Publicidad

Egipto conmemora segundo aniversario de la revolución

Dos años después, habiendo derrocado a un dictador, celebrado ocho elecciones democráticas y un referéndum constitucional, sigue en pie el levantamiento popular que tiene su epicentro en la emblemática plaza Tahrir.

Daniel Salgar Antolínez
25 de enero de 2013 - 02:53 p. m.

El 25 de enero de 2011 llegaron a la cairota plaza Tahrir miles de jóvenes para acampar y pedir la caída de un régimen que llevaba más de tres décadas en el poder. Esa plaza se convertiría después en escenario de una cruenta lucha que en 18 días logró el destronamiento del dictador Hosni Mubarak. Hoy, con el islamista Mohammed Morsi  elegido por el pueblo como presidente hace 200 días, los ánimos revolucionarios o se han extinguido. Este viernes hay masivas manifestaciones en las calles del país.

Ya se cuentan algunos enfrentamientos entre manifestantes que intentan derribar los obstáculos que protegen a los edificios gubernamentales, bajo una lluvia de gases lacrimógenos lanzados por la policía. Los Hermanos Musulmanes, la poderosa cofradía que tiene a su representante en la presidencia, guarda silencio mientras algunas de sus sedes son atacadas. Después del rezo del medio día se espera que la manifestación crezca teniendo como epicentro a Tahrir.

El detonante de la revolución en Egipto fueron los jóvenes que, a través de las redes sociales encontraron ideas como libertad y la democracia, ajenas a una sociedad subyugada por milenios al poder militar. La juventud se tomó Tahrir, sin más armas que sus teléfonos móviles –mediante los cuales denunciaron en vivo la brutal represión de las fuerzas oficiales e hicieron de su protesta un hecho global- y arrancó las baldosas de la plaza para defenderse de las autoridades.

Pero no fueron sólo los jóvenes los detonantes de la revolución. El histórico levantamiento fue sólo la explosión de un cúmulo de inconformidades. Los habitantes del Egipto rural y semirural que se unieron a la movilización no lo hicieron por sus ansias de democracia, ni siquiera por querer derrocar al régimen, sino por sus demandas concretas de oportunidades laborales, reducción de impuestos, mejoras de salarios, educación y seguridad. También se unieron los movimientos obreros que ya habían hecho protestas desde hace más de cinco décadas. Los movimientos de mujeres (importantísimas dentro de la revolución egipcia) estuvieron en la primera línea de batalla.

De otro lado, los activistas pro-palestinos que se manifestaban desde 1967, cuando estalló la Guerra de los Seis Días en la que Israel conquistó una pate de la península del Sinaí, de los Altos del Golán en Siria, de la Franja de Gaza y de Cisjordania, y que luego se volvieron a manifestar contra el silencio egipcio tras la Intifada palestina en 2002 y la operación Plomo Fundido en 2008, eran en buena parte los mismos que sembraron la emblemática primavera egipcia –sin duda el más complejo de los levantamientos en países musulmanes, por ser la nación más antigua y por ser el escenario de intereses que intentan mantener el status quo en el convulso Oriente Medio-.

Los días previos al 25 de enero se celebraron reuniones en las que participaron integrantes del Movimiento 6 de abril, Kifaya (que significa ‘Basta’ en árabe, un movimiento social urbano que organizó en el año 2000 la primera manifestación directa contra Mubarak), los Jóvenes por la Justicia y el Cambio, diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos, agrupaciones políticas de izquierda… Los Hermanos Musulmanes, sin embargo, evitaron participar en el inicio de las revueltas, aunque después cobraron el trofeo de la lucha revolucionaria. Para entonces, pocos pensaban que el 25 de enero fuera a convertirse en una fecha histórica. Pocos imaginaban que Tahrir se convertiría en el emblema de la primavera árabe que luego llegaría a Libia, a Yemen y a otros países.

Tras 18 días de presión y violencia en las calles, Mubarak tuvo que dejar el poder. Fue detenido en abril de 2011 por los crímenes cometidos durante la revolución y por varios casos de corrupción. El veredicto dictado el 3 de junio de 2012 en su contra lo convirtió en el primer jefe de Estado de la primavera árabe juzgado y condenado por su pueblo a cadena perpetua. Sin embargo, el hecho de que sólo él y El Adli pagaran por los crímenes cometidos, indignó a muchos egipcios. El exdictador fue condenado por no haber evitado las matanzas, pero no fue declarado culpable por las casi 900 muertes de la revolución. El pasado 13 de enero un tribunal egipcio aceptó las apelaciones de Mubarak y dictaminó que el juicio sea repetido, dejando una sensación amarga de retroceso en el proceso de revolución y transición.

La salida de Mubarak dio paso a un gobierno interino del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, compuesto por antiguos integrantes del régimen, que intentaron en vano imponer el continuismo, pero tuvieron que aceptar ir en junio de ese año a las primeras elecciones democráticas en la antigua historia del país de los faraones.
La jornada electoral del 24 de junio de 2012 fue escenario del choque de dos antiguos vertientes históricas de la política nacional—militarismo y religión—, por lo que prometía la preservación del statu quo y no un redireccionamiento drástico de la política, no el cambio que la juventud esperaba. Históricamente el militarismo mantuvo reprimida a la otra gran fuerza, el islamismo. Lo que sucedió en esas elecciones, con el triunfó de Morsi, fue una inversión de los puntos gravedad que soportaban al régimen. Los jóvenes, obnubilados en esa idea de la democracia occidental que llegaba a través de internet, se vieron atrapados entre el sable y el turbante.

La gestión de Morsi ha sido ambigua. El conjunto de fuerzas que convergieron en Tahrir, exigían en buena parte la caída de un régimen que, con su alianza con EE.UU. y sus tratados de paz con Israel, mantenía estancado el conflicto de Oriente Medio. Aún hoy, cuando el presidente ya no es un militar sino un islamista, se mantienen dichos acuerdos. Por eso, en parte, la revolución sigue en pie. Desde 1981, los sucesivos gobiernos de EE.UU. han aportado alrededor de US1.300 millones al ejército egipcio, principal represor de la revolución. Esa ayuda hoy se mantiene. Hosni Mubarak, así como Israel y la monarquía que gobierna en Arabia Saudita, fue siempre uno de los aliado claves de EE.UU. en la región. Que el régimen egipcio censurara, torturara y atacara a mansalva a los manifestantes en Tahrir impunemente, no fue obstáculo alguno para que el gobierno estadounidense siguiera apoyando a Mubarak. EE.UU., dando muestra del pragmatismo en su política internacional, favoreció la salida de Mubarak y hoy, después de que se ha redactado una nueva Carta Magna dudosa en materia de derechos humanos, la democracia neoliberal de Occidente evita roces con los islamistas.

Morsi, aunque se trepó a la presidencia con una promesa revisionista de sus acuerdos internacionales que no cumplió, ha dado signos –en todo caso ambiguos- de querer quebrar el continuismo. En agosto de 2012 jubiló sorpresivamente a su principal rival en el poder, el mariscal Mohamed Husein Tantaui, jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, y a su segundo, el jefe del Estado Mayor, Sami Anan. Remodeló la cúpula militar atestando un golpe importante a la vieja guardia del Ejército que representaba el continuismo pos-Mubarak. Así, Morsi recuperaba todos los poderes de la presidencia y asumía, además, el legislativo que había sido disuelto previamente por los militares. Un hecho inédito en la política egipcia que sembró esperanza en los revolucionarios.

Sin embargo, luego el mandatario volvió a sorprender con un decreto que blindaba de la justicia todas sus acciones, y que posteriormente tuvo que derogar. El referéndum democrático que logró más tarde la aprobación de una nueva Constitución -redactada por una mayoría islamista-, no es bien visto por los defensores de derechos humanos, que aseguran que en la nueva Carta Magna no habrá garantías suficientes del respeto a la libertad de expresión ni a la eliminación de la discriminación religiosa y la tortura.

La libra egipcia, durante el mandato de Morsi, ha sufrido una fuerte devaluación frente al dólar americano. Las inversiones en el país son mínimas. El turismo, una de las principales fuentes de ingresos, está paralizado. La oposición denuncia que los islamistas permean todas las instituciones del Estado y mantienen un pelea con los medios de comunicación privados (porque la mayoría son de tendencia laica).

Por estas razones, entre otras, los jóvenes de la revolución egipcia hoy siguen en pie, aunque cada vez más conscientes de que la transición de un país sometido durante milenios es larga y tortuosa. Dos años después, habiendo derrocado a un dictador, realizado ocho elecciones democráticas y un referéndum constitucional, Egipto, con su peso histórico y su ubicación geoestratégica, se convierte en uno de los casos de transición política más complejos en la historia reciente.

Por Daniel Salgar Antolínez

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar