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Dos visiones de Sharon

El exprimer ministro israelí, fallecido a los 85 años, dividía opiniones. Víctor de Currea-Lugo, profesor de la Universidad Javeriana y defensor de la causa palestina y Marcos Peckel, director Comunidad Judía y profesor de la Universidad Externado analizan la historia y legado del polémico general.

El Espectador
11 de enero de 2014 - 02:09 p. m.

Marcos Peckel*
 
En el conflicto palestino-israelí quien es héroe en un lado es villano en el otro y Ariel Sharon encarna como ninguno ambas cualidades.
 
Sharon, miembro de la generación de fundadores del Estado de Israel, cuyo único sobreviviente es el presidente Shimon Peres, es considerado uno de los más brillantes estrategas militares en la historia del Estado Judío.

Luchó en las guerras de independencia en 1948, de Suez en 1956, de los Seis días en 1967 y de Yom Kipur en 1973, en la cual bajo su comando el ejército israelí, tras unos primeros días aciagos, logró darle vuelta a la situación militar, derrotando al ejército egipcio y poniendo fin a esa guerra, que eventualmente abrió las puertas a la paz que firmaría Israel con Egipto en 1979.
 
Como es tradicional en Israel, una vez recibió su baja del ejército, Sharon ingresó a la política de la mano de Menajem Begin, líder histórico del partido Likud.
 
Su carrera política sufrió su más crítico revés cuando como ministro de Defensa en 1982 durante la primera guerra del Líbano, en la cual Israel expulsó a la OLP de ese país, ocurrió la masacre en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, cometida por milicias cristianas bajo el mando de Eli Hobeika. Sharon fue obligado a renunciar a su cargo tras masivas manifestaciones en su contra en Israel y después que el informe de una comisión judicial establecida por el gobierno de Begin lo acusara de no haber “previsto e impedido los lamentables hechos”.
 
Sharon siempre mantuvo posiciones radicales frente al conflicto con los palestinos y fue un vocal oponente de los acuerdos de Oslo.
Sin embargo, al llegar al poder tras las elecciones de 2001, en medio de la segunda intifada cuando terroristas suicidas de Hamas asesinaban civiles en Israel, Sharon entendió que era esencial llegar a la paz con el pueblo palestino. En una clara demostración de pragmatismo y liderazgo, Sharón ordenó la retirara total de Israel de la franja de Gaza incluido el desmantelamiento de los asentamientos judíos. Este acto lo llevó a renunciar al partido Likud y fundar Kadima, que punteaba cómodamente en las encuestas para las elecciones de 2006, cuando la naturaleza se ensaño con el primer ministro confinándolo tras un derrame cerebral, a un coma que llegaría a su término el día de ayer con su muerte.

La actual líder de Kadima, Tzipi Livni, discípula de Sharón, es la encargada por parte del gobierno de Israel de las actuales negociaciones de paz con los palestinos, que de llegar a buen término tendrían sin duda la aprobación de fallecido líder.
 

Víctor de Currea-Lugo
@DeCurreaLugo*

Cuando sólo tenía 20 años, ya Ariel Sharon dirigía una unidad militar en la guerra de 1948 y no dejó de participar en las guerras que le fue posible. Eso no lo hace necesariamente héroe ni villano, pero dinamitar casas llenas de civiles palestinos en 1962, y participar en el genocidio contra palestinos en los campamentos de Beirut en 1982 donde miles de indefensos fueron ejecutados, sí lo hace un criminal de guerra. Su participación en Sabra y Chatila fue tan obvia que fue condenado, no por un tribunal internacional sino por un tribunal israelí.

En el año 2000, caminó de manera desafiante por sitios sagrados de los musulmanes hasta desatar la segunda Intifada en la que, ya como Primer Ministro demostró su crueldad: más de 300 casas demolidas con personas dentro en Jenín en 2001, fue sólo uno de tantos crímenes.

La misma noche de su elección en 2000
, dice el profesor Arnon Sofer, lo llamó Sharón para hablar del muro. Y según Ron Nahman, “el mapa del muro es el mismo mapa que yo vi durante cada visita que Ariel Sharon hizo desde 1978”.

Meses después llegué a trabajar en Palestina
y no pasaba un solo día en que fuéramos testigos de crímenes de todo tipo cometidos por el ejército israelí. En Hebrón algunos jóvenes eran sometidos a rifas, podían escoger entre que se les partiera un brazo, una pierna o la nariz. A pocos metros de mi casa en Jerusalén del Este un niño de 10 años fue asesinado por correr y no permitieron que nadie se le acercara hasta que falleció. Ariel Sharon repetía su frase: “lo que no se puede hacer con fuerza, se puede hacer con más fuerza”.

En 2004 recibió el apoyo total de George Bush
a su política de construcción de asentamientos en tierras palestinas, política que no ha cesado y que hizo posible que hoy más de medio millón de israelíes vivan ilegalmente en territorio palestino.

La propuesta de paz de Sharon
siempre fue sencilla: en el mejor de los casos una Palestina fragmentada, sin fronteras internacionales, sin continuidad territorial, sin autonomía y sin Fuerzas Armadas.

En 2005 vi la parafernalia del retiro de colonos de Gaza
, pero no de los militares, con lo cual Gaza nunca ha dejado de estar bajo ocupación. Sharon dijo: “en el marco del plan de desconexión, Israel va a reforzar su control sobre las áreas de la Tierra de Israel, las cuales constituirán una parte inseparable del Estado de Israel en cualquier acuerdo futuro” refiriéndose claramente a Cisjordania y la totalidad de Jerusalén.

El asesor de Sharon para ese plan dijo que “el significado del plan de desconexión es congelar el proceso de paz. Y cuando tú congelas el proceso de paz, tú impides el establecimiento del Estado palestino, y previenes la discusión sobre los refugiados, las fronteras y Jerusalén. Efectivamente, ese paquete completo llamado Estado Palestino, con todo lo que encierra, ha sido removido indefinidamente de nuestra agenda”.

Ya en 2002, Sharon lo había dicho de otra manera: “no será posible alcanzar un acuerdo con ellos antes de que los palestinos sean golpeados duramente. Ahora ellos tienen que ser golpeados. Si ellos no son severamente derrotados, no habrá ninguna negociación. Solamente después de que ellos sean derrotados, seremos capaces de conducir unas conversaciones. Yo quiero un acuerdo, pero primero ellos tienen que ser derrotados, entonces ellos dejarán de pensar que pueden imponer un acuerdo a Israel que Israel no quiera (…) Nosotros debemos causarles numerosas víctimas”.

El legado de Sharon es funcional al sueño sionista: justificar los asentamientos, patrocinar y cometer crímenes contra palestinos, negar el regreso de los palestinos refugiados, decir que Jerusalén es la capital de Israel (cuando su capital es Tel Aviv), diseñar y construir el muro del apartheid, negar cualquier negociación a los palestinos, bombardear Gaza y Cisjordania, justificar la demolición de casas, y ser responsable de una genocidio que el mundo ha olvidado: Sabra y Chatila.
 

Por El Espectador

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