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El momento de Rusia

Las operaciones rusas contra posiciones del Estado Islámico en Siria afectan los intereses estratégicos y militares de EE.UU.

Daniel Salgar Antolínez
06 de octubre de 2015 - 10:59 a. m.

Era el momento para que el presidente ruso, Vladimir Putin, irrumpiera en el escenario de la guerra siria. Ante la falta de resultados y de capacidad de control por parte de Estados Unidos, Rusia llega para advertir que está dispuesta a competir por escenarios estratégicos, muy al estilo de la Guerra Fría, aunque esta vez sin el peso de la ideología.

Putin ya había aprovechado los titubeos estadounidenses en 2013 para dar una primera lección. Cuando Washington amenazaba con atacar al gobierno de Bashar al Asad por usar armas químicas en contra de civiles, Putin logró que su aliado, el presidente sirio, aceptara su propuesta para destruir el arsenal químico sirio bajo una operación internacional pacífica. Así, por un lado, protegía a su aliado. Por el otro, evitaba una intervención estadounidense en un país estratégico para los intereses rusos, particularmente porque en el puerto de Tartus, sobre la costa mediterránea siria, Rusia tiene una base de apoyo a su flota naval y un punto esencial para el transporte de recursos energéticos desde Oriente Medio hacia Europa. Una ruta también apetecida por EE.UU., que busca vías alternativas al estrecho de Ormuz para sacar su petróleo.

Ahora, el plato estaba servido para Moscú. Putin entró en escena (antes estaba tras bambalinas, apoyando al gobierno sirio desde el Consejo de Seguridad y mediante apoyo indirecto) después de 422 días y más de 7.000 bombardeos en Siria e Irak por parte de la Coalición Internacional liderada por EE.UU., que busca atacar a la organización Estado Islámico (EI). Si bien estos bombardeos han reducido las fuentes de ingresos económicos del EI al afectar la infraestructura petrolera que éste se había tomado, el panorama sirio es más bien de estancamiento. Son pocos los logros militares que la coalición puede reivindicar.

Los bombardeos han tenido un efecto similar al de los ataques contra Al Qaeda en Afganistán e Irak: la organización terrorista se ha dispersado. Hoy el EI tiene presencia y ha cometido crímenes horribles en Egipto y Libia, un país que en 2011 fue liberado por la OTAN, pero que no caminó hacia la anhelada transición democrática. La huida masiva de migrantes desde Siria hacia Europa plantea la posibilidad de que en el futuro se presenten ataques en el interior de los países europeos.

En este contexto, y a petición del presidente sirio Bashar al Asad, la fuerza armada rusa entra con una operación revestida de legalidad, para hacer ataques efectivos contra posiciones del EI y defender al régimen de Damasco. Una derrota del EI por parte de Rusia haría ver a Putin como el liberador del pueblo sirio. De hecho, hasta los medios occidentales reportan que en las áreas controladas por Bashar al Asad los rusos son recibidos como héroes y que grupos chiitas iraquíes apoyan los bombardeos aéreos rusos sobre Siria. Además, le garantizaría fortalecer los lazos con Damasco y tener una mayor presencia de su flota en el Mediterráneo y un mayor control de las rutas energéticas que van hacia Europa.

Para mejorar el momento de la operación rusa en Siria, días después de que comenzara EE.UU. bombardeó durante media hora un hospital de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) en Afganistán. Un craso error del ejército estadounidense, considerado un crimen de guerra por los oficiales de MSF. Timothy Bancroft-Hinchey, en una columna en la agencia rusa Pravda, resumía el impacto que esto tiene en la percepción sobre las potencias en Oriente Medio y Asia: “Mientras Rusia bombardea terroristas, EE.UU. bombardea hospitales”. Después de ese bombardeo, y de otras tantas muertes de civiles provocadas con aviones no tripulados en varios países de Asia y África, es un tanto contradictorio que EE.UU. alerte sobre los riesgos que plantean los ataques de Rusia para la población civil siria.

Esta reaparición de Putin en Oriente Medio, ante la impotencia de un Estados Unidos que no puede contener a Moscú ni a Bashar al Asad, le puede dar un nuevo peso a Rusia para negociar, por ejemplo, un levantamiento de las sanciones que le han sido impuestas por Occidente debido a su papel en la guerra de Ucrania. Como se ha visto en el conflicto sirio, EE.UU. ha tenido que cambiar sus posiciones y desarrollar una política ambigua. En un comienzo condenaba a Bashar al Asad, armaba a la oposición moderada y planteaba la posibilidad de intervenir para derrocarlo. Ahora, si bien aún condena a Bashar al Asad, tiene que cooperar con él para evitar que sea el EI el que se tome el poder en Siria. Si Putin aparece en un primer momento como un desafío a la estrategia estadounidense, puede ser que Obama se vea obligado a cederle un espacio y reconocerle un papel y un liderazgo en la lucha contra el terrorismo internacional.

Por Daniel Salgar Antolínez

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