El fin del fenómeno Obama

Aunque la mística no lo acompañe, por ahora es el favorito para ganar en noviembre.

Antonio Caño / Especial de El País, Pittsburgh /
09 de julio de 2012 - 10:14 p. m.

De Toledo a Pittsburgh hay 400 kilómetros de carretera donde en los últimos días se han expuesto algunos argumentos de la campaña electoral de EE.UU., se han reflejado algunas de las incertidumbres sobre su resultado y, por encima de todo, se ha certificado una realidad: el fenómeno Obama, esa gigantesca ola de afecto popular que sorprendió al mundo hace cuatro años, está moribundo, si es que no definitivamente enterrado ya. Por primera vez desde que llegó a la Casa Blanca, el presidente se echó a la carretera en los estados de Ohio y Pensilvania, ambos de enorme peso en las urnas, dispuesto a rememorar sus mejores momentos como apóstol de la esperanza, pero al final todo fue un ejercicio rutinario de petición de voto.

Barack Obama tiene todavía combustible (y razones) suficientes para ser reelegido. Las encuestas aún le favorecen y la aritmética electoral sigue apostando a que obtendrá la victoria en noviembre. Pero, de hacerlo, lo conseguirá con armas muy distintas a las que utilizó en 2008. La mística, la ilusión, la fe, todas aquellas cualidades extrapolíticas que encumbraron a Obama en su día, se han esfumado. Hoy el presidente estadounidense es un político convencional.

Después de tres años y medio de una presidencia irregular, con grandes éxitos, como la reforma sanitaria o la muerte de Osama bin Laden, y varias lagunas, especialmente el hecho de que el plan de estímulo económico de 2009 no obtuviera los resultados previstos, el desgaste de Obama se aprecia no sólo en las canas. Su oratoria se ha hecho monótona. Su mayor problema es que ese agotamiento se aprecia también en sus seguidores, envueltos en un halo de melancolía por lo que pudo ser y no fue.

Desde que comencé a seguir a Obama, a mediados de 2007, nunca lo encontré entre una audiencia inferior a los varios miles, en bastantes ocasiones decenas de miles. En cuatro de los cinco mítines en los que participó durante la última gira, el público apenas llegó a unos pocos centenares. Sólo en Pittsburgh, favorecido por el escenario juvenil de la universidad Carnegie Mellon, llegó a los 5.000, según las cifras oficiales distribuidas por su propia campaña.

En ese último acto pronunció la frase que define el actual momento: “Si siguen confiando en mí como yo confío en ustedes y me apoyan en 2012, juntos sacaremos esta economía adelante”. ¿Se puede seguir confiando en él? ¿Pueden los trabajadores seguir confiando en Obama pese a que el desempleo se mantenga en el 8,2%? ¿Pueden los hispanos seguir confiando en Obama pese a que haya incumplido la promesa de hacer una ley de inmigración? ¿Pueden todos los que aspiran al sueño americano confiar en Obama con un futuro tan incierto en una economía que apenas crece al ritmo del 2%?

Esta gira era para definir al candidato Obama y eso es lo que el presidente Obama ha tratado de hacer. Uno de sus razonamientos es el de “aunque queda mucho por hacer, estamos en el camino correcto”. Cómo él mismo se ha encargado de recordar insistentemente en Ohio, cuyo progreso está estrechamente ligado a la industria automovilística, su decisión de rescatar a las tres grandes compañías de coches basadas en Detroit ha permitido que éstas vuelvan a obtener beneficios y a crear empleo.

Aunque otros factores influyen en la votación, para Mitt Romney, su rival republicano, luce muy cuesta arriba un triunfo en Ohio, donde está por detrás de Obama por nueve puntos, según las encuestas. Y si no consigue ganar en Ohio, es difícil imaginar cómo puede conseguir la presidencia.

En todos los casos se trata de ventajas escasas que cuatro meses de campaña pueden cambiar, pero para ello sería necesario que el rechazo al presidente fuese mayoritario o bien que su rival consiguiese generar una fuerte corriente de ilusión. Ninguna de las dos cosas se dan en estos momentos.

Por si acaso, Obama se han encargado también de descubrir las presuntas intenciones de su rival: “Romney pretende bajar aún más los impuestos de los ricos a costa de recortar los presupuestos de educación y de retirar el apoyo a la investigación y la ciencia”. El presidente ha caricaturizado al candidato republicano como un millonario —“creo que él sí se podría permitir pagar más impuestos, ¿verdad?”— insensible a las dificultades de los trabajadores y heredero de la misma política económica que creó el desastre de 2008.

En contraste, Obama se presenta como el defensor de la clase media. “Creo en todas las fibras de mi ser que una economía fuerte no viene de arriba hacia abajo sino de la fortaleza de la clase media. Cada día me despertaré pensando en ustedes y luchando para que tengan las mismas oportunidades y las mismas condiciones”. El presidente dice representar plenamente los auténticos valores estadounidenses, no los de hacerse rico a toda costa, sino los de “una sociedad que se preocupa por su vecino y en la que se ayudan los unos a los otros para progresar unidos”.

El presidente llevaba algún tiempo sin hablar de la reforma sanitaria, que se había detectado impopular entre una mayoría de la población. Sin embargo, el Tribunal Supremo refrendó la semana pasada esa ley y las encuestas han empezado a girar marcadamente a favor de la iniciativa, y Obama manifiesta ahora su “orgullo” por haberla firmado.

También en eso Obama se ha convertido en un político común. La eficacia manda sobre la ideas, las prioridades electorales van por delante de todo lo demás. Pero queda mucha campaña de frente. Muchas cosas pueden ocurrir y Obama ya no tiene la misma magia para sortear obstáculos. En 2008, John McCain tuvo que pelear contra un duende. Esta vez es una pelea de hombre contra hombre.

Obama pide impuestos a los ricos

El presidente Barack Obama propondrá al Congreso cortar con los privilegios fiscales de los más ricos y extender por un año los beneficios para las familias que ganan menos de US$250.000 al año. “Creo que todo el que gane más de esa cifra anualmente debería volver a pagar los impuestos que pagaba”, aseguró Obama, haciendo referencia a las normas que rigieron durante el gobierno de Bill Clinton y que fueron modificadas por George W. Bush para conceder recortes impositivos que se vencen al terminar este año. Sin embargo, los republicanos, que son mayoría en la Cámara, son partidarios de mantener los privilegios para toda la población, lo que hace pensar que la propuesta de Obama no se materializará fácilmente.

Por Antonio Caño / Especial de El País, Pittsburgh /

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