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El día en que llegué a Haití

Rechazados por sus vecinos de República Dominicana, los haitianos viven entre la pobreza, la corrupción y otros problemas. Desde Puerto Príncipe, Óscar López, un colombiano, nos dibuja un país que trata de progresar.

Nohelia Leal Barrera
11 de febrero de 2016 - 03:48 a. m.

Desde el domingo, Haití vive sin un jefe de Estado. A pesar de la crisis política por la que atraviesa el país tras la cancelación en cuatro oportunidades de las elecciones presidenciales, quien ostentaba el cargo, Michel Martely, decidió entregar el poder y marcharse. Las riendas del país las tomó el primer ministro, Evans Paul, quien aceptó el cargo “temporal” a la espera de que el Parlamento elija a un presidente interino que deberá organizar nuevas elecciones generales. Pero en medio del carnaval, la tarea se comenzó a retrasar. “Las fiestas son importantes, van desde el fin de semana hasta antes del miércoles de ceniza. La cultura del haitiano es así, licor, música fuerte y se les olvidan todos los problemas. Nueve meses después se incrementan los nacimientos en Haití”, cuenta desde ese país Óscar Eduardo López, un colombiano que vive en la isla desde 2001. Allí se casó con una haitiana y tuvo cuatro hijos. Todos con doble nacionalidad. Óscar reconoce las falencias estatales y sociales, pero también resalta la fortaleza física y mental del pueblo haitiano para sobreponerse a tantas adversidades. “Hace alrededor de 30 años, Haití era un país próspero, era conocido como la Perla del Caribe, estaba en mucho mejor condición que su vecino, República Dominicana. Pero luego de derrocar la dictadura (1986) cayó en un espiral de violencia y corrupción política que hizo retroceder al país. Los eventos naturales también se han ensañado con el país, comenzando por los huracanes, que en distintas épocas han causado grandes daños y muchas pérdidas humanas. Pero la peor catástrofe de la historia del país fue el terremoto del 12 de enero del 2010. Desde entonces la historia haitiana se partió en dos, el 10 % de su población murió en la tragedia”, cuenta Óscar López.

La reconstrucción ha sido lenta y hoy, seis años después del terremoto, miles de haitianos viven todavía en carpas. “Otro de los temas preocupantes es la salubridad, la mayoría de barrios de bajos recursos no tienen acueducto. En donde sí hay el suministro es por unas horas cada 15 días. El servicio de energía eléctrica también es deficiente; regularmente la ciudad está dividida en sectores y cada uno recibe el suministro de energía aproximadamente por ocho horas al día”.

Confrontar esta realidad no es tarea fácil para un haitiano, mucho menos para un extranjero como Óscar, quien recuerda lo que vivió cuando llegó hace 15 años. “Pensaba que encontraría algo parecido a lo que muestran de Somalia o Etiopía, gente desnutrida por doquier, pero al llegar vi personas fornidas, el desnutrido parecía ser yo”, afirma.

“Durante los primeros 15 días de estadía llegue a deprimirme al ver tanta gente pobre, tirados en los andenes tratando de vender cualquier cosa, especialmente me golpeaba el hecho de pensar que alguien comprara un peluche viejo y descolorido para llevarle a su hijo o hija porque no tenía dinero para uno”, recuerda.

(AFP)

“Con el tiempo pude entender que aunque yo estaba triste de verlos sumergidos en su pobreza, ellos eran felices y me dije: ‘¿Cómo así que yo estoy triste por ellos y ellos muy contentos?’, y ahí comprendí su situación. Contradictoriamente a lo que pasa en muchos países de Latinoamérica, incluido Colombia, en Haití es muy difícil ver en la calle casos de robo, o asaltos a mano armada”, explica.

Hoy, Óscar culpa a la corrupción generalizada que se presenta en Haití de la mayoría de los males. De hecho, señala esa razón como la raíz del actual vacío de poder. “La tensa situación que se vive ahora tiene su sustento en los partidos políticos, mas no en un inconformismo de la población”, dice López. “Las manifestaciones políticas regularmente son en fechas programadas, desde el mediodía hasta las seis de la tarde; el resto del día todo es tranquilo como si nada pasara”, agrega.

Antes de llegar a Puerto Príncipe, Óscar López trabajaba para una importante multinacional del sector de construcción. Cuando se presentó la oportunidad de desarrollar su trabajo en Haití, no lo pensó dos veces. Hoy trabaja para una farmacéutica canadiense y aunque Colombia le hace falta, sabe que Haití tiene muchas cosas que ofrecerle. No es el único colombiano allí, calcula que hay cerca de 90 connacionales que trabajan, principalmente, en misiones sociales con el fin de contribuir a sopesar y superar las dificultades que se presentan.

Una tarea compleja. La educación pública, al igual que en varios países de la región, es de baja calidad. “El nivel de las universidades también es bajo, por eso muchos haitianos que tienen recursos estudian en universidades de Estados Unidos, Canadá o Francia. La clase media envía a sus hijos a República Dominicana, en donde se distinguen por obtener excelentes resultados”, dice Óscar. Eso hasta hace unos meses, pues República Dominicana empezó a expulsar a los hijos de haitianos. Miles están en riesgo de ser deportados.

Y así, rechazados por sus vecinos, estigmatizados por la pobreza y señalados por la corrupción, los haitianos esperan que todos los sectores superen la actual crisis política y el país salga del círculo vicioso del caos. Por eso Óscar, al igual que miles de haitianos, sigue apostando por su futuro en Haití.

Por Nohelia Leal Barrera

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