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En el nombre de Alá

Con esta frase “en el nombre de Allah” empiezan las suras (o versículos), las partes en que se divide el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. En el nombre de Allah es la manifestación de fe como guía de sus acciones.

Victor de Currea-Lugo
07 de septiembre de 2013 - 09:00 p. m.
Un grupo de chiíes en Saná (Yemen) marchan en respaldo del régimen de Bashar al Asad, que pertenece a la minoría alawita, una vertiente del chiísmo.  /AFP
Un grupo de chiíes en Saná (Yemen) marchan en respaldo del régimen de Bashar al Asad, que pertenece a la minoría alawita, una vertiente del chiísmo. /AFP

Los musulmanes comparten con los judíos el reconocimiento del profeta Abraham y su ascendencia, y comparten con los cristianos (en todas sus formas) el reconocimiento de Jesús. Estas tres religiones monoteístas tienen muchos elementos comunes, al punto que, vistas por algunas comunidades asiáticas, realmente se trata de una sola religión.

Hacia adentro, los musulmanes tienen debates no resueltos, como todas las religiones, no sólo por la interpretación correcta de su libro sagrado, por su forma de definir su relación con el Estado o por el rigor con que se aplican sus principios, sino principalmente por quién es merecedor del legado de su profeta Mahoma, o Mohammed como se dice en árabe.

El debate sobre el heredero del profeta llevó a una división entre los que consideraron que el llamado a liderar era Alí, primo y yerno del profeta, y quienes consideraban que el vínculo de sangre no era argumento. Más allá de quien tenía la razón, lo interesante es que la búsqueda del poder generó un sisma entre chiíes (los seguidores de Alí) y suníes (los seguidores de los compañeros del profeta). Estos últimos representan el 80% de los musulmanes.

Los chiíes son mayoría en Irán, Irak y Bahréin. A su vez, la descendencia de Alí no fue reconocida por todos los chiíes sino que hubo nuevas divisiones, dando origen a otras expresiones religiosas como el alawismo (en Siria) o el zaidismo (en Yemen). Los chiíes aceptan los doce imanes descendientes de Mahoma (hijos de Alí y Fátima, hija del profeta), mientras los alawíes solo aceptan algunos de ellos.

La práctica religiosa impregna, más que en el mundo cristiano, la mayoría de acciones sociales y políticas de las sociedades musulmanas. Por tanto, Siria no se puede explicar sin su minoría alawi en el poder y sin su mayoría suní en la oposición, así como en Bahreín pasa al revés. En el caso de Irak, un crónico gobierno suní hasta 2003 generó una marcada discriminación contra chiíes, a pesar de que eran mayoría.

Existiendo pues una superposición de agendas nacionales, culturales y religiosas, y siendo lo musulmán (y sus vertientes) también una expresión de identidad, es apenas obvio que lo religioso pueda ser objeto de manipulación desde lo político.

Por ejemplo, en el siglo XIX, un líder de Darfur autodenominado el Mahdi (“el iluminado”) encabezó una rebelión contra la invasión anglo-egipcia. La lógica de división hecha por el Mahdi era contundente: quienes lo apoyaban eran verdaderos musulmanes y quienes no lo hacían eran infieles. Esta forma de descartar al contradictor negándole su naturaleza religiosa se observa en la confrontación en Irak (entre milicias suníes y las chiíes de Moqtada Al-Sadr), entre musulmanes radicales y moderados en Somalia (Cortes Islámicas y Al-Shabbab) y en Mali (entre los tuareg y Al-Qaeda del Magreb Islámico).

Mientras el sufismo es una mirada más “espiritual” (en el sentido que lo entiende Occidente) de lo musulmán, los salafistas son quienes reivindican, desde el radicalismo, el regreso a las fuentes originales del Islam y, por tanto, ofrecen una lectura más dogmática.

Mientras para unos musulmanes lo laico, los derechos humanos y la democracia son compatibles con el Islam y así intentan demostrarlo en Túnez y Turquía, para otros el camino es la aplicación a rajatabla de la Sharía (la ley islámica) como es el caso de Arabia Saudita.

No todos los musulmanes son partidarios de la burka o del velo. Es más, no todos los musulmanes son árabes (el país con más musulmanes en el mundo es Indonesia) ni todos los árabes son musulmanes (en Líbano hay maronitas y en Egipto coptos), ni muchos menos ellos son de Al-Qaeda sólo por seguir una religión. En el Corán el suicidio está prohibido, pero, como en todas las religiones, hay quienes justifican cualquier acto sacando de manera descontextualizada una cita de la Biblia, de la Torá o del Corán.

Los musulmanes tienen entre ellos más cercanías que distancias, creen en el mismo Dios, comparten exactamente el mismo libro sagrado y están de acuerdo que Mahoma es el último de los profetas. Pero por múltiples razones, desde lo cultural hasta lo político, hay abuso de sus divisiones internas incluso hasta empujarlos a la guerra entre ellos.

En un mundo con 1.300 millones de musulmanes decir qué es lo musulmán es tan riesgoso como tratar de definir qué es lo humano, pues ambas identidades están llenas de complejidades y contradicciones, no sólo por como entienden la fe sino como consecuencia de la naturaleza humana.

Por Victor de Currea-Lugo

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