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El “Chapo”, lejos de la extradición

Joaquín Guzmán Loera no ha temido jamás a los sicarios ni a las cárceles mexicanas. Su verdadero miedo, como de tantos otros narcos, es otro: acabar sus días en una prisión de Estados Unidos.

Jan Martínez Ahrens, ESPECIAL DE “EL PAÍS”
09 de abril de 2016 - 03:34 a. m.

Un universo hermético donde ni el plomo ni la plata lograrán ablandar a los guardianes. Para evitar su extradición, el líder del cártel de Sinaloa ya ha presentado en menos de un año siete recursos de amparo. Esta catarata de impugnaciones, combinada con otras 14 destinadas a mejorar su situación penitenciaria, muestran, según medios fiscales, que la pretendida intención del Chapo de negociar su salida y abandonar México, aireada por sus abogados, no es más que una cortina de humo. “Bastaría con que dijera que acepta la extradición para que al día siguiente lo enviara a EE. UU.”, señala una fuente de la Procuraduría General de la República.

Sobre Guzmán Loera pesan ahora dos peticiones formales de Estados Unidos. Allí tiene al menos siete causas abiertas; la de mayor envergadura radica en un juzgado de Nueva York. Es un macrosumario por narcotráfico, en cuya investigación participó la ahora fiscal general de Estados Unidos, Loretta Lynch, y que presumiblemente, si se consuma la extradición, subsuma al resto. “Existe la posibilidad, reconocida por tratado, de que sean los estadounidenses quienes decidan dónde tiene que ir el preso”, indica una fuente.

Pero sin la aquiescencia del Chapo, su entrega a las autoridades estadounidenses puede convertirse en un proceso plagado de meandros. Así ocurrió, por ejemplo, con el sanguinario Édgar Valdés Villarreal, Barbie. Aunque su envío fue autorizado por la justicia mexicana en 2011, culminó en octubre de 2015.

Difícilmente lograrán Guzmán Loera y sus 13 abogados una dilación similar. La determinación del presidente Enrique Peña Nieto es clara y su extradición se ha vuelto un asunto prioritario. Pero hasta los más optimistas calculan que al menos tardará un año en completarse. Un tiempo que corre en contra del narcotraficante. Y también del Ejecutivo.

Las dos fugas del Chapo penden como una espada de Damocles sobre el presidente. Tras la humillación que supuso su huida en julio pasado, por un túnel de 1.500 metros, otra evasión de la cárcel de máxima seguridad del Altiplano supondría un golpe demoledor al mandatario. Para evitarlo se han adoptado medidas de seguridad extremas. A su alrededor se ha levantado una fortaleza insomne. Una cárcel dentro de la cárcel, con cambios de ubicación continuos, controles térmicos, un equipo especial de 35 agentes y hasta perros que prueban su comida.

Ningún experto cree que bajo estas condiciones pueda recuperar la libertad en estos momentos. Pero también alertan de que es una cuestión de tiempo. Si algo caracteriza al Chapo es su capacidad de corrupción e intimidación. Un poder que le ha permitido salir a su antojo de los dos presidios en los que ha estado encerrado en los últimos 20 años.

Junto al reto carcelario, la extradición ha adquirido también un peso político. “El Chapo se tiene que quedar aquí”, dijo el procurador. La fuga fulminó esta estrategia y convirtió la repudiada extradición en un valor en alza.

Por Jan Martínez Ahrens, ESPECIAL DE “EL PAÍS”

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