El califato del terror

El grupo terrorista toma el relevo de Al Qaeda con métodos aún más violentos.

Ángeles Espinosa
22 de agosto de 2014 - 11:08 p. m.
Imagen que muestra a James Foley, reportero asesinado por el EI, en Libia. / AFP
Imagen que muestra a James Foley, reportero asesinado por el EI, en Libia. / AFP
Foto: AFP - ARIS MESSINIS

El autodenominado Estado Islámico (EI) ha cumplido su amenaza de “ahogar en sangre” a Estados Unidos, en venganza por el castigo que le está infligiendo en Irak, tal como había anunciado en una campaña previa en Twitter. A pesar de los escalofríos que provoca, el espeluznante video de la decapitación de un periodista estadounidense pone de relieve la astucia mediática de esos terroristas, y con toda probabilidad va a granjearles nuevos reclutas, incluso en Occidente.

El nombre elegido hace referencia a un gobierno ideal basado en la ley islámica y que se asocia con los primeros tiempos del islam. Su líder, Abu Bakr al Bagdadi, con toda seguridad un apodo, ha declarado un “califato” en los territorios que controla tanto en Siria como en Irak, e incluso exige que todos los musulmanes del mundo le juren lealtad, una pretensión que ha sido ridiculizada por numerosos ulemas. No obstante, su capacidad para financiarse (el Gobierno iraquí sospecha que hace contrabando de petróleo) obliga a tomarlo en serio.

Bajo cualesquiera que sean sus siglas, lo que no ha variado es su ideología basada en una lectura literal e intransigente del islam suní, que considera heréticos al resto de los musulmanes (e infieles a quienes no lo son). Sus raíces en la lucha contra la ocupación estadounidense de Irak a mediados de la pasada década le granjearon apoyos entre la comunidad árabe suní de ese país, que se sintió perdedora del cambio político que supuso la desaparición de Sadam Hussein. Sin embargo, con el tiempo su desafío a las estructuras tribales terminó creándole enemigos (algo que aprovechó EE.UU. para aplacar la insurgencia antes de retirar sus tropas en 2011).

Luego, su intervención en una Siria levantada contra Bashar al Asad le permitió aumentar sus bases, despertando las simpatías de muchos jóvenes musulmanes en todo el mundo que no entendían la pasividad de Occidente ante la feroz represión del dictador. Su sagaz utilización de las redes sociales (con cuentas oficiales y una red de voluntarios individuales que difunden sus mensajes) le ha servido para ampliar tanto el eco de sus acciones como sus campañas de propaganda.

“EI está usando las [redes] sociales y otros medios para reclutar seguidores y atemorizar a sus enemigos hasta la rendición”, escribe el columnista Alí Hashem en Al-Monitor.

Durante decenas de entrevistas realizadas en la última semana entre los desplazados llegados al Kurdistán iraquí, apenas en dos casos las víctimas habían tenido contacto con los fanáticos del EI. Todos los demás relataban haber salido huyendo ante las noticias de que esas huestes se acercaban a sus pueblos.

La misma brutalidad que aterroriza a yazidíes, cristianos y otras minorías, además de a la mayoría de los musulmanes, resulta enfermizamente atractiva para algunos jóvenes saudíes, paquistaníes, chechenos o europeos musulmanes, incluidos algunos españoles. Según Hashem, “las historias más leídas en las webs de noticias en árabe son en la actualidad las relacionadas con las presuntas atrocidades cometidas por el EI”.

Ni siquiera hace falta que sean ciertas. La probada crueldad del grupo las hace creíbles, en especial cuando se trata de cualquier tipo de comportamiento medieval como las decapitaciones o los matrimonios forzosos de muchachas.

“De muchas de las acusaciones que corren estos días, como el secuestro, la violación y venta de chicas, no tenemos pruebas y no se corresponden con las pautas de conducta anteriores del grupo”, advertía recientemente Donatella Rovera, investigadora de Amnistía Internacional en Irak. “Los crímenes del EI son lo suficientemente horrorosos como para que no haga falta exagerarlos”.

Esa política tiene además otro objetivo: alentar el número de reclutas para reforzar las filas de esos fanáticos. No es sólo teoría. De acuerdo con el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, al menos 6.000 nuevos combatientes se han unido al EI en Siria durante el último mes. Ese alistamiento sin precedentes elevaría sus filas hasta los 21.000 milicianos. Aunque la mayoría son sirios, Rami Abdelrahman, el fundador de ese centro de análisis, ha declarado a Reuters que un millar de los nuevos incorporados eran extranjeros.

Además, el impacto internacional de sus acciones de barbarie provoca un efecto de imitación sobre otros grupos. Ayer mismo se encontraron en el Sinaí egipcio los cuerpos decapitados de cuatro hombres que habían sido secuestrados a punta de pistola dos días antes en la localidad de Sheij Zuwaid, a pocos kilómetros de Gaza. Grupos islamistas radicales se mezclan en esa zona con contrabandistas y a menudo atacan a los miembros de las fuerzas de seguridad.

Por Ángeles Espinosa

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