El curioso caso de un presidente sin corbata

A un paso de Uruguay sea el primer país que legaliza la marihuana, se escucha a diario el nombre de José Mujica, quien ideó ese proyecto.

Laura Juliana Muñoz *
06 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.
Pepe Mujica vive con su esposa, Lucía Topolanski, y su mascota en una casa en las afueras de Montevideo.
Pepe Mujica vive con su esposa, Lucía Topolanski, y su mascota en una casa en las afueras de Montevideo.

La primera vez que José Alberto Mujica se escapó de la cárcel la hazaña quedó registrada en el libro Guinness de los récords de 1971. Nunca antes se habían fugado tantos presos a la vez. Fueron 111 hombres que se escabulleron de Punta Carretas (Montevideo) a través de un túnel. La operación fue conocida como “El Abuso”. La mayoría de ellos pertenecía al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, incluyendo a Mujica, el actual presidente de Uruguay.

Lo volvieron a capturar y, de nuevo, se escapó por un túnel. Tal vez por eso Punta Carretas es hoy en día un centro comercial. Pero de la siguiente detención, entre 1972 y 1985, no pudo huir. Fueron los peores años de su vida. Pasó un año entero sin bañarse y una buena parte del tiempo estuvo sin la compañía de otros reclusos o, de lo que era peor para él, de un libro. Estaban solo él y las ratas, una rana pequeña, las hormigas. Él y los mendrugos dispersos por el suelo. A veces lo encerraban en un hoyo, lo torturaban.

Estar cerca de la muerte, la compañera que te hace pensar, le hizo ver “lo relativo de su pequeñez, ver más lejos”, como él mismo cuenta. Reprochó el “despiadado amor a la vida”, pues había que soltarla si quería disfrutarla de algún modo. Aprendió “que uno siempre puede empezar de nuevo”.

Trató de dejar atrás los años sesenta, cuando se integró a los Tupamaros, una guerrilla uruguaya radical inspirada en el socialismo cubano y que aceptaba la violencia como respuesta al fascismo. Allí conoció a su futura esposa, Lucía Topolanski, y participó en operativos a los que se les atribuyeron acciones poco políticas, como robo de bancos y secuestros. Según Mujica, se evitaban los asesinatos, pero no faltaron “las desviaciones militares”. Vivió así, entre la lucha y la clandestinidad, sin dejar de trabajar en su granja.

Hasta que llegó el cansancio de una lucha armada interminable, “inútil”, “una soberana tontería”, en sus palabras. Llegó la libertad. Mediante una amnistía, fue excarcelado en 1985.

 

Así le dicen: “el presidente más pobre del mundo”. Él no está de acuerdo y siempre se refiere al filósofo romano Séneca para explicar por qué: “No es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea”. Al parecer, José Mujica sólo desea despertar en su granja de 45 metros cuadrados donde las paredes se desconchan, escuchar el informativo agropecuario en la radio y preparar un mate para compartir con su Lucía.

Con ella estuvo desde la época de los Tupamaros y le pidió la mano hace ocho años. Lucía Topolanski también estuvo presa y ahora es senadora del Movimiento de Participación Popular, superó hace poco un cáncer de mama, no usa tacones ni maquillaje y es, primordialmente, socialista.

Mujica puede describir su hogar como un remanso a las afueras de Montevideo, al que se llega luego de atravesar limonares, donde planta crisantemos y alfalfa y juega con Manuela, una perra a la que le falta una pata. No necesita personal de servicio si tiene a Lucía, que disfruta preparándole pizzas, pasteles y carne asada. Su esquema de seguridad se basa en dos agentes vestidos de civil estacionados en la vía. Vendió una residencia presidencial de descanso por considerarla inútil. En cambio, sus vacaciones pueden ser una tarde de helado sin custodia cerca de la capital, pues “los problemas no se acaban en verano”.

No sólo renunció a la Residencia Presidencial de Suárez y Reyes (que usa sólo para actos oficiales), sino a los trajes a la medida y al 90% de su salario presidencial, que destina a cooperativas y programas de ampliación de vivienda para los pobres. Maneja un Volkswagen escarabajo modelo 87 y una moto, y prefiere viajar al extranjero en clase turista.

Este estilo de vida es un mensaje que molesta a sus adversarios porque es al tiempo una crítica al consumismo. “Las cosas pueden complicar la vida”, dice. Para él, tener apenas lo necesario es la libertad misma.

Sus opositores no llaman remanso a su granja, sino “cueva”. Aseguran también que el presidente se escuda en su filosofía de modestia para permitirse palabras “gruesas”, que ha sido imprudente, que se ha presentado a ruedas de prensa sin su caja de dientes y que no han sido del todo exitosos sus programas de salud y obras públicas. “Una izquierda que quiera ser democrática tiene que acostumbrarse a vivir con la oposición y la oposición tiene que acostumbrarse a convivir”, responde Mujica.

En este contexto ya se entiende por qué todo el país le dice confianzudamente Pepe. Pepe Mujica nació hace 78 años en un barrio en el que los obreros hacían sus casas “a empujones”. Es descendiente de los vascos, aunque no podrá contar muchas historias porque no ha seguido el rastro de los parientes de su bisabuelo. Apenas hizo un acercamiento hace un par de meses, cuando visitó Muxika en busca de sus ancestros y pidió un rato de charla con vecinos de su edad.

El 29 de noviembre de 2009 fue un día lluvioso. Al final de la tarde el agua cedió el turno para que los uruguayos salieran a votar en la segunda vuelta de las elecciones. Ganó José Pepe Mujica y, a diferencia de la mayoría de presidentes latinoamericanos, no le tocó hacer un juramento sobre la Biblia. Menos mal, porque también es el único de estos lugares que se declara abiertamente ateo. Sin embargo, ha dicho que sigue buscando a Dios. Parece que no lo ha encontrado.

Su carrera política lejos de la vía armada comenzó en la década de los 90, cuando fue elegido diputado y luego senador. Cuando estuvo en el Congreso declaró sentirse aburrido por la falta de dinamismo en la labor parlamentaria y brilló con la frase “no quiero ser un florero”. En 2005 fue ministro de Ganadería y Agricultura del gobierno de Tabaré Vásquez, el primero de la coalición de izquierda Frente Amplio y el que acabó con el imperio de partidos de derecha que había durado siglo y medio.

A la indigencia la llama “vergüenza nacional” y cree que para construir el socialismo es necesario erradicar el analfabetismo. Como presidente de Uruguay impulsó el matrimonio entre homosexuales y sigue defendiendo la despenalización de la marihuana y del aborto. Es una mente abierta en el país más laico de la región, con una temprana separación entre el Estado y la Iglesia.

Mujica ve en la prohibición de la droga un mecanismo que ha fracasado al enfrentar la producción y el consumo. Ha dicho que si en cien años otras vías no han funcionado, sólo queda intentar con la legalización. Su proyecto de ley, que acaba de ser aprobado en la Cámara de Uruguay, consiste en regular la marihuana desde su producción, hasta su distribución y consumo. Así, por ejemplo, se permitirá una cantidad máxima al mes para ser vendida en farmacias o cultivada en un domicilio. La próxima semana el presidente debe seguir defendiendo su proyecto ante la Asamblea de las Naciones Unidas.

Muchos de los ciudadanos no lo apoyan, pero los funcionarios públicos sí. Julio Calzada, secretario general de la Junta Nacional de Drogas de Uruguay, sentenció: “Cada usuario que incorporemos al sistema legal lo perderá el ‘narco”. El presidente coincide: “Nosotros creemos que el narcotráfico, no la droga, es el peor flagelo que estamos soportando recientemente en América Latina”.

Entre debate y debate nadie podrá negar que Pepe ha tenido el coraje de plantear la situación, de ver hasta dónde puede llegar. Es, en definitiva, un inconforme. Siempre anda persiguiendo una quimera y encontrando problemas por alcanzarla. El pasado mes de mayo promulgó la ley de uniones homosexuales. Este lunes 5 de agosto entró en vigencia y se realizó el primer matrimonio homosexual, con la particularidad de que uno de los contrayentes padece cáncer terminal.

También ha dado su opinión acerca de las conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las Farc en la Habana: “Lo más importante que está pasando en América Latina es la tentativa de construir paz en Colombia”. Se declara convencido de primar las instituciones por encima de los caudillismos. Es un testigo del hastío de las armas.

El medio ambiente es otro tema que lo preocupa. A su manera, claro. En la cumbre Río+20, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, pronunció un discurso en el que criticó fuertemente el modelo de desarrollo y de consumo de las sociedades más acaudaladas: “La gran crisis que tenemos no es ecológica, es política. Lo que tenemos que revisar es nuestra forma de vivir. Ese hiperconsumo es el que está agrediendo al planeta”.

José o Pepe Mujica habla directo, sin rodeos. El movimiento de sus manos es su gesto más visible. Responde las entrevistas con la mirada hacia el suelo, no como una muestra de timidez, sino de introspección. Sus intervenciones son pausadas y largas. “Cuando yo era joven...”, repite. Algunos periodistas han dejado de hacerle preguntas, tan sólo le dicen una palabra y esperan a que él llene el silencio con sus recuerdos e ideas socialistas.

Se ve como el abuelo bonachón, de cintura amplia, bigote gris, el que da consejos sobre cómo vivir con menos y ser más feliz. Suena más a antropólogo que a político. Ni siquiera usa corbata, sólo suéteres cómodos. Habla a veces de lo mucho que le gusta el tango y de la nostalgia que le produce, “pero no miro hacia atrás”. Ya lo ha dicho: “Las personalidades ocupan más escenario que los partidos”. Su estrategia es prolongar el discurso para que “la causa” sea, de cierta forma, inmortal.

Por Laura Juliana Muñoz *

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