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La doble moral de las guerras

Mientras Rusia es acusada de armar a los rebeldes ucranianos, la comunidad internacional ve con buenos ojos el apoyo a la insurgencia en Siria por parte de Occidente. ¿Cuándo es legítimo impulsar una guerra desde afuera?

Santiago La Rotta / Daniel Salgar Antolínez
05 de agosto de 2014 - 03:50 a. m.
El ejército israelí dispara artillería en contra de Gaza. Parte del arsenal de Israel es proveída por Estados Unidos.  / EFE
El ejército israelí dispara artillería en contra de Gaza. Parte del arsenal de Israel es proveída por Estados Unidos. / EFE
Foto: EFE - ATEF SAFADI

“Sería estúpido negar que Rusia apoya a los separatistas. La pregunta de verdad es cuál es la escala de este apoyo”. Las palabras son de Anton Lavrov, un analista militar ruso que poco después del derribo del vuelo MH17 de Malaysia Airlines comenzó a juzgar los supuestos vínculos entre el Kremlin y los rebeldes prorrusos en Ucrania. Y como él, muchos.

La respuesta a la pregunta de Lavrov es un asunto difuso, pero que con cierto nivel de certeza parece apuntar a que Rusia es, más que un apoyo ideológico en la causa de los rebeldes, un gran proveedor de armas: tanques, vehículos de transporte blindados, misiles tierra-aire. Claro, también está el asunto de los misiles Buk de largo alcance que derribaron el MH17, aunque nadie parece capaz (o al menos dispuesto) a establecer quién fue el proveedor de este armamento.

Lo que sí parece claro es que cerca de la ciudad rusa de Rostov existe una instalación de entrenamiento en la que, según información de inteligencia divulgada por Estados Unidos (datos que públicamente ha corroborado la OTAN), se provee instrucción a los rebeldes ucranianos, incluso en el manejo de sistemas de misiles tierra-aire de gran alcance, como los famosos Buk.

La localidad de Rostov es particularmente interesante en esta historia, pues en los primeros días de junio de este año un misil tierra-aire fue transportado desde una instalación militar en Moscú hasta una en el área en donde se cree existe el campo de entrenamiento para los rebeldes prorrusos. Tres semanas después, las fuerzas ucranianas les incautaron el arma a los separatistas en territorio ucraniano, de acuerdo con la minuta de servicio del arma, que, aún con los sellos de los inspectores del ejército ruso, fue obtenida por la agencia Reuters a través de un diplomático occidental.

Rusia es hoy objeto de duras sanciones económicas interpuestas por la Unión Europea y EE.UU. Las restricciones, como era de esperarse, se endurecieron después del derribo del MH17.

Pero antes del derribo del avión, Rusia se enfrentaba al repudio de buena parte de la comunidad internacional por su presunto apoyo a los separatistas ucranianos, además de la anexión de la península de Crimea. Y no era solo rechazo: EE.UU. ya había impuesto sanciones contra bancos rusos y personas cercanas al Kremlin, al igual que la Unión Europea.

Las regiones del este de Ucrania cuentan con una población que desciende mayoritariamente de rusos. El ruso, sin ser el idioma oficial, es la principal lengua en los colegios de esta parte del país y, en últimas, existe un amplio sentimiento de simpatía hacia Rusia por razones que tienen que ver con la Unión Soviética, pero que pueden ir de largo hasta el tiempo de los zares. Crimea, por ejemplo, era tan sólo la exacerbación de ese escenario con un 70% de población étnicamente rusa.

En esas condiciones, Rusia aseguró que su simpatía con el movimiento separatista tenía que ver más con el cuidado de una población que ve como suya, pues, a fin de cuentas, las revueltas en Kiev entre noviembre de 2013 y febrero de este año terminaron en la salida del poder de un presidente elegido democráticamente (mandatario abiertamente prorruso, vale la pena aclarar).

Ucrania ya celebró elecciones presidenciales (aunque no legislativas), pero antes de eso las regiones de Lugansk y Donetsk realizaron un referendo para decidir si hacían parte de Rusia o Ucrania, o al menos permanecer en esta última bajo una forma de federalismo que les otorgara más independencia a las provincias. La consulta no fue reconocida por la comunidad internacional, aunque la posición rusa en el momento fue apoyar el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Este es un elemento curioso, por decir lo menos, porque bajo cierta forma de este mismo argumento Occidente, principalmente EE.UU., ha apoyado a la insurgencia en Siria en contra del gobierno de Bashar al Asad. Claro, en el largo y atroz camino de la guerra en Siria, que ha dejado más de 150 mil muertos, está la mancha de un ataque con armas químicas. Este tipo de armamento ya no está en manos del gobierno de Al Asad gracias a una brillante maniobra diplomática de Rusia, por cierto.

Siria es otro punto interesante, porque solía ser el principal comprador de armas de Rusia, al menos hasta hace unos tres años. Y Rusia es hoy el segundo mayor exportador de armas del planeta, con ventas anuales que superan los US$14 mil millones y cuya lista de clientes incluye países como India, que hace unos años le compró US$7 mil millones en equipamiento para su flota de aviones de combate. Claro, el mayor exportador de armas es EE.UU., que en el peor de los casos duplica las ganancias anuales de Rusia en este ámbito.

Sin querer entrar en la discusión acerca de la existencia de una nueva Guerra Fría, sí resulta llamativo que el mayor fabricante de armas del planeta acuse al segundo de apoyar una insurgencia violenta y supuestamente ilegítima en Ucrania, cuando hace exactamente lo mismo con los rebeldes en Siria. En últimas, ¿cuándo resulta válido jugar la carta de la autodeterminación de los pueblos?

El papel de EE.UU. es conflictivo, pues mientras apoya el derrocamiento de Bashar Al Asad en Siria, también financia las fuerzas militares de Egipto e Israel, lo cual le sirve para mantener el statu quo en Oriente Medio. La cercanía de EE.UU. con Israel también da para muchos análisis. La cooperación económica y militar entre ambos se remonta a 1948. Desde el establecimiento del estado israelí y durante los siguientes 20 años, Israel recibió de Washington alrededor de US$1.323 millones. En la década siguiente (1969 a 1978), esta cantidad llegó a US$11.427 millones. Desde 1979, con la firma de los acuerdos de Camp David en El Cairo, la ayuda fue incrementada e Israel recibe alrededor de tres mil millones de dólares anuales. Tel Aviv encabeza la lista de países que más apoyo directo reciben del país norteamericano. Ese apoyo estadounidense le garantiza superioridad militar frente a todos los ejércitos árabes.

EE.UU., además, ha financiado una buena parte del maravilloso sistema de defensa israelí, el Iron Dome, que intercepta un 90% de los misiles enviados desde Gaza por Hamás contra zonas urbanas de Israel. Washington ha pagado por siete de las ocho baterías con que cuenta este sistema.

Las macabras imágenes de la mortandad y la crisis humanitaria generada por la ofensiva israelí Margen Protector en la Franja de Gaza han avivado la discusión sobre las armas que allí se utilizan. Fuentes del ejército israelí han dicho a este diario que en los últimos años Hamás ha mejorado su capacidad bélica debido a que recibe insumos para la fabricación de armas por parte de Irán y Siria. El apoyo de esos países es condenado por muchos que consideran a Hamás una organización terrorista (Israel, EE.UU, la Unión Europea, entre otros). No obstante, la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Navy Pillay, en días pasados llamó la atención al denunciar a EE.UU. por proporcionar armamento al ejército de Israel y no hacer lo suficiente para detener su mortífera ofensiva militar en Gaza.

Pillay, en los discursos que ha dado últimamente, señaló que “EE.UU. no sólo provee a Israel con artillería pesada usada en Gaza, sino que ha gastado casi mil millones de dólares para proteger contra los cohetes a los civiles israelíes (con el Iron Dome). Una protección con la que no cuentan los civiles de Gaza”. Aun así, EE.UU. ha intentado ser un mediador neutral, tanto para lograr una tregua a los últimos enfrentamientos en Gaza, como para impulsar un proceso de paz integral entre Israel y Palestina. Ambos intentos han fracasado durante el gobierno de Obama, quien desde su primer mandato prometió llevar la paz a Oriente Medio.

Una buena parte del material utilizado para bombardear Gaza viene de EE.UU. La semana pasada, el portavoz del Pentágono, el contraalmirante John Kirby, confirmó el envío a Israel de más material de guerra a petición de las Fuerzas de Defensa israelíes. Entre la munición enviada se encuentra la necesaria para lanzagranadas y piezas de mortero de 120 milímetros, como los que fueron utilizados el 30 de julio y provocaron la muerte de al menos 19 personas en una escuela de la ONU que servía como refugio para gazatíes. Mientras se aprobaba el envío de la munición, el gobierno estadounidense condenaba enérgicamente el bombardeo de la escuela.

Pero no sólo Israel recibe cooperación militar por parte de EE.UU. Egipto, que intenta mediar para conseguir una tregua definitiva en Gaza, es el segundo receptor extranjero de ayuda militar de EE.UU. Cuando derrocaron a Mohammed Mursi, el único presidente electo en la milenaria historia egipcia, quienes salieron a protestar y a exigir el regreso del jefe de Estado al poder fueron reprimidos, en parte, con tanques “made in USA”.

La suma que recibe anualmente Egipto llega a US$1.550 millones, de los cuales US$1.300 millones son ayuda militar y US$250 millones se destinan a programas sociales, de infraestructura y medio ambiente. A cambio de esa financiación, Washington se asegura la libre movilidad de sus aviones por el espacio aéreo egipcio y de sus barcos de guerra por el canal de Suez.

De la ayuda de EE.UU. a Egipto depende además en buena parte el mantenimiento del statu quo en la región. Los acuerdos para buscar la paz entre Egipto e Israel se sustentan en buena medida en la financiación de EE.UU. a ambos ejércitos. Bajo el mando de Gamal Abdel Nasser, Egipto era un país no alineado, pero recibía ayuda militar de la Unión Soviética. Después de la guerra árabe-israelí de 1974, comenzó a recibir ayuda militar y de otro tipo de EE.UU. Esta relación se hizo cada vez más fructífera, sobre todo después de las negociaciones de paz que comenzaron tras la firma de los acuerdos de Camp David, en los que Egipto e Israel solucionaron sus conflictos territoriales.

La cercanía y la dependencia de las autoridades egipcias con Washington ha puesto a muchos a dudar si hoy El Cairo funciona como mediador neutral al buscar treguas entre Israel y Hamás. Mientras Mursi estuvo en el poder, por ser un miembro de los Hermanos Musulmanes, prometía un mayor distanciamiento de las políticas occidentales. Desde su derrocamiento, sin embargo, el paso fronterizo entre Egipto y Gaza permanece cerrado la mayor parte del tiempo y los túneles subterráneos que conectaban ambos territorios han empezado a ser destruidos. Eso puede garantizar el mantenimiento de la seguridad en la península del Sinaí para Egipto y evitar que ingresen armas para que Hamás ataque a Israel, pero también implica una tragedia para los gazatíes que viven confinados entre Egipto e Israel y obtienen buena parte de sus productos básicos a través de esas fronteras.

Por Santiago La Rotta / Daniel Salgar Antolínez

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