial de la WGBB tocando el cello en un trío familiar. Su padre Louis Field era dibujante de la Paramount Pictures y su madre un ama de casa encargada de la formación de él y sus cinco hermanos. Pronto tuvo la necesidad de trabajar y comenzó en una lavandería haciendo turnos de atención al personal y donde tuvo la oportunidad de conocer a Eleonore Roosevelt, esposa del presidente Franklin Delano Roosevelt.

Cuando tenía 18 años, Edward Field se vinculó al Ejército de Estados Unidos como una forma de encontrar emancipación y generar su propio espacio fuera de casa. Durante nuestro encuentro para este reportaje, en un restaurante georgiano del barrio italiano de Nueva York, contó que dentro de las filas también sufrió discriminación por ser judío y que sirvió con honores en más de 25 operaciones militares como controladora aéreo durante la Segunda Guerra Mundial. De vez en cuando interrumpía la cena que yacía entumecida en una sequedad inamovible de salsas ausentes y un cordero envuelto en tortillas de harina, para explicar detalladamente y con las manos bien alzadas cómo fue la operación en la cual sobrevoló Berlín y aportó para el vencimiento de las tropas de Adolf Hitler.

Ya dentro de la milicia, en una ocasión mientras viajaba en tren para mitigar las horas del trayecto decidió leer un libro de antología de los grandes poetas americanos y desde entonces surgió en él un espíritu inquieto e invencible que lo ha llevado a escribir durante los últimos sesenta y tantos años. Siendo el punto de partida para una larga carrera de reconocimientos que comenzaron con el premio Lamont de poesía otorgado en 1956 por su libro Amigos, levántense conmigo. Un premio de la academia a mejor documental corto en 1966 por To be alive, dirigido por David Thompson y Alexander Hammid y en el cual Field escribió la narración.

Al regresar de la confrontación bélica y luego de permanecer algún tiempo en Moscú estudiando actuación, pudo emplearse en una agencia de publicidad, donde conoció en 1959 a Neil Derrick, un joven californiano que había llegado a la Gran Manzana buscando oportunidades como autor luego de haber estudiar en Berkeley University. Field dice que fue una atracción inmediata y que allí comenzó una cercanía que los ha mantenido juntos los últimos 56 años, en los que han recibido total apoyo por parte de sus familias. Al poco tiempo viviendo juntos, su trabajo en la agencia de publicidad cesó y Neil obtuvo un empleo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, que alternó con la escritura de una novela porno titulada Up and coming, por la que ganó 1.500 dolares.

Neil Derrick perdió la vista en 1972 mientras era operado por un tumor cerebral. Desde entonces su compañero Edward Field se ha convertido no solo en sus ojos, sino también en su inseparable camarada. Ocasionalmente se les ve junto caminando las calles del West Village en Manhattan o sentados en alguna banca del literariamente mítico parque Washington Square, donde disfrutan de vez en cuando los clásicos del cine que proyectan los fines de semana.

Es un sector que conocen demasiado bien y que Derrick es capaz de describir con gran maestría cuando su silencio es irrumpido con alguna pregunta geográfica del sector. Parece pintar en su memoria los colores y las formas que le han sido dadas a conocer por el tacto y la audición. No en vano han escrito juntos la novela de Villagers, considerada un best seller por algunos críticos literarios y que viene a ser una muestra narrada bastante fiel de la vida misma en aquel rincón lleno de arte e inspiración en la capital del mundo llamado el West Village.

Su obra poética es en gran medida una muestra inquebrantable del carácter interior de los ciudadanos y el ambiente de la ciudad de Nueva York y de otras urbes que han visitado. Se descubre en gran parte de su obra la permanencia emocional de todo lo que implica el estoicismo de la nueva Inglaterra y la profunda sensación de libertad sentimental evocada por los hombres que yacen entumecidos hasta el día del ejercicio de emancipación de toda esa jaula de afanes y emociones frenéticas que es la capital del mundo.

Juntos han enfrentado no solamente las transformaciones editoriales por la tecnología, a la que por cierto se han acomodado bastante bien, pues varias veces durante nuestra charla Edward Field ha dejado claro que se siente fascinado con la internet, donde viene trabajando en algunas publicaciones y en la compilación de textos de poesía de los grandes autores norteamericanos y desde donde pudo revisar la edición de su libro de memorias El hombre que se casaría con Susan Sontag y otras intimidades literarias de la era bohemia, editado por la Universidad de Winsconsin.

Otra de las victorias que sienten haber conquistado juntos es el poder vincularse en matrimonio. Dicha realidad, que habían esperado durante muchos años, les fue finalmente otorgada gracias al reciente fallo de la Suprema Corte de los Estados Unidos. Inmediatamente iniciaron los papeles para formalizar de manera civil lo que el sentimiento les había afirmado durante más de cinco décadas. Visiblemente emocionado, Field comenzó la semana siguiente los papeles para su matrimonio en lo que considera una victoria de la igualdad en una sociedad tan marcada por la diversidad de sus ciudadanos.

Algo que siempre tuvieron claro es que no adoptarían un niño aun cuando la legislación de su país se los hubiera permitido. Exponen entre otras razones que siempre consideraron que su vida estaba completa así como se había desarrollado, que son personas económicamente marginadas y que la crianza de un niño implica una gran responsabilidad no solamente en el sentido monetario, sino en otras inversiones que muy posiblemente hubiesen alterado su establecido quehacer cotidiano. Ya no vienen trabajando en ningún proyecto juntos. Sin embargo, Edward despierta muy temprano cada mañana para pulir algunos poemas de su autoría que próximamente publicará para deleite de sus amigos y lectores, quienes pueden disfrutarlo en cualquier lugar, inclusive en el Washington Square cuando arrecie el invierno, para calentar un poco el alma con algo de poesía.

Por Carlos Eduardo Manrique

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