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El 'cuervo' del Vaticano

La gendarmería vaticana intenta averiguar cuáles eran las intenciones del mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, al filtrar información secreta. Aparentemente no actuaba solo.

Pablo Ordaz / Especial de El País, Roma
28 de mayo de 2012 - 10:08 p. m.

Lo despertaba a las 6:30, le ayudaba en la misa a las 07:00, le servía el desayuno a las 08:00, el almuerzo a las 13:30 y la cena a las 19:30. Lo acompañaba al caer la tarde en su paseo por el jardín, elegía la menta perfumada para la infusión, le daba las medicinas justas y, hacia las nueve de la noche, le ayudaba a desvestirse para ir a la cama. La Gendarmería vaticana trata de averiguar ahora en qué momento del día Paolo Gabriele, de 46 años, casado y con tres hijos, le robaba las cartas al Papa.

El mayordomo de Benedicto XVI fue detenido el jueves por la tarde acusado de ser 'el cuervo' o traidor que en los últimos meses ha venido sustrayendo y difundiendo en los medios de comunicación italianos las cartas secretas dirigidas al Pontífice, una filtración masiva de documentos conocida como Vaticanleaks. Paolo Gabriele, que trabajaba como ayudante de cámara del papa desde el año 2006, se enfrenta, por tanto, al cargo de 'robo de la correspondencia de un jefe de Estado', un delito equivalente al de 'atentado contra la seguridad del Estado', penado hasta con 30 años de cárcel. Gabriele, quien posee la doble ciudadanía italiana y vaticana, permanece bajo la vigilancia de agentes de la Guardia Suiza, aún no ha admitido ninguna culpa y afronta los interrogatorios en silencio.

La conmoción es total en el Vaticano. Paolo Gabriele es una de las nueve personas laicas que compartían la vida diaria del Papa en su apartamento, la llamada 'familia pontificia'. Se trata de un hombre de buena presencia, muy reservado, extremadamente religioso y devoto de la santa polaca Faustina Kowalska. Hasta su detención, vivía con su familia en un confortable apartamento dentro de las 40 hectáreas que conforman el Estado Vaticano. Fue allí donde, según los medios italianos, Domenico Giani, el comandante en jefe de la Gendarmería, habría encontrado numerosas fotocopias de la correspondencia privada del papa: 'Cajas repletas de documentos y el aparataje necesario para fotografiar y reproducir documentos'.

Pese a que las pruebas halladas en 'el nido del cuervo' parecen definitivas, ni su confesor cree que Paolo Gabriele, conocido por sus amigos como Paoletto, haya sido capaz de urdir en solitario una conspiración de tal magnitud. Hay tres versiones. La primera sostiene que la filtración de documentos sólo buscaba un interés económico, aunque el mayor beneficiado, el periodista que publicó un libro con la información obtenida, Gianluigi Nuzzi, asegura —sin señalar a nadie— que nunca pagó a su 'garganta profunda'. La segunda versión considera que, si Gabriele lo hizo, fue por un deseo altruista de ayudar a la Iglesia sacando a la luz casos de corrupción. Pero el mayor consenso gira en torno a la tercera opción: el mayordomo sólo sería un chivo expiatorio, un instrumento en manos de alguna de las facciones de la Curia vaticana que tratan de desacreditar al actual secretario de Estado, monseñor Tarcisio Bertone, y de paso posicionarse ante la sucesión de Benedicto XVI. De ahí que no se descarten nuevas detenciones.

Se sospecha ahora de una mujer, igualmente al servicio directo del papa. Joven. Casada. Italiana... Los rumores que suben y bajan el Tíber a veces dicen una cosa y otras veces justo la contraria. “El cuervo ha cantado”, aseguran unos, “y está señalando uno por uno a sus cómplices”. Otros, en cambio, sostienen: “Paoletto, en su celda, reza y calla”.

Unos y otros, sin embargo, coinciden en que ni el mayordomo desleal, ni la misteriosa mujer aún sin nombre actuaron por su cuenta. La Gendarmería vaticana —bajo el auspicio de una triada de cardenales nombrados por el Papa— trata de responder la pregunta clave: ¿a quién beneficia la filtración masiva de documentos secretos? Todas las miradas se dirigen hacia las más altas instancias de la Santa Sede, allí donde desde un tiempo a esta parte los hombres de Dios libran una guerra endiablada por sentarse en la silla de Pedro en cuanto Joseph Ratzinger, que acaba de cumplir 85 años, se muera o dimita.

Por Pablo Ordaz / Especial de El País, Roma

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