El juego de la muerte

Los enfrentamientos entre Argentina e Inglaterra duraron 74 días, al término de los cuales el gobierno de Leopoldo Galtieri firmó una rendición.

Fernando Araújo Vélez
31 de marzo de 2012 - 09:02 p. m.

Se le aparecieron casi de madrugada con una orden terminante firmada por generales y coroneles, y se lo llevaron a los cuarteles porque la “patria”, así se lo repitieron, lo necesitaba. La “patria” había sido un general, Leopoldo Galtieri, en alto grado de ebriedad, que llevado por la inminente caída de su régimen dictatorial les había gritado a miles de argentinos en la Plaza de Mayo que las Islas Malvinas eran argentinas. “Hemos recuperado salvaguardando el honor nacional, sin rencores, pero con la firmeza de que las circunstancias exigen, las Islas Australes que integran por legítimo derecho el patrimonio nacional”, dijo. “Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”, advirtió después. El pueblo lo ovacionó, poseído, embebido de “patria”. Loco, ingenuo, pulsional.

Entonces comenzó la guerra y los militares empezaron a reclutar guerreros. “Señor Omar de Felippe, usted ha sido elegido por el Ejército Argentino para tomar posesión de las Islas Malvinas Argentinas”, decía la orden. Un camión, silencio, kilómetros de asfalto y de tierra, otro camión, el cuartel, otros miles de muchachos como él que en minutos se convertirían en soldados, un avión de guerra, uniformes, armas, una pista de aterrizaje, frío, las Malvinas. “Fue en los primeros días de abril, no recuerdo justo la fecha. Vino un soldado a mi casa a la madrugada, cerca de las 5 de la mañana, con una carta de citación para que en una hora me presentara en el Regimiento 3 de La Tablada. Lo recibió mi vieja, Rosa. Imagínese cómo estaba, me despertó llorando para darme la noticia”, contaría años más tarde de Felippe.

En las islas no hubo fútbol. No hubo juegos. “Vos ya sabes que tuve que elegir otros juegos y que los jugué en serio. Y jugué por ejemplo a la escondida, y si te descubrían te mataban, y jugué a la mancha y era de sangre”, como escribía Mario Benedetti. De Felippe tuvo que cargarse de guerra en lugar de debutar con Huracán en primera división. Y habló de las Malvinas y de lo que ocurrió allá después de décadas de silencio, pues un adolescente le dijo un día que si él no contaba lo que había ocurrido, nadie lo iba a hacer. En la guerra murieron 649 argentinos y 200 ingleses. Los que la sobrevivieron quedaron marcados. “Cuando regresamos, moralmente estábamos destruidos”, confesaba otro futbolista hecho recluta, Luis Escobedo.

“Yo había terminado de sacarme la camiseta de Los Andes en el encuentro previo a lo que iba a ser mi debut en Primera, y me enteré de que tenía que ir a las Islas —relató para Página 12—. Me presenté y al día siguiente ya estaba allá. No pude ni avisarles a mis viejos. Aún odio más a los militares que a los ingleses”. Cuando llegaron los ingleses y se iniciaron las batallas, Galtieri y Cía. se tomaron los periódicos y las revistas, los canales de televisión y los de la radio. Unos más, otros menos, todos asumieron que la guerra era un asunto de “patria”. Pidieron donaciones, exigieron aportes. El fútbol izaba la bandera, y la selección argentina terminaba de entrenarse para defender el título del mundo de 1978. En España-82 caería estrepitosamente.

“Desde la AFA, presidida por Julio Grondona, se tomaron varias iniciativas —escribió el periodista Roberto Parrottino—. El Comité Ejecutivo decidió llamar al Metropolitano 82 primero como “Malvinas Argentinas” y, luego, como “Soberanía Argentina en las Islas Malvinas”. También desembolsó 100 millones de pesos para el Fondo Patriótico Nacional y los clubes otros 300 millones de pesos producto del superávit de 1981. El 26 de abril, Agremiados organizó un partido con los mejores jugadores del momento, con televisación para Malvinas, y lo recaudado, 190 millones, fue también para el Fondo. Dudoso destino si tenemos en cuenta los muchos cargamentos de alimentos que nunca llegaron a las islas. Algunos que llegaron los mantuvieron en galpones, sólo para los generales. Un excombatiente contó una vez que su superior elegía el sabor de la mermelada, mientras ellos pasaban hambre y un duro frío”.

En Inglaterra, otros argentinos sufrían su propio calvario. Margareth Tatcher, la premier británica, había respondido a las provocaciones de Galtieri con un lapidario “¿Derrota? ¿Ustedes recuerdan lo que la reina Victoria dijo alguna vez? ¿Derrota? La posibilidad no existe”. Y la posibilidad, desde la absoluta realidad, no existía, más allá de que la revista Gente en Argentina hubiera titulado en su portada “Vamos ganando”, y que El Gráfico y Goles, las dos, futboleras e históricas, hubiesen dedicado líneas y líneas de odas a las Malvinas, al gobierno, a los soldados y a la victoria que sólo ellos veían. El fútbol, como siempre, era un pretexto más para generar odios o adormecer conciencias.

Oswaldo Ardiles, campeón del mundo en el 78, tuvo que afrontar la guerra como jugador del Tottenham Hotspur. Era el referente del equipo. Ídolo y ejemplo. Había demostrado que el fútbol, más que despliegue físico, era de inteligencia. Flaco, circunspecto, sobrio, regó las canchas inglesas de sutilezas en una época en la que no jugaban casi extranjeros. Él era la cuota del talento. El hombre que decidía cuándo, dónde y cómo. Pero estalló la guerra. Las tribunas trocaron amor por odio. Le gritaron “animal” y otros miles de improperios. Lo provocaron. Veintitantos años después, Ardiles escribió un libro que tituló Ossies’s Dream, por una canción que le dedicaban en los viejos buenos tiempos los hinchas spurs.

“Los mejores capítulos del libro —señalaba el columnista Ezequiel Fernández Moores— son los de la crisis que vivió con la Guerra de las Malvinas, que estalló cuando él cuenta que estaba en su mejor momento, incluido en la lista para ser votado el mejor futbolista en Inglaterra. “Mi mundo entero colapsó”, dice Ardiles. Tras una pobrísima temporada a préstamo en el Paris Saint Germain, Ardiles, ya pasada la locura bélica, aceptó volver a Tottenham. Pero Malvinas marcó un quiebre. No sirvió el trabajo del psicólogo John Syers, que le había contratado el club. Su primo, el primer teniente José Leónidas Ardiles, había muerto el 1° de mayo de 1982 en las Malvinas. Su avión Dagger C-433, según registros oficiales de la Fuerza Aérea Argentina, fue derribado por el Sea Harrier inglés pilotado por Bertie Penfold”.

El teniente Ardiles tenía 27 años. Como homenaje póstumo fue ascendido a capitán. Su padre pasó mucho tiempo en busca de datos. Necesitaba certezas de su muerte. Indagó, habló, preguntó e investigó, hasta que el mismo Penfold le dijo que él había hecho explotar su Dagger en el Atlántico Sur. Pasados 10 años, Oswaldo Ardiles fue nombrado entrenador del Newcastle. El portero era John Burridge, quien tiempo atrás, en un partido, le había recordado a Ardiles los muertos de lo que ellos, los británicos, habían bautizado Falkland. Burridge escribió en un libro que Ardiles lo borró de la nómina al asumir como técnico como represalia por aquella vieja historia. El argentino lo negó. “Es una completa fabricación, una linda historia para poner en el libro, pero no es cierta”.

En 1986, Argentina e Inglaterra jugaron un partido decisivo para la Copa del Mundo. El fútbol volvía a ser un pretexto. Antes de que comenzara el juego, Diego Maradona reunió a sus compañeros y les recordó los 946 muertos de las Malvinas. Les habló de primos, amigos, vecinos, compañeros. Con el cuchillo entre los dientes, los argentinos salieron a la cancha del estadio Azteca, Ciudad de México. El escritor Eduardo Sacheri describió aquel momento muy a su manera en un texto que tituló “Me van a tener que disculpar”. Aquella fue la venganza, la pequeña y enorme venganza de los argentinos por sus muertos (Argentina ganó 2-1, y luego fue campeón del mundo). Una venganza con trampa y arte, con robo y finura, como para que quedara en claro que el fútbol era como la guerra, como el amor, y que estaba más allá del bien y del mal.

Así fue la guerra de las Malvinas

1982

2 de abril

Estalla la guerra entre la República de Argentina y el Reino Unido en las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. Ambos países se disputan la soberanía de estos archipiélagos.

1982

7 de abril

El secretario de Estado Alexander Haig es designado como mediador entre Londres y Buenos Aires por el presidente de EE.UU., Ronald Reagan. Gran Bretaña impone un bloqueo alrededor de Malvinas.

1982

2 de mayo

Comienzan los ataques. El Conqueror, submarino británico, hunde el crucero General Belgrano. En el ataque, considerado el primero en la historia lanzado por un submarino nuclear, mueren 323 marinos argentinos.

1982

25 de mayo

Día de gloria para Argentina. Hunden al menos siete máquinas de guerra enemigas. Mientras tanto, en Puerto Argentino, se celebran los 172 años de la Revolución de Mayo.

1982

30 de mayo

Mueren 38 británicos y 150 argentinos. Mil argentinos son capturados. La aviación argentina realiza el “Operativo Invencible”, la operación aérea más importante después de la Segunda Guerra Mundial.

1982

14 de junio

La ofensiva británica cobra mucha fuerza. Se rinden las tropas argentinas, después de perder a 649 de sus militares en diversos enfrentamientos. Cifras oficiales indican 255 británicos muertos.

Un conflicto que sigue vigente

Cada vez que se acerca un aniversario significativo de la Guerra de las Malvinas, Argentina despliega una ofensiva diplomática contra Inglaterra. Sin embargo, en esta oportunidad el reclamo de soberanía sobre las islas está creciendo y crispa cada vez más las relaciones entre los gobiernos de Cristina Fernández y el primer ministro británico, David Cameron. Desde Londres, la participación del príncipe Guillermo de Inglaterra en entrenamientos del ejército en las islas, el despliegue de una nueva plataforma para explotación petrolera y el envío de un buque de guerra. Desde Buenos Aires el bloqueo a barcos que lleven la bandera de Malvinas y una ofensiva diplomática para que otros países latinoamericanos respalden su reclamo. En las calles, estadios y otros escenarios, varios argentinos reclaman las islas. En el Reino Unido el tema no genera tantas pasiones.

Por Fernando Araújo Vélez

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