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El duelo a los pies de los Alpes

Syenes-les-Alpes, conocida mundialmente por sus estaciones de esquí y de alta montaña, es desde el martes pasado el escenario de un absurdo accidente que les costó la vida a 150 personas.

Guillermo Quintero, Especial para El Espectador / Seyne-les-Alpes (Francia)
29 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.
Helicópteros sobrevuelan Seynes-les-Alpes, lugar de la tragedia del Airbus A320.  / AFP
Helicópteros sobrevuelan Seynes-les-Alpes, lugar de la tragedia del Airbus A320. / AFP

Todos los caminos que conducen a la población de Seynes-les-Alpes, en el departamento de los Alpes de alta Provenza, son carreteras serpenteantes que se empinan al lado de un valle que lleva su mismo nombre. Justo antes de pasar por las primeras casas, cuando en los avisos se anuncia el pueblo, se topa uno con una de esas imágenes típicas de los paisajes alpinos. La iglesia sobre una especie de falda de casas color crema y ocre que se desparraman a su alrededor fundiéndose de repente con bosques de pinos y pendientes nevadas que, en esta época del año, despiden el invierno.

Pero desde el martes pasado, cuando el avión de Germanwings se estrellara contra una de esas escarpadas montañas, los 1.400 habitantes de esta pequeña población han visto cómo su tranquila rutina bucólica se ha convertido en todo un escenario sin precedentes. Aturdidos ante la marea de periodistas, socorristas, gendarmes, funcionarios públicos y, por supuesto, los familiares de las víctimas, se les ve de un lado para otro hablando de cómo este evento cambiará de ahora en adelante la dinámica del lugar.

Ya desde el miércoles, algunos se acercaban curiosos al encuentro de los mandatarios François Hollande, Ángela Merkel y Mariano Rajoy en un descampado que hace las veces de helipuerto y centro de operaciones de los socorristas. Se asomaban de vez en cuando entre las cámaras enfiladas que habían sido instaladas por los cientos de cadenas de televisión presentes. Se veían caminando pausadamente, algunos con sus hijos correteando, entre indiferentes e incrédulos. Este triple encuentro presidencial, inédito en la región, fue uno más de una serie de eventos extraordinarios que han sucedido a lo largo de esta semana.

Pero los seynois o seyniens, como se les llama, no parecen acostumbrarse a tanta parafernalia. Durante los días posteriores a la caída del avión, apenas si logran confundirse ante tanto visitante, pues sus ropas y gestos los delatan como auténticos sureños alpinos, y se percibe en ellos una especie de sorpresa constante. Ahí donde van a comer todos los días, ahora se encuentran con mesas llenas de periodistas comiendo con sus computadores encendidos, hablando urgentemente con sus jefes de redacción y corriendo para lograr informar todo detalle que rodea esta catástrofe.

Y es que en cada esquina, bar o restaurante hay un operador de cámara, algún reportero o algunos operadores de satélite. Se escuchan frases sueltas en alemán, español, francés y otras tantas lenguas venidas de todo el mundo. Todos además van a un ritmo frenético que contrasta con la rutina calmada de esta región que, a partir del martes pasado, será conocida mundialmente no sólo por sus estaciones de esquí y de alta montaña, sino también por ser el escenario de este absurdo accidente.

Lo que sí han sabido hacer los pobladores de esta localidad es solidarizarse con los familiares de las víctimas, en su mayoría provenientes de Düsseldorf y Barcelona. Ellos también han llegado hasta acá para poder estar cerca de donde se encuentran los restos de sus seres queridos. Por el momento no podrán acceder a esa escarpada pendiente sobre la que precipitó el vuelo de Germanwings, a solamente siete kilómetros de la población. Se tendrán que conformar con ir a la localidad vecina de El Vernet, donde se ha erigido el monolito a manera de memorial en honor a todas las víctimas, colocar algunas flores, realizar sus plegarias y contemplar de lejos los picos nevados que sirven de marco a la población. Entre ellos se encuentran también las familias de los dos colombianos que se encontraban en el avión, los jóvenes María del Pilar Tejada y Eduardo Medrano.

Algunos también han decidido ir al gimnasio en el que se ha improvisado una capilla ardiente, en donde se han celebrado algunas ceremonias multirreligiosas, se han encontrado unos con otros y se adivina que han intercambiado sus tristezas, iras e incomprensiones. La gente del lugar se ha volcado para arroparlos, han ofrecido sus casas para albergarlos, compartir su dolor y acompañarlos en el recogimiento y el duelo. Profesores de español, alemán y otras lenguas han llegado al pueblo para ofrecerles sus servicios, pues ya es demasiado choque la experiencia misma como para que se tengan que bandear al mismo tiempo con fórmulas incomprensibles en lengua francesa. Se les ve también acompañados por miembros de la Guardia Civil, por voluntarios de la Cruz Roja francesa y española, que muy seguramente hacen uso de todo su tacto para poder sortear con todo tipo de reacciones.

Los gendarmes son los encargados de cercar cada zona, de acompañar cada uno los movimientos de estos familiares y así, afortunadamente, resguardarlos de las ansias de algunos periodistas. Por eso, hasta ahora, ninguno de ellos se ha expresado frente a los cientos de medios presentes, y en todas las imágenes se les ve siempre de lejos, cabizbajos y murmurando quizá lo extraño de la situación.

Y mientras todo esto ocurre en el municipio, siete kilómetros montaña arriba continúan los socorristas la tarea incansable de recuperar partes de los cuerpos de los pasajeros. Según sus testimonios, no se ha podido encontrar un cuerpo entero y las latas arrugadas del Airbus 320 se confunden con sus restos. Esta perturbadora tarea continuará durante los próximos días, algunos hablan incluso de semanas y meses. Se ve así un constante ir y venir de los helicópteros que sobrevuelan la zona para poder anticipar a los equipos que encuentran en tierra un posible hallazgo. Hasta el momento, la policía forense ha declarado haber encontrado 600 partes que serán objeto de análisis de ADN para su posterior identificación. Seiscientos testimonios del desastre, del absurdo, de la incomprensión.

En un futuro, cuando ya no haya periodistas, ni socorristas, ni gendarmes, es posible que Seynes-les-Alpes se convierta en un lugar de peregrinación. Algunos turistas seguramente recorrerán los siete kilómetros empinados hasta llegar a la zona del choque y pongan allí su ofrenda. Los familiares de las personas que allí murieron probablemente irán a ver con sus propios ojos el terrible escenario. Muchos otros tomarán de pronto una hojalata o un pedazo del fuselaje.

En cualquier caso, en ese futuro, los habitantes de esta pequeña población habrán recuperado su rutina habitual y, sin embargo, quedarán marcados para siempre por ese 24 de marzo. Ese día en el que el copiloto alemán Andreas Lubit, decidió acabar con su vida y la de otras 149 personas, estrellando el avión que manejaba contra una montaña de esta calmada localidad.

 

Por Guillermo Quintero, Especial para El Espectador / Seyne-les-Alpes (Francia)

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