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El cruce clandestino

La historia de dos familias de migrantes que luego de ser rechazado su ingreso a Chile en varias oportunidades, emprendieron de la mano de coyotes el peligroso y extenuante camino del cruce fronterizo.

Alianza El Espectador – Connectas*
27 de noviembre de 2014 - 04:32 p. m.
Los Landázuri huyeron de Colombia por amenazas.  |  Rodrigo Selles
Los Landázuri huyeron de Colombia por amenazas. | Rodrigo Selles

 En abril de 2013 Steban Jaramillo y Jenny Tenorio llegaron hasta la aduana de Chacalluta, ubicada entre las ciudades de Tacna (Perú) y Arica (Chile). Su intención era ir a probar suerte a Antofagasta. De su barrio ya eran decenas los que habían tomado el mismo rumbo y el comentario que se esparcía entre sus vecinos en Cali era que “allá faltan trabajadores y la paga es buena”. En su ciudad natal, en cambio, no encontraban empleo.

Mientras estaban en la fila de la aduana chilena, un funcionario pasó vociferando con un altoparlante una frase que aún recuerdan con claridad: “La familia de Pablo Escobar no va pa’ Chile”. El mensaje era para todos los colombianos. No alcanzaron a mostrar sus documentos en la ventanilla y ya los estaban embarcando de vuelta a Tacna. “Ni siquiera nos preguntaron a qué veníamos o si traíamos el dinero suficiente”, relata Steban.

Pero la decisión de la pareja estaba tomada. Pasarían a Chile sí o sí. Con los ahorros que tenían viajaron a Bolivia y llegaron al pequeño poblado de Pisiga. Una amiga que andaba con ellos intentó cruzar, pero la rebotaron igual que en Chacalluta. Se convencieron de que la única forma de alcanzar el sueño chileno era por un paso no habilitado. Estuvieron una semana analizando cómo lo harían.

Finalmente se reunieron en un grupo de cuatro mujeres y cinco hombres, la mayoría de origen colombiano, y guiados por un coyote chileno que les cobró 120 dólares por persona, salieron una noche desde Pisiga. Caminaron a 3.800 metros de altura durante una hora y media, hasta que llegaron a Colchane, Chile. En esa zona se conocen al menos 14 pasos no habilitados, los cuales son frecuentemente utilizados por narcotraficantes o contrabandistas de vehículos robados que se venden en Bolivia o en Paraguay.

Después de descansar en Colchane, recuerda Steban, una furgoneta negra “parecida a la de Los Magníficos” los recogió y los llevó hasta un punto de la carretera justo antes de un retén de carabineros. Esperaron nueve horas en el vehículo hasta que anocheciera. Luego, después de avanzar varios kilómetros, nuevamente se tuvieron que bajar y caminar dos horas por el desierto. “El primer trayecto tenía un polvo que te tragaba; el segundo unas inmensas rocas con las que te tropezabas. Incluso hubo tres personas que se cayeron a un barranco, pero por suerte no se fracturaron”, cuenta Jenny.

El viaje terminó en Iquique, donde el grupo se separó, aunque la mayoría decidió seguir a Antofagasta.  En la semana que pasaron en Pisiga, esta familia recuerda haber visto unos 300 extranjeros cruzando irregularmente, todos de países latinoamericanos y un buen porcentaje personas de raza negra. “Había un negrito que lloraba y era de República Dominicana. Él decía que además le habían inhabilitado el pasaporte por ser negro”, relata Jenny. Los precios que cobraban los coyotes por el cruce variaban entre los 120 y 220 dólares por persona.

Una vez en la ‘capital del cobre’, Jenny descubrió que estaba esperando un bebé. De hecho, había efectuado la travesía con dos meses de embarazo. Su hijo, Matías, nació en octubre de 2013 en el Hospital Regional de Antofagasta. En ese recinto actualmente uno de cada cuatro partos corresponde a una mujer extranjera.

A pesar de nacer en la nación del sur, el Registro Civil no inscribió a Matías como chileno, por lo que esta familia decidió entablar una batalla legal que llegó hasta la Corte Suprema. En fallo dividido, el organismo decidió entregar la nacionalidad chilena a Matías. Ahora ellos esperan que su situación legal en el país pueda regularizarse. “Y si me sacan de Chile, me vuelvo a meter”, dice convencida Jenny.

Las fuerzas que da huir del terror

Dos padres y sus ocho niños caminan de noche intentando llegar a Colchane. Los más pequeños están agotados, pero es una de las últimas etapas de un viaje que decidieron emprender para escapar de la violencia.

Los Landázuri Montaño tenían una carreta de frutas en la ciudad de Tumaco, Colombia. Willie, el padre de familia, recibió amenazas de grupos paramilitares si no les pagaba un “impuesto”. Además su hija Amy recibió un disparo en la cabeza en medio de una balacera entre policías y delincuentes. El balín todavía está inserto en uno de sus oídos.

Willie y su esposa Liliana vinieron a Chile por primera vez hace cuatro años, los dos solos. Dejaron a sus siete hijos allá. En la frontera presentaron sus papeles para solicitar refugio, pero fueron rechazados.

Se fueron a Pisiga, Bolivia, donde cruzaron clandestinamente esquivando la aduana.

Una vez en Antofagasta, nació su octavo hijo. Un año después deciden volver a Colombia por el resto de la familia.  En un viaje eterno, cruzaron gran parte de Sudamérica hasta que llegaron nuevamente a Bolivia, donde incluso unos policías, que se apiadaron por su situación, les convidaron agua y comida, además de dejarlos continuar.

En su primer paso clandestino, la pareja fue ayudada por una mujer boliviana. La segunda vez lo hicieron sin ayuda, pasando de noche y en silencio a pocos metros de la aduana. “Fue el peor viaje de mi vida”, recuerda uno de los hijos mayores.

La familia lo logró y se instaló definitivamente en Antofagasta, en uno de los barrios más vulnerables de una ciudad que actualmente es vista como sinónimo de progreso, pero también de desigualdad.

Una junta de vecinos les entregó un terreno que era utilizado como basurero y ellos lo limpiaron y construyeron algo parecido a una casa. Willie se dedica a vender papas rellenas y ensaladas de fruta en un pesado carro que arrastra con su cuerpo por la línea del tren todos los días hasta el vertedero municipal de la ciudad. Ahí vende sus productos a los recolectores de basura, quienes se transformaron en sus principales clientes. Todos sus hijos asisten a la escuela y uno de ellos juega fútbol en las divisiones inferiores del Club de Deportes Antofagasta, equipo que milita en la Primera División Profesional.

Entre tanto, a su hija más pequeña, nacida en Antofagasta, se le negó la nacionalidad chilena inicialmente. Finalmente, la organización de la sociedad civil Migr-Acción logró que se la entregaran.

“Nosotros nos dedicamos a trabajar y nos queremos quedar en Chile. Es la historia de nuestra familia, dura pero real”, dice Liliana, quien ahora espera su noveno hijo.

Los Landázuri Montaño tienen un decreto de expulsión en su contra desde hace tres años. El abogado de Migr-Acción, Ignacio Barrientos, explica que en ambos casos, el ingreso de forma clandestina al país fue una causa directa del “rebote” en la frontera. “Quisieron entrar con su pasaporte por la vía normal y su ingreso fue negado en las aduanas. Finalmente decidieron pasar de forma clandestina. Ahí también se debe revisar la legalidad de la actuación de los controles migratorios. Muchos pueden decir que está dentro de la normativa, pero el grado de discrecionalidad y arbitrariedad que se utiliza es absolutamente cuestionable”, dice.

Para el abogado, la migración no se va a detener con este tipo de rechazo. “Hay muchos factores: principalmente el miedo a quedarse y la esperanza de encontrar un lugar donde mejorar las condiciones de vida de tu familia. Si después de seis intentos te siguen rebotando, vas a convencerte que la única manera de ingresar al país es por la vía clandestina. Además, hay una gran oferta para cruzar por pasos ilegales”.

En el caso de la familia Jaramillo Tenorio, ellos se autodenunciaron. Como su hijo es chileno, si llegan a ser expulsados también se estaría exiliando a un niño de nacionalidad chilena. “Si expulsan a uno de los padres, se estaría vulnerando el derecho del niño a tener una familia. A eso estamos apelando en estos casos”.

* Para este reportaje un equipo liderado por el diario El Mercurio de Antofagasta, de Chile y la plataforma de periodismo latinoamericano CONNECTAS, en alianza con el portal colombiano Agenda Propia, el peruano Útero.Pe y VICE Colombia, se sumergió en una realidad que aún está ausente en los ampliamente anunciados esfuerzos de integración latinoamericanos.
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Por Alianza El Espectador – Connectas*

 

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