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El presidente improbable

Mauricio Macri estaba destinado a manejar los millonarios negocios de su familia, pero eligió el fútbol y luego la política. Ahora, este opositor del kirchnerismo es el favorito para llegar a la Presidencia.

Nicolás Cuéllar Ramírez BUENOS AIRES
22 de noviembre de 2015 - 02:00 a. m.

En las entrañas de la familia Macri la posibilidad de que Mauricio, el hijo mayor, pudiera ser presidente de Argentina, jamás se consideró. No hace muchos años, incluso, la idea de que su futuro estuviera más del lado de la política que del mundo empresarial era totalmente improbable.

Lo que sí se esperaba era que el heredero tomara algún día las riendas de los negocios multimillonarios de la familia y continuara consolidando el emporio económico que había hecho de los Macri un apellido influyente y cercano al poder desde décadas atrás, cuando los que dirigían el destino del país eran los militares.

Sin embargo, Mauricio desvió el camino trazado para él. Las posibilidades de que este ingeniero civil de 57 años sea el próximo en ocupar la Casa Rosada crecen con los días, desde que el pasado mes de octubre obligara a una segunda vuelta inédita en la historia política argentina, al sacar tan sólo un 2,5 % menos de votos que el candidato oficialista, Daniel Scioli, a quien hasta ese momento todas las encuestas daban como seguro vencedor.

En materia política, no obstante, Macri no ha tenido un camino fácil. “Mauricio no quería vivir a las órdenes de un padre que aún hoy sigue siendo el jefe del emporio”, señala la actual legisladora Gabriela Cerruti, quien investigó la vida de Macri y escribió la biografía El Pibe. En la actual campaña, el candidato ha querido, precisamente, que la gente se refiera a él como Mauricio, y no por su apellido.

La realidad es que existe una gran diferencia entre padre e hijo, que ocasionalmente el actual candidato ha querido subrayar. “Crecí con el peor enemigo en mi espalda, y encima era mi papá”, le dice Mauricio a Cerruti, a lo que el padre responde: “Así es Mauricio. Se queja, se queja, pero siempre usó todo lo mío. Agarra todo lo que le conviene”.

“Me ponía al frente de todo, y a los dos días estaba rodeado de tipos que mandaba él a ver cómo fracasaba”, replica el actual candidato. Cerutti termina por confirmar que mientras Franco era el jefe, Mauricio era el pibe, el que tenía que heredar las empresas, pero un día decidió meterse en el fútbol y, luego, en la política.

El fútbol

Ante los ojos de la prensa internacional, Mauricio Macri comenzó a ser conocido como presidente de Boca Juniors. Era entonces un hombre de menos de 40 años, delgado, de ojos claros y un bigote poblado similar al que usaba el cantante de Queen, Fredy Mercury, uno de sus ídolos musicales.

Dice que la decisión de convertirse en dirigente deportivo la tomó durante su secuestro. En 1991, una banda de policías corruptos y agentes de inteligencia lo secuestró y lo tuvo cautivo durante dos semanas, hasta que Franco Macri pagó el rescate solicitado: US$6 millones.

La experiencia marcó a Mauricio. “El tipo que me vigilaba era fanático de Boca, compartíamos recuerdos de partidos, de jugadores. En ese momento comprendí que el fútbol y, sobre todo la pasión por un club, pueden superar cualquier barrera. No hay clases sociales, no hay partidos políticos, no hay religiones”, señaló en una entrevista años después, al recordar el tiempo en que estuvo encadenado en el sótano de una casa a cuarenta calles de la Casa Rosada.

Algunos amigos cercanos coinciden en afirmar que Macri llegó al club de fútbol dispuesto a imponer los criterios de eficacia y eficiencia que aprendió en el mundo empresarial. Otros, sin embargo, criticaron en un principio su falta de experiencia como dirigente deportivo.

Referentes del equipo como Diego Maradona criticaron su gestión, y lo tildaron incluso de “niño rico caprichoso”. La razón, Macri no estaba dispuesto a pagarles a los jugadores premios exorbitantes, en tiempos en los que el club generaba pérdidas.

Los resultados tanto deportivos como financieros le sonreirían muy pronto. El “inexperto” Macri renovó la plantilla del club, primer paso de una profunda transformación que contó con la llegada de Carlos Bianchi como técnico en 1998, y con el que comenzaría el ciclo más exitoso de su historia.

Boca ganó 17 títulos, y Mauricio consiguió para sí un aura política que lo llevó directo a la arena electoral. “Le da conocimiento público por fuera del jet set y una primera experiencia de armado político. Fue su primer experimento de trasladar prácticas del mundo empresarial a un ámbito casi público”, explica el sociólogo Gabriel Vommaro, autor del libro Mundo PRO.

En el país austral, fútbol y política se viven con la misma intensidad. El salto de un mundo a otro es más que frecuente. Los políticos locales controlan y presiden con regularidad los clubes de su ciudad. Por eso, para Mauricio el salto a la política, desde Boca Juniors, fue algo natural.

La política

La política argentina reciente ha buscado en las figuras públicas la posibilidad de arrastrar votos y favoritismo. Tanto Scioli como Macri llegaron a ésta impulsados por el presidente Menem. Ambos iconoclastas, de familias empresarias, vinculados al deporte y miembros del jet set criollo.

Tras la crisis de 2001, Macri anunció su interés en participar en política. Luego de un primer intento fallido de salir elegido como jefe de Gobierno de Buenos Aires, Macri logró los votos suficientes para ser diputado nacional en 2005. Su labor, sin embargo, fue criticada por su constante ausentismo. En 2006 tan sólo hizo presencia en 44 de las 321 votaciones que se realizaron durante el año. “No voy porque no se debaten ideas”, se defendió en ese entonces.

Con el partido que fundó, el PRO, una opción no peronista de centroderecha, logró en 2007 hacerse a la Alcaldía de Buenos Aires y convertirse en la principal voz opositora al kirchnerismo, desde la misma capital de la República.

Su gestión al frente de la ciudad ha sido cuestionada por la escasa construcción de viviendas sociales, la baja calidad de la salud pública, por la promesa incumplida de una red de diez kilómetros de trenes subterráneos y por haber triplicado la deuda pública. Desde los medios oficialistas han dibujado una caricatura de él, que lo hace ver como un personaje aún más materialista que el señor Burns en Los Simpson.

Los resultados como alcalde, aunque no han sido muy destacados, no han sido terroríficos. “Macri no privatizó las escuelas, aunque el presupuesto educativo como porcentaje del presupuesto total se redujo; ni convirtió a la Policía Metropolitana en el Ku Klux Klan. La promesa de sostener las políticas sociales puede haber resultado convincente porque su gestión en la ciudad fue mediocre en muchos aspectos, pero no fue una gestión neoliberal ni noventista”, explica el analista José Natanson.

“Hay que tener cuidado de no convertir a Macri en una víctima”, habían vaticinado días atrás desde la campaña de Scioli, cuando ya la ventaja de Mauricio era un hecho.

En esta campaña Macri ha aprendido que la confrontación no es lo suyo y por eso ha evitado que lo etiqueten. Dice que no es ni de centro ni de derecha, y que eso en realidad no importa. Sabe que los peronistas son mayoría en el país y por eso ha intentado no chocar con ellos. “Yo no soy anti K ni anti nada”, ha afirmado en reiteradas ocasiones.

Prometió que si llega a la Casa Rosada no privatizará YPF ni Aerolíneas Argentinas, ni quitará los subsidios que ha recibido la población con el kirchnerismo. Ha sido claro en que liberará el cepo cambiario y en que negociará la deuda con los fondos buitres. Por esa razón, desde el Frente para la Victoria, han reiterado que si gana Macri se avecina un ajuste cambiario en el país. Dice que luchará, sobre todo, para eliminar el narcotráfico y la corrupción, aunque ha sido vago en sus explicaciones sobre cómo hacerlo.

Tras la jornada electoral de hoy, el posible sucesor de Cristina Fernández, de resultar certeras las más recientes encuestas, habrá aprendido que la espera valió la pena. Macri ha adquirido ese don pragmático, positivo para algunos, negativo para otros, que sólo los políticos sagaces saben usar a su acomodo. Cambia cuando las circunstancias lo exigen. Sabe, quizá por su experiencia en el fútbol, que no importa cómo, lo importante es ganar.

Por eso ahora luce más juvenil, más jovial, a pesar de lo acartonado que se le veía en televisión en sus primeras apariciones públicas. Por eso, hace un par de años decidió quitarse el bigote, luego de que lo compararan con aquel mostacho que usara el dictador Rafael Videla. Por eso, quiere que lo llamen Mauricio, no Macri. Por eso, en sus spots publicitarios les habla a los ciudadanos de una manera más cercana, de vos.

 

Por Nicolás Cuéllar Ramírez BUENOS AIRES

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