El Chávez que conocí

La ministra de Juventud de Venezuela, María del Pilar Hernández, compartió consu experiencia de vida al lado del líder.

Diego Alarcón Rozo
07 de marzo de 2013 - 11:41 p. m.
Una mujer desmayada en el intento de ver el féretro de Chávez. / EFE
Una mujer desmayada en el intento de ver el féretro de Chávez. / EFE

“Desde la primera vez que hablé con Hugo Chávez me convencí de que él tenía que ser presidente de Venezuela. También decidí que yo iba a hacer todo lo que estuviera en mis manos para que eso fuera realidad. Era un hombre comprometido con sus ideales, dispuesto a trabajar por lo que predicaba. No era solamente un discurso para ganar una presidencia. La presidencia iba a ser un instrumento para lograr sus ideales. Esa es la política, un medio para transformar, no un fin en sí mismo.

El objetivo estaba trazado con ideas muy claras: un país donde se les diera la posibilidad a los pobres de salir de su condición. Que hubiera mayor igualdad social y se distribuyera mejor la riqueza. El proyecto estaba realmente claro.

Recuerdo que conocí a Hugo Chávez a principios de 1997. En ese momento yo era concejal de Caracas y estaba en un partido político que se llamaba La Causa R, que todavía existe, aunque ya no sea ni la sombra de lo que fue. Era un partido de izquierda, comprometido con los sectores sociales, y se estaban evaluado posibilidades para las candidaturas presidenciales porque venían las elecciones de 1998. Una de esas opciones era la candidatura de Hugo Chávez.

Yo decía que me parecía importante que habláramos con él primero para intercambiar ideas y examinar posiciones políticas. Así que nos encontramos en un desayuno, cuando él acababa de fundar el Partido Quinta República con la visión de llegar al poder. Ese día, el día del desayuno, comenzamos a trabajar: el partido La Causa R no tomó la decisión de apoyar la candidatura de Chávez y yo me fui para trabajar con él en el área comunicacional, que es mi especialidad. Desde los 12 años de edad yo venía haciendo un trabajo con organizaciones y grupos juveniles. Así que luego Chávez me nombró coordinadora de Juventud de Quinta República y entré en la dirección nacional del partido.

Ya como gobierno, me convertí en presidenta de Venezolana de Televisión, el canal estatal, que conocía muy bien. Había comenzado como pasante, sirviendo café, y trabajé toda mi vida allí, pasando por todos los cargos. Luego fui vicecanciller (2005-2006) de Alí Rodríguez Araque y ahora ministra de Juventud, porque él me nombró. Políticamente he estado todo el tiempo con el Comandante.

Puedo decir que Hugo Chávez era un hombre con una alegría y un sentido del humor extraordinarios, siempre estaba riendo, cantando, contando un chiste. Muy firme con su trabajo y a la hora de tomar decisiones, pero en lo personal, alegre y sensible. Tenía algo maravilloso: nunca dejaba de estar pendiente de todo el mundo, me veía y me preguntaba por mi familia, con nombres y apellidos, se acordaba de todos. Si mi abuelita estaba enferma, él me preguntaba por ella. Si yo me enfermaba, él llamaba y me preguntaba, “Marí, ¿cómo estás?”. El día de mi cumpleaños me enviaba un regalo, una tarjeta firmada con un libro. No se le olvidaba nada.

Me enteré de la noticia terrible de su muerte estando en la oficina del Ministerio. Tenía una reunión con los equipos de trabajo porque su salud se había agravado y debíamos evaluar los diferentes escenarios: no sólo una posible muerte, sino una recuperación prolongada. Sin embargo, durante la reunión nos llegó la información de que el vicepresidente Nicolás Maduro se alistaba para entregar la noticia. Todos quedamos conmocionados.

No tengo palabras para expresar lo que yo vi en esas 10 horas de marcha que hubo el miércoles. El pueblo está conmovido, Chávez es el presidente más amado que ha tenido nuestro país en toda la historia. Es el amor de un pueblo desbordado. Hoy nosotros, quienes lo acompañamos en su tarea, recibimos expresiones maravillosas de amor que quizá sean injustas, porque sabemos que todo ese cariño ha nacido gracias a él y como ya no está, nos lo expresan a nosotros. Lo que quizá en este momento me hace no desmoronarme frente a la tristeza de no tenerlo cerca son todas sus palabras relacionadas con el amor a la patria y especialmente a los más pobres. Quiero que en el cielo, donde estoy segura de que él está al lado del Señor, nos mire aquí abajo y se sienta orgulloso de que continuamos su legado”.

Por Diego Alarcón Rozo

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