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El inventario del narcotráfico

La sorprendente fuga de la cabeza del cartel de Sinaloa recuerda una larga estela nacional de literatura, reportajes y series de televisión enfocados en la figura del narco. En ocasiones, la realidad supera la ficción.

Juan David Torres Duarte
19 de julio de 2015 - 02:00 a. m.

El rebelde Pedro Zamora, comandante de la bandada revolucionaria, les menta a sus cuadrillas: “Esta revolución la vamos a hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a amontonar dinero, para que cuando vengan las tropas del gobierno vean que somos poderosos”. La afirmación, ejecutada en el cuento El Llano en llamas, de Juan Rulfo, bien podría venir del Chapo Guzmán, de los hermanos Beltrán Leyva o de Amado Carrillo, jefe del cartel de Juárez, cuya muerte resulta pintoresca: el rey del narcotráfico murió días después de someterse a una cirugía plástica para cambiar su rostro. Todos ellos pudieron haberla pronunciado, con el mismo tono incendiario y atrabiliario, aunque fuera escrita a principios de los años 50. Continuadores de los caciques mexicanos, los narcos tienen un retrato refinado en la novela Pedro Páramo, también de Rulfo -mexicano, fallecido en 1986-: son ese padre desconocido, mítico, al que muchos temen y veneran a pesar de ignorar todo sobre él. Es el padre de todos los muertos.

La profundidad de perspectiva que entregan las expresiones culturales con respecto a una realidad social difiere y es maleable: parece que, entre más cerca se encuentra de su objeto, más difícil resulta retratarlo. La reciente fuga de Joaquín el Chapo Guzmán -demoró cinco minutos, cavó un túnel por seis meses, se habría desplazado después en helicóptero y habría dejado un gorrión muerto como advertencia poética a quienes deseen perseguirlo- se asemeja al argumento de una novela surreal: todo aquello que parecía imposible resultó tangible. Por eso, y porque toda forma social permea sin duda el arte de esa sociedad, en los últimos quince años -o tal vez algo menos- la literatura, el periodismo y las novelas y series de televisión que recogen el fenómeno narco en México se han multiplicado -como los hombres y los espejos de Borges- de modo bestial. En todos los formatos se encuentra, ya sea como aire o como personaje directo, al narco que somete a la sociedad a sus deseos y que trastoca la temporal y falible felicidad de sus destinos.

Quizá sea en los libros de periodismo y la narcoliteratura, como ha sido bautizada, donde se encuentra el inventario más profuso. Hay numerosos autores: Luis Humberto Crosthwaite, Eduardo Parra, Élmer Mendoza, Guadalupe Nettel y Yuri Herrera. Si existe un punto donde esa literatura despegó, puede ser la publicación de La reina del sur, del español Arturo Pérez Reverte, historia de una mujer de Sinaloa -la tierra del Chapo- que va a España y se introduce en las redes del narcotráfico, y su éxito en ventas permitieron que el conflicto, al menos a modo de ficción, fuera resaltado en América y España. Docenas de novelas han sido publicadas en los últimos diez años: el detective Mendieta, creación de Mendoza, ha sido figura en novelas como Nombre de perro y el narcotráfico abunda en los argumentos de El amante de Janis Joplin, Balas de plata y La prueba del ácido; El poder del perro, de Don Winslow -estadounidense-, abarca la rivalidad entre el líder de un cartel -un personaje similar al Chapo- y un agente de la DEA; El hombre sin cabeza, de Sergio González Rodríguez, compone la historia general de las decapitaciones. La narcoliteratura, apenas en desarrollo, tiene abundante material para alimentarse, y quizás allí se encuentre su principal problema: la realidad, en ocasiones, parece avasallar las intenciones del escritor de ficciones. Anota la escritora Lolita Bosch en El País de España: “La narcoliteratura, en México, suele ser mejor si parte de la realidad que si trata de ficcionarla. No porque, como suele decirse, la realidad le gane a la ficción, sino porque contar lo que está ocurriendo es más difícil que inventarlo. Y, por lo tanto, los textos que se lo proponen suelen ser mejores. Más ambiciosos”.

¿Es posible crearse una imagen de un país a través de su literatura? El realismo de la narrativa del narco puede llegar a ser abrumador: unos años atrás, el rito de iniciación del cartel Jalisco Nueva Generación -Jalisco, la tierra de Rulfo- fue abandonar 20 cabezas de enemigos al frente de un centro comercial sin pestañear en el acto. Uno de los narcos más sanguinarios de México se apoda la Barbie. El Chapo se escapó de la prisión Puente Grande en 2001 envuelto en un carro de ropa. Una literatura, en un contexto así de “enriquecido”, puede resultar agotada. Sin embargo, es en la literatura donde justo se encuentran otros caminos, como la descripción que hace Yuri Herrera en Trabajos del reino: “Nosotros los oscuros, los chaparros, los grasientos, los mustios, los obesos, los anémicos. Nosotros, los bárbaros”. “En la medida en que (la narcoliteratura) es una categoría que contiene un realismo inconveniente, que señala, no el folclor, sino las peligrosas debilidades de la sociedad contemporánea corrupta, tiene valor”, dijo Élmer Mendoza en una entrevista con la revista Ñ. El narcotráfico no es, en ese sentido, la mera distribución de drogas por el mundo: en su profundidad umbría, el narcotráfico rompe los valores de una sociedad y ahoga, casi siempre con una licencia otorgada, los pilares de una sociedad. En las historias pequeñas, en esos rompimientos al parecer inocuos, están las historias.

Tanto el género como los libros de periodismo, claro, también se han convertido en un modo de la mercadotecnia que suele empobrecer la representación. En un ensayo en la revista mexicana Letras Libres -donde refuta el éxito de la narcoliteratura-, el crítico Rafael Lemus dice: “¿Qué es el narco? En principio, el puto caos. O eso. Un elemento anárquico, desequilibrante, destructor. Una Organización en contra de lo organizado. El desgobierno. (…) (En las novelas de la narcoliteratura) no hay actos rotundos, independientes, absurdos, como las ejecuciones de los sicarios. Todo aparece novelado, sometido. Lo mismo ocurre en la narrativa sobre el narco: se traiciona la realidad al relatarla”. El escritor Eduardo Parra, autor de Juárez, el rostro de piedra, le respondió: “En el norte se sabe, porque la vida está inmersa en él, porque todos tenemos algún conocido que milita en sus filas, que su universo (el del narco) muestra una lógica interna, un férreo sistema de valores -contrarios a los de la sociedad, pero valores al fin-, una coherencia inamovible. La violencia es un elemento, no la esencia, pues el narcotráfico es un fenómeno integral, capaz de cimbrar -no destruir- todos los aspectos de la existencia humana, y de sacar a relucir todas las miserias”.

El periodismo mexicano ha tenido también una producción amplia de material. Son libros de títulos dicientes como El cartel de Sinaloa: una historia del uso político del narco, de Diego Osorno; Osiel, vida y tragedia de un capo, de Ricardo Ravelo; Los señores del narco, de Anabel Hernández; El otro poder, de Jorge Fernández Menéndez, y Con la muerte en el bolsillo, de María Hidalia Gómez y Darío Fritz. Día a día, el periodismo mexicano se ha convertido en el principal mediador entre esa realidad y los ciudadanos; la aparente irrealidad de todos los actos suele ser más sencilla de superponer en los libros de periodismo con ambición narrativa. “Es peligroso para la prensa. Los periodistas trabajan entre las patas de los caballos; en cambio, nosotros cabalgamos tranquilamente en los lomos”, dijo Élmer Mendoza.

Un arista adicional, pero igual de extendida en términos de difusión, son las novelas y los seriados en televisión y en internet. El exnarcotraficante devenido en escritor Andrés López fue el encargado del guion de El varón de la droga, una serie dedicada a la vida del Chapo Guzmán que parece estar más basada en la ficción que en datos verificables, dado que éste suele ser más un mito que un personaje de carne y hueso. La serie, impulsada por Univisión, se une a otras dos que en los últimos años han tenido un escaparate genuino en medio de la ansiedad por las vidas -casi heroicas- de los narcos: La reina del sur -basada en la novela homónima- y El señor de los cielos, que relata la vida de Amado Carrillo, contemporáneo -y socio- de Pablo Escobar. Netflix informó -aunque no dio cifras precisas-, que este es el contenido más visto en su plataforma virtual. Quizás exista en todas ellos un elemento común: el narcotráfico resulta, en cierto sentido, como el padre perdido que viene a dar orden en casa. La esperanza paternal, aunque horrorosa. Escribe Rulfo, sugestivo, en ¡Diles que no me maten!, otro de sus cuentos: “Es difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta”.

Por Juan David Torres Duarte

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