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Dinero de la CIA llenaba las arcas de Al Qaeda

Mientras EE.UU. dice que no paga a terroristas por secuestrados de su país, entregó dinero a este grupo para comprar la lealtad de los caciques, legisladores y otros afganos prominente.

Matthew Rosenberg, NYTimes
20 de marzo de 2015 - 05:14 p. m.
AFP / AFP
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En la primavera del 2010, funcionarios afganos cerraron un trato para liberar a un diplomático afgano al que Al Qaeda tenía como rehén. Sin embargo, el precio era alto – cinco millones de dólares – y funcionarios de seguridad séniores batallaban para conseguir el dinero.

Primero, recurrieron a un fondo secreto que la CIA había fondeado con entregas mensuales de efectivo en el palacio presidencial en Kabul, según varios funcionarios afganos involucrados en el incidente. El gobierno afgano, dijeron, ya había reservado para el futuro cerca de un millón de dólares de ese fondo.

En cuestión de semanas, se entregó ese dinero y cuatro millones de dólares más que proporcionaron otros países a Al Qaeda, rellenando sus arcas después de que una implacable campaña de ataques con drones de la CIA en Pakistán había diezmado a las altas jerarquías de la red extremista.

“Dios nos bendijo con una buena cantidad de dinero este mes”, escribió Atiyah Abd al Rahman, el gerente general de la organización, en una carta dirigida a Osama bin Laden en junio del 2010, y nota que el dinero se utilizaría en armas y otras necesidades operativas.

Bin Laden exhortó a tener precaución por temor a que los estadounidenses supieran del pago y le hubieran puesto radiación o veneno al dinero, y lo estuvieran rastreando. “Existe una posibilidad – no muy fuerte – de que los estadounidenses sepan de la entrega del dinero”, respondió por escrito, “y de que hayan aceptado el arreglo del pago con base en que el dinero se moverá bajo vigilancia aérea”.

La contribución de la CIA al balance de Al Qaeda, no obstante, no era ninguna trampa bien colocada, solo era otro de una larga lista de ejemplos de cómo Estados Unidos ha financiado a los mismos extremistas a los que combate, a veces sin darse cuenta, en gran parte debido a una mala supervisión y a controles financieros poco estrictos.

Aunque se niega a pagar rescates por estadounidenses secuestrados por Al Qaeda, los talibanes o, más recientemente, el Estado Islámico, Estados Unidos ha gastado cientos de miles de millones de dólares en la última década en las guerras en Irak y Afganistán, parte de los cuales ha ido a parar a combatientes enemigos.

Las cartas sobre el rescate del 2010 se incluyeron en la correspondencia entre Bin Laden y Rahman que los fiscales federales presentaron como evidencia en el juicio, en Brooklyn, de Abid Naseer, un agente paquistaní de Al Qaeda, a quien condenaron este mes por apoyar al terrorismo y conspirar para explotar una bomba en un centro comercial británico.

Las cartas se extrajeron de entre el montón de computadoras y documentos que tomaron los SEAL de la marina durante la redada en el 2011, en la que mataron a Bin Laden en Abotabad, Pakistán, y habían estado clasificadas hasta que se presentaron como evidencia en el juicio.

Los detalles de la contribución, sobre la cual no se había informado, de la CIA al rescate que exigió Al Qaeda, se dedujeron de las cartas, así como de entrevistas con funcionarios afganos y occidentales que hablaron a condición del anonimato, debido a lo delicado del asunto. La CIA declinó hacer comentarios.

Abdul Jaliq Farahi, el diplomático liberado a cambio del dinero, fungía como cónsul general afgano en Peshawar, Pakistán, cuando lo secuestraron en septiembre del 2008, al ir manejando rumbo al trabajo. Faltaban unas cuantas semanas para que asumiera su empleo nuevo como embajador de Afganistán ante Pakistán. Insurgentes afganos y paquistaníes habían capturado a Farahi, pero, en cuestión de días, lo entregaron a miembros de Al Qaeda. Lo retuvieron por más de dos años.

El gobierno afgano no tenía contacto directo con Al Qaeda, obstaculizando las negociaciones hasta que intervino como mediadora la red Haqani, una facción insurgente afgana con vínculos estrechos con aquélla.

Dirigentes de Al Qaeda querían la liberación de algunos extremistas cautivos y, por las cartas, parece que calibraron su oferta y solo pidieron a hombres que retenían . autoridades afganas y no los que habían encarcelado los estadounidenses, quienes rechazarían la exigencia como una cuestión de política. “La cantidad que acordamos fue cinco millones de dólares”.

Se entregaron los primeros dos millones de dólares poco antes de que se escribiera la carta. En ella, Rahman le pregunta a Bin Laden si necesita dinero y dice: “también hemos designado una cantidad suficiente para fortalecer militarmente a la organización surtiéndola de buenas armas”. (Se identificó con aliases a los dirigentes de Al Qaeda que se mencionan en las cartas. Bin Laden, por ejemplo, firmaba sus cartas como Zamray; Rahman, quien murió en un ataque con drones en Pakistán, en agosto del 2011, usaba el alias Mahmud.)

También se usaría el dinero para ayudar a las familias de los combatientes de Al Qaeda que estaban presos en Afganistán, y parte se le dio a Ayman al Zawahri, quien sería el sucesor de Bin Laden como dirigente de Al Qaeda, a quien se identifica en las cartas con el alias de Abu Muhamad, escribió Rahman.

Otras organizaciones extremistas ya habían oído del pago del rescate y habían extendido las manos, reportó Rahman. “Como sabe, no se puede controlar a las noticias”, escribió. “Nos están pidiendo que les demos dinero, que Dios nos ayude”.

Sin embargo, es claro que a Bin Laden le preocupaba que el pago fuera un timo estadounidense, con el objeto de revelar la ubicación de altos dirigentes de Al Qaeda. “Parece algo raro, un poco porque en un país como Afganistán, por lo general, no pagarían esta cantidad de dinero para liberar a sus hombres”, escribió.
“¿Acaso alguno de sus parientes es un alto funcionario?”, continuó, refiriéndose a Farahi, el diplomático. Fue una pregunta profética: Farahi era yerno de un hombre que había fungido como mentor del entonces presidente Hamid Karzai.

Proponiendo precaución, bin Laden aconsejó a Rahman que cambiara el dinero a otra moneda en un banco y luego fuera a otro, y volviera a cambiarlo a cualquier moneda que prefiriera. “La razón para hacer eso es para ir a la segura en caso de que le pongan sustancias dañinas o radiación al papel del dinero”, escribió Bin Laden.

Al parecer, ninguno de los dos hombres sabía, de hecho, de dónde provenía el dinero. Aparte del dinero de la CIA, funcionarios afganos dijeron que Pakistán contribuyó con casi la mitad del rescate, en un esfuerzo por terminar lo que percibía como una perturbadora atracción secundaria en su relación con Afganistán. El resto provino de Irán y los Estados del golfo Pérsico, que también contribuyeron al fondo secreto del presidente afgano.

En una carta fechada el 23 de noviembre del 2010, Rahman reporta a Bin Laden que se habían recibido los restantes tres millones de dólares y que habían liberado a Farahi. Entre tanto, la CIA continuaba dando bolsas de dinero – que, cada vez, iban de unos cuantos cientos de miles de dólares hasta más de un millón – en el palacio presidencial, cada mes, hasta el año pasado, cuando Karzai dejó el cargo.

Se usaba el dinero para comprar la lealtad de los caciques, legisladores y otros afganos prominentes – y potencialmente problemáticos _, con lo que ayudaban al palacio a financiar una vasta red de apoyos que aseguraba la base de poder de Karzai. También se utilizaba para cubrir los gastos que era necesario mantener fuera de la contabilidad, como viajes diplomáticos clandestinos y algunos costos más comunes que incluían el pago de la renta de las casas de invitados en las que vivían algunos altos funcionarios.

El flujo de dinero se frenó desde que un nuevo presidente, Ashraf Ghani, asumió el cargo en septiembre, dijeron funcionarios afganos, quienes se negaron a entrar en detalles. Sin embargo, añadieron que seguían recibiendo dinero y no tenían claro cuán robustas son las limitaciones estadounidenses actuales.
“Es efectivo”, dijo un exfuncionario afgano de seguridad. “Una vez que llega al palacio, no pueden hacer nada en cuanto a cómo se gasta”.

 

Por Matthew Rosenberg, NYTimes

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