¿Es el principio del fin de la guerra civil en Siria?

Ahora que Rusia ha retirado parte de sus fuerzas de Siria, sería posible una negociación más eficaz entre opositores y Gobierno. Dividir el país en federaciones también es una opción.

Ricardo Vargas Posada
15 de marzo de 2016 - 07:28 p. m.
Un grupo de sirios ondea la bandera la bandera nacional en Duma (Siria) en protesta por los bombardeos contra la ciudad. / EFE
Un grupo de sirios ondea la bandera la bandera nacional en Duma (Siria) en protesta por los bombardeos contra la ciudad. / EFE

Este mes se cumplen cinco años de las protestas que dieron inicio al conflicto en Siria. Con casi 300.000 muertos y más de la mitad de la población desplazada, esta guerra ha sido considerada la crisis humanitaria más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

Las primeras manifestaciones hacían eco de la llamada “primavera árabe” que sacudió a otros países de la región, como Túnez, Egipto y Yemen. La gente salió a las calles a denunciar el autoritarismo de los gobiernos, las difíciles condiciones económicas y los reducidos espacios de participación política. La violenta respuesta del gobierno de Bashar al Assad radicalizó muy pronto a los manifestantes y desencadenó una guerra civil.

Importantes actores internacionales ejercieron desde el comienzo una enorme influencia en el conflicto. Estados Unidos, Rusia, Irán, Arabia Saudita, Turquía, Catar, Francia y Reino Unido han atizado el fuego, cada uno con una agenda que poco tiene en cuenta a la población siria. Así mismo, grupos yihadistas, como el autodenominado Estado Islámico o el Frente al Nusra, filial de al Qaeda en Siria, han aprovechado el vacío de poder en ciertas regiones para fortalecerse y expandir sus zonas de influencia.

El pasado 22 de febrero, luego de intensas negociaciones, Rusia y EE.UU., en calidad de líderes del Grupo Internacional de apoyo a Siria (ISSG por sus siglas en inglés), anunciaron en Múnich un cese temporal de hostilidades.

¿Pero existe una posibilidad real de que el cese al fuego se mantenga? ¿Puede este conducir, eventualmente, a un acuerdo entre las partes? ¿Por qué, de repente, los bandos se muestran más abiertos al diálogo? ¿Es el principio del fin de la guerra en Siria?

Los bombardeos rusos

A mediados de 2015 el conflicto alcanzaba un punto muerto. El gobierno sirio estaba sitiado y cada vez más debilitado. Por su parte, los rebeldes habían alcanzado posiciones estratégicas, pero carecían del armamento o del personal suficiente para dar un golpe definitivo. Entonces, el 30 de septiembre Rusia comenzó a bombardear los bastiones de la oposición en el norte del país y dio con ello un vuelco total al conflicto.

Siria ha sido, tradicionalmente, uno de los principales aliados de Rusia en la región. Ambos gobiernos tienen profundos lazos históricos, económicos e ideológicos. El partido Ba’ath, al que pertenece Al-Assad, y que ha ejercido el poder por más de sesenta años, tuvo fuertes nexos con el socialismo soviético. También, el puerto sirio de Tartús aloja la única base militar rusa en el Mediterráneo, un activo fundamental en términos estratégicos.

Los ataques aéreos sobre las bases rebeldes en el norte del país permitieron a las fuerzas del gobierno sirio recuperar posiciones claves y han ampliado la esfera de influencia de Rusia en la mesa de negociación. Esto tiene hondas implicaciones, pues a Moscú no le interesa la salida de Assad, mucho menos un cambio en las estructuras del poder político y militar en el país árabe, algo que, tanto Estados Unidos, como Turquía, Arabia Saudita, Catar, así como las diferentes facciones rebeldes han considerado, hasta ahora, fundamental para llevar a buen término las negociaciones.

Cambio de estrategia

La crisis migratoria que enfrenta Europa actualmente es consecuencia directa de la guerra en Siria. Según cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, más de un millón de personas llegaron a Europa en 2015, la mayoría de ellos provenientes de Siria, aunque muchos también de Irak y Afganistán, que también se hallan sumidos en largos y cruentos conflictos. En lo que va corrido de 2016 el número de refugiados en las costas europeas sigue en aumento. Las autoridades no logran ponerse de acuerdo sobre la mejor estrategia para afrontar esta crisis, pero todos coinciden en que terminar la guerra en Siria reduciría sustancialmente el flujo de migrantes indocumentados, así como de personas ahogadas en el Mediterráneo.

A su vez, los sonados atentados terroristas en París han obligado a los líderes de Occidente a repensar su estrategia en el conflicto sirio. Las prioridades han cambiado y la amenaza yihadista se percibe hoy como un tema más urgente para la seguridad internacional que la eventual permanencia de Al-Assad en un gobierno posconflicto.

Estados Unidos ha encontrado, a su vez, nuevos aliados. Si durante los primeros cuatro años de la guerra armó y entrenó a las facciones rebeldes sunitas, desde el año anterior ha volcado su apoyo sobre las milicias kurdas en el nordeste del país. Conocidas como Unidades de Protección Popular (YPG por sus siglas en kurdo), han sido altamente efectivas en su lucha por reconquistar territorios que habían caído en poder del autodenominado Estado Islámico.

Esto ha enfurecido a Turquía, miembro de la OTAN y aliado histórico de los EE.UU. en la región, quien considera al YPG como un brazo sirio del Partido de los trabajadores de Kurdistán (PKK por sus siglas en kurdo), principal organización política kurda y acérrimos enemigo del gobierno de Ankara.

Arabia Saudita organizó a finales de 2015 una importante conferencia en Riyad que logró agrupar, por primera vez, a más de cien representantes de las diferentes facciones opositoras. El PKK sirio fue excluido de las conversaciones, pues Turquía amenazó con boicotear la conferencia si eran invitados. Una pésima decisión si se toma en cuenta que el PKK controla una parte importante del nordeste de Siria y a una población de más de dos millones. Cualquier intento sustantivo de pacificación debe contar, necesariamente, con su participación.

Acercamiento a Irán

El acuerdo nuclear alcanzado entre los países del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania y el gobierno de Irán termina con más de treinta años de aislamiento político de la nación persa. Por primera vez en mucho tiempo, las potencias de Occidente se muestran dispuestas a reconocer el papel central que tiene Teherán en el complicado ajedrez regional y, en particular, en el desenlace de la guerra en Siria. Es un gran avance, pues Irán ha sido, por mucho tiempo, el principal sostén del gobierno sirio. Según un vocero del enviado especial de las Naciones Unidas a Siria, Stefan Mistura, Irán invierte alrededor de US$6 billones anuales en su apoyo a Al-Assad. Miembros de las brigadas al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, así como del Hizbolá libanés, han combatido hombro a hombro con los soldados del ejército sirio desde el inicio de la guerra. Haber ignorado por tanto tiempo la injerencia que tiene Irán en el conflicto, impidió que, en el pasado, funcionaran iniciativas de paz como la Segunda Conferencia de Ginebra, de 2014. El fin de las sanciones económicas permitirá al país persa reafirmar su posición como líder regional y garantiza que las negociaciones partan sobre un terreno más sólido.

El grupo Internacional de apoyo a Siria

El 14 de noviembre de 2015, varios países, liderados por Rusia, EEUU, Arabia Saudita, Turquía, Irán, entre otros, además de la ONU y la Liga Árabe, convinieron en Viena para buscar una salida negociada al conflicto. De esa reunión emergió el Grupo Internacional de Apoyo a Siria (ISSG, por sus siglas en inglés). La declaración conjunta estipula, entre otras cosas, la necesidad de respetar la integridad territorial del país, así como la de sus ciudadanos, el carácter secular y multiétnico del Estado y sus instituciones. El grupo acordó acelerar los procesos diplomáticos para la finalización de la guerra y establecer, bajo la supervisión de la ONU, un proceso político tendiente a la realización de elecciones y a la redacción de una nueva constitución.

Pero las realidades del conflicto han cambiado, así como las prioridades de los actores internacionales desde que se redactara el comunicado de Ginebra I en 2012, donde se exigía la salida de Al-Assad como precondición para cualquier transición política. Ahora, con un gobierno sirio fortalecido, EE.UU. y sus aliados regionales se han visto obligados a plantearse la posibilidad de la permanencia de Al-Assad en la presidencia, por lo menos hasta que un proceso de paz conduzca a un cese definitivo de hostilidades y permita la celebración de elecciones libres.

Los problemas del cese al fuego

La mayoría de los analistas son escépticos frente a la posibilidad de que el cese al fuego perdure. La guerra civil en Siria engloba varios conflictos simultáneos. Hay demasiados actores implicados y muchos de ellos fueron expresamente excluidos de la tregua actual, como el autoproclamado Estado Islámico y el frente al Nusra, las agrupaciones yihadistas más numerosas y determinantes en el terreno.

Pese a todo, una tensa calma ha vuelto a lugares tan afectados por la guerra como Alepo, Idlib o Deraa. Nutridos grupos de personas han vuelto a las calles de algunas ciudades a protestar en contra del régimen. Distinto a lo que quieren hacer ver los países que promueven el proceso de paz de Viena, la población sigue reivindicando las demandas fundamentales de las primeras manifestaciones, esas que se olvidaron en cuanto las facciones extremistas y las potencias extranjeras se apoderaron del conflicto.

¿El fin de Siria?

En 2012, el entonces enviado de la ONU a Siria, el diplomático libio Lahdar Brahimi, advirtió sobre la posible “somalización” del país. Luego de deponer al dictador Mohammed Siad Barré en 1991, Somalia fue incapaz de establecer un gobierno estable y se precipitó en un caos del que aún no logra emerger. Brahimi temía que algo similar sucediera en Siria si la transición no se planeaba con cuidado.

Una de las opciones que está sobre la mesa es la “federalización” del país. La propuesta planea conservar un estado central alauita con sede en Damasco y crear diferentes zonas federales con amplia autonomía administrativa, atendiendo a divisiones étnicas y sectarias. La idea es rechazada por la mayoría de las milicias rebeldes, pero es apoyada por los kurdos, que llevan años promoviendo el establecimiento de la provincia autónoma de Rojava, en el nordeste del país, y no es descartada por Al-Assad, quien sabe que será imposible recuperar la legitimidad perdida luego de casi cinco años de guerra contra el grueso de su población. EE.UU. descartó públicamente la idea de una salida “federada”, pero el creciente apoyo del gobierno norteamericano a las milicias kurdas permite entrever que su opinión ha cambiado.

John Kerry, secretario de estado estadounidense, fue más allá en una reciente intervención ante al comité de relaciones exteriores del senado de EE.UU. Kerry habló sobre un plan B en caso de que la tregua fracase. Dicho plan contemplaría una posible partición del país. Malas noticias para Siria, pues una eventual división no podría llevarse a cabo de manera pacífica y profundizaría la espiral de violencia que desde hace años asola a la región. 

Por Ricardo Vargas Posada

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