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El carnaval del descontento

La presidenta Dilma Rousseff afirmó que las voces de la calle deben ser escuchadas, ya que estas piden el fin de la corrupción. Y aseguró: “Mi gobierno está escuchando esas voces por el cambio”.

Leo Felipe Campos / Brasil
18 de junio de 2013 - 10:00 p. m.
Esta fue la marcha que paralizó el lunes las calles de Río de Janeiro. / AFP
Esta fue la marcha que paralizó el lunes las calles de Río de Janeiro. / AFP
Foto: EFE - Marcelo Sayão

Ocurrió primero en Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul: el pasado 27 de marzo, una manifestación popular logró que mediante una orden judicial se suspendiera el aumento de las tarifas de autobuses, anunciado por el gobierno local. Después siguió Natal, capital de Rio Grande do Norte, al otro extremo del país, donde a mediados de mayo una marcha de miles de personas fue reprimida por la Policía militar con balas de goma y gases lacrimógenos. Quienes bloquearon las principales avenidas de esa ciudad protestaban por el aumento del pasaje del transporte público. Un día después, en Goiás, al centro-oeste del país, el reajuste en las tarifas de los autobuses provocó una ola de protestas que terminó con una medida cautelar, semanas más tarde, que suspendía la medida y volvía al costo original.

Hasta que le tocó el turno a São Paulo. Y a partir de entonces, nada fue igual.

Brasil vivió el pasado lunes una de las manifestaciones más concurridas de su historia contemporánea: los medios locales estiman que más de 250.000 personas saltaron a las calles a protestar ya no solo contra el aumento de los pasajes y la calidad del transporte público, que es manejado en concesión por empresas privadas, sino contra elementos tan diversos, como la violencia policial; la permanencia en el poder de algunos gobernadores; una ley que está por discutirse en la Cámara de Diputados del Congreso, llamada PEC 37; los gastos por la Copa Confederaciones y la Copa del Mundo Brasil 2014; la actuación de los medios de comunicación nacionales en la cobertura de las manifestaciones, y el estado de la salud y la educación públicas.

“Ha sido sorprendente, yo creo que los políticos no entendieron hasta hoy lo que estaba pasando, los periódicos tampoco entendimos y las personas que estaban protestando en la calle tampoco entienden la dimensión que tomó esta protesta masiva. Al principio se trataba solo de una reivindicación por un servicio de transporte público de calidad, ahora se juntaron los insatisfechos y miles de personas están demandando respuestas que el Gobierno probablemente no tiene”, dice Daniel Bramati, un experimentado reportero de política del diario O Estado de São Paulo.

Con Bramati concuerda Clara Saraiva, Ejecutiva Nacional de ANEL (Asociación Nacional de Estudiantes-Libre), una organización universitaria de sólida estructura en el país y con mayor empuje y presencia en las protestas: “Nosotros no teníamos una dimensión clara de lo que iba a ser la manifestación del lunes, en el Facebook hubo confirmación de miles de personas, pero es obvio que esto hoy va mucho más allá de los postulados a favor del pasaje gratuito”.

Clara sostenía un megáfono y se alternaba con sus compañeros, para dirigir a los protestantes que estaban al frente de la marcha en São Paulo. “¡Ven, ven a la calle, ven, contra el aumento!”. Gritaba consignas. Dictaba pautas. Era la cabeza visible de un gusano gigantesco que ocupaba los ocho canales de las dos direcciones de la Avenida Faria Lima. Ese carnaval del descontento generalizado se replicaba en miles de gritos que se confundían con pitos y bocinas, bajo el sonido de los helicópteros de las televisoras y la Policía. Casi todos eran jóvenes, pero eso no quiere decir que no hubiera madres y padres, ancianos e incluso niños pequeños que estaban en esa fiesta particular, sin comprender del todo por qué agitaban matracas o cantaban: “¡Aaah, aaah, el pueblo despertó!”.

“A nosotros nos inspiran las protestas del mundo árabe y lo que está pasando ahora en Turquía. Si bien los motivos de Egipto, Yemen y Siria son muy distintos, porque ellos quieren conquistar su libertad, ANEL tiene una búsqueda particular; no nos interesa derrocar al Gobierno, sino mejorar el funcionamiento de todo aquello que está mal”, dice Saraiva, quien adelanta que este jueves 20 habrá una nueva concentración.

Mientras ayer en la tarde se esperaba que hubiera una reunión que involucraba a los representantes de la prefectura de São Paulo, el Sindicato de Transporte de la ciudad, la ANEL y el MPL (Movimiento Pase Libre), otro de los colectivos que más han presionado por el costo cero del transporte público en todo el país, la presidenta del país, Dilma Rousseff, daba muestras de apertura y comprensión en sus primeras declaraciones públicas sobre las protestas.

“Estas manifestaciones comprueban la grandeza de nuestra democracia y el civismo de nuestra población” y suponen “un mensaje directo a los gobernantes en todas las instancias”, aseguró Rousseff durante un acto público celebrado en el Palacio presidencial del Planalto. Las demandas de la población “por ciudadanía, mejores escuelas, hospitales, transporte público de calidad y a un precio justo, por el derecho a influir en las decisiones de los gobiernos, en repudio de la corrupción y el desvío de dinero público, comprueban el valor intrínseco de la democracia”, dijo. Y fue más allá, enviando un mensaje claro a los más jóvenes: “Mi generación sabe cuánto costó llegar a esto”.

Por su parte, Gilberto Carvalho, ministro de la Secretaría General de la Presidencia, admitió frente a los medios que el Gobierno federal no terminaba de entender las razones ni el formato de estas manifestaciones sucesivas: “Son nuevas formas de movilización y es necesario comprender esta nueva complejidad”; además, dijo a Folha de São Paulo que “la sociedad quiere más. Debemos estar atentos, si la gente no fuera sensible y se rehusara a este tipo de reivindicaciones, iríamos a contramano de la historia. Tenemos que entender lo que pasa y abrir canales de conversación”.

Para la líder de la ANEL, la respuesta del Gobierno era una duda. Ahora espera que la prefectura ceda ante la presión por el tema del pasaje: “Solo a través del diálogo, se puede conseguir un cambio, aunque para ellos en el poder puede existir un dilema: si cumplen nuestras demandas colocan en la población una esperanza, que es exigir cambios a través de marchas y protestas organizadas; y si no lo hacen, si al final se dan la espalda y deciden no dialogar, la cosa se va a poner peor y puede desatarse una crisis política y social. Ya se vio un descontento en Brasilia contra Dilma (fue pitada por parte de los fanáticos que asistían al estreno de la Copa Confederaciones) y se está viendo ahora con tantas pancartas de “¡Fuera Alckmin!”.

Gerardo Alckmin es el actual gobernador de Sao Paulo por el partido PSDB, y probablemente uno de los responsables directos de la explosión social que ocurre en Brasil, debido su decisión de apoyar la actuación de la Policía Militar la semana pasada, cuando las fuerzas de seguridad decidieron combatir a los protestantes con balas de goma, espray y gas lacrimógeno en varias ciudades como la misma São Paulo y Río de Janeiro. El resultado: más de 240 detenidos, un centenar de heridos, entre ellos una decena de periodistas, y un descontento generalizado que se tradujo en rechazo al “exceso” y a la “violencia policial”.

“Ni siquiera somos usuarias del transporte, le faltaron el respeto a los ciudadanos, y ahora venimos en solidaridad, a demostrar que tenemos derecho a manifestarnos, porque si las personas van a ser abaleadas, seremos abaleados todos juntos, a nadie aquí le interesa volver a fórmulas dictatoriales”, dijo Marilia Trumiello de 29 años, quien estaba acompañada por varios colegas del trabajo.

Una de las presencias más vitoreadas fue la de Maritza Ferrer, una anciana de 82 años que se manifestó a favor del PT, pero en contra de la violencia de los uniformados, la semana anterior. Ante la pregunta de si ella había acompañado las primeras protestas, respondió: “No, estaba descansando, pero ahora salí a la calle, porque tengo hijos y nietos”.

Fortunato Marturini, de 66 años, fue en su silla de ruedas para expresarse contra el llamado PEC 37, una ley que restringe el poder de investigación del Ministerio Público contra casos de corrupción. Fueron casi cinco horas de caminata, pancartas en mano y consignas contra los medios: “¡Fuera la Red Globo, el pueblo no es bobo!”. La condición de los trabajadores del sector transporte: “Que me digan si los choferes y colectores aumentaron su salario”. E incluso contra los partidos políticos que buscaban legitimación al acompañar a los protestantes: “¡Sin partidos, sin partidos!”. En diversos momentos de la marcha, al PSTU (Partido Socialista de Trabajadores Unificado) le llegaron a gritar “¡Va a tomar no cu!”, que en estricto portugués rima y no significa precisamente una señal de apoyo.

Pasadas las 8:30 de la noche del lunes, ya la marcha en São Paulo y replicada (incluso superada en número de personas en Río de Janeiro) se había convertido en un magma inabarcable de tres cabezas sin rumbo claro, que colapsó las principales vías de la ciudad. Sin embargo, en su punto de encuentro inicial, en la avenida Faria Lima, algunos trabajadores iban de regreso a sus hogares, en la periferia. El sistema de buses volvía poco a poco a su normalidad. Allí un chofer de nombre Marcos, que no quiso dar su apellido, ya había dado en el clavo sobre la consecuencia ante ese calidoscopio de críticas y el signo de los tiempos convulsos: “Esos pelados de la clase media protestan por 3,20 reales, pero gastan 6 reales en una caja de cigarros o hasta 8 reales por una cerveza. Todo bien, eso no lo acompaño mucho, pero sí me gusta que hayan notado que juntos son más fuertes, y que demuestren que tienen derecho a quejarse, porque a lo mejor esa protesta evoluciona y el Gobierno se entera de que debe mejorar la educación y la salud, que sí son demandas necesarias para los que somos más pobres”.

Por Leo Felipe Campos / Brasil

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