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El reino desconcertado

La atención captada por Irán en los últimos meses podría afectar el liderazgo regional de Arabia Saudita.

Mai Yamani* /
21 de enero de 2014 - 09:44 p. m.

Durante los tres años de agitación política en Oriente Medio, desde el inicio de la Primavera Árabe, Arabia Saudita ha tratado de mantener su estatus dominante en la región a toda costa. En 2013, la familia real saudí buscó aliados en la región y fue en la búsqueda de reinstaurar en el poder a sus antiguos aliados, tal como lo hizo en el caso de Egipto. También utilizó su vasta riqueza petrolera para generar el tipo de estabilidad regional que le había sido familiar durante décadas.

Para alivio de la familia real saudí, la Primavera Árabe no dio lugar a la instauración de democracias funcionales en Túnez, Egipto, Yemen, Baréin, Libia o Siria. Mejor aún, desde su perspectiva, los regímenes islamistas que surgieron demostraron ser fundamentalmente incompetentes, y por lo tanto pudieron ser derrocados fácilmente (como en el caso del gobierno del presidente Mohamed Mursi en Egipto), o simplemente disfuncionales (como ocurrió en Túnez), y por dicha razón no se tornaron en un modelo atractivo para otros países.

Aun así, las revoluciones de la Primavera Árabe, en los hechos, socavaron fundamentalmente los pilares del antiguo sistema regional con el que el Reino de Arabia Saudita se sentía tan cómodo. Se expulsó a sus viejos aliados de confianza, como fue el caso de Hosni Mubarak en Egipto y de Zine El Abidine Ben Alí en Túnez (que ahora se encuentra oculto en Riad), y los regímenes que en su tiempo se podían considerar tolerables, por ejemplo el de Bashar al Asad en Siria, se convirtieron en sangrientos opositores.

La respuesta inicial de Arabia Saudita a la fractura de un sistema que había suscrito con petrodólares fue incrementar el apoyo a sus aliados que aún estaban en el poder: en Jordania, Líbano y Baréin. Su siguiente paso fue asegurarse de que el ejército egipcio retirara del gobierno a la Hermandad Musulmana de Mursi, haciendo la burla a Estados Unidos en el proceso.

Como quedó claro en 2013, Siria es ahora el principal centro de atención de Arabia Saudita en la región, y por razones existenciales. Los saudíes consideran que la lucha entre Al Asad y sus opositores es una guerra a través de representantes en contra del principal adversario de Arabia Saudita, Irán. El Reino ha sido la fuente principal de financiamiento y armamento para las fuerzas rebeldes suníes sirias que luchan contra el ejército de Al Asad, que a su vez se encuentra fuertemente respaldado por el chiismo iraní y por Hizbolá, la milicia chiita con sede en Líbano.

Por supuesto, en su lucha contra un régimen iraní que se encuentra respaldado por Rusia, la familia real saudí quisiera tener la protección continua de su principal aliado, EE.UU. No obstante, ya no se sienten obligados a esperar la aprobación de sus acciones por parte de ese país; ni siquiera se sienten obligados a abstenerse de actuar en contra de las preferencias estadounidenses. Arabia Saudita está experimentando un miedo a ser abandonado por los EE.UU. y está actuando en consecuencia.

Desde la Segunda Guerra Mundial, el Reino ha estado bajo los cuidados de EE.UU., y ha confiado en ellos para recibir apoyo militar y político desde la primera concesión petrolera en 1938. A raíz de la negativa del presidente de EE.UU., Barack Obama, para imponer su “línea roja” con relación al uso de armas químicas por parte del régimen de Al Asad, los gobernantes del Reino llegaron a la conclusión de que se enfrentaban a unos EE.UU. muy distintos a los que hace 22 años enviaron a medio millón de tropas para expulsar a las fuerzas de Sadam Hussein de su vecino Kuwait.

Ahora, la pregunta para la familia real saudí es: ¿se comportarán los EE.UU. simplemente con deferencia frente a sus miedos más profundos o, en los hechos, la política estadounidense en la región agravará esos temores? Irán será la prueba de fuego para las relaciones entre Arabia Saudita y los Estados Unidos en 2014 y los siguientes.

Irán, rival de EE.UU. en la región desde la Revolución islámica de 1979, puede estar en las primeras etapas de la normalización de sus relaciones con el país norteamericano. De hecho, puede que no sea algo tan difícil como lo sugerirían las tres décadas de animosidad entre los países.

Como Henry Kissinger a menudo ha argumentado, EE.UU. e Irán tienen intereses estratégicos que están fundamentalmente en armonía; lo anormal es el alejamiento posterior a 1979. De hecho, antes de la Revolución islámica, Irán se constituyó en la piedra angular de la política de los EE.UU. en Oriente Medio y Asia del Sur. Los gobernantes del Reino de Arabia Saudita, como todos los miembros de la realeza, piensan en el pasado, recuerdan claramente esa historia y temen que se repita.

Por supuesto, la familia real saudí sabe por qué Estados Unidos quiere llegar a un acuerdo con Irán. No existe una respuesta militar fácil al programa nuclear de Irán y no hay campaña de bombardeos que pueda eliminar el conocimiento nuclear de ese país. Pero, a pesar de que las sanciones por sí solas no pararán las ambiciones nucleares de Irán, su progresivo endurecimiento ha causado graves daños al régimen. Ahora, en lugar de aplicar otra vuelta de tuerca, endureciendo más las sanciones —y posiblemente causando que el régimen colapse— Obama alivia la presión.

El problema para los saudíes no es solamente la presunta capacidad nuclear de Irán. Un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán legitimaría la influencia regional del régimen de una manera que no se ha dado en las últimas décadas, y en consecuencia dicha legitimación serviría a los objetivos hegemónicos de Irán. La amenaza o el miedo más profundo es que el objetivo final de Irán sea lograr el liderazgo de La Meca, que es la cuna del islam.

Es por eso que la familia real saudí prefiere mantener a Irán encadenado con sanciones internacionales. Es cierto que, incluso estando expuesto a sanciones económicas, Irán se ha inmiscuido cada vez más en la política árabe, pero fue EE.UU. quien abrió la puerta para derrocar al régimen suní minoritario de Hussein en Irak, lo cual finalmente dio lugar a que llegara al poder en Irak un gobierno chiita respaldado por Irán.

El régimen saudita es particularmente cauteloso respecto a los esfuerzos que hizo Irán durante una década para convencer a los pequeños emiratos del golfo Pérsico de crear acuerdos económicos y de seguridad que excluyen a EE.UU. Esta es una razón por la cual el Reino desplazó tropas a Baréin cuando estallaron protestas relacionadas con la Primavera Árabe de la mayoría chiita de este país, y es la razón por la que EE.UU., habiendo aprendido su lección en Irak, brindó su tácito consentimiento.

Haciendo que las cosas sean aún más desconcertantes, se tiene que tomar en cuenta el poder en declive de la principal carta de triunfo de Arabia Saudita: el petróleo. Los nuevos suministros de energía —en particular el petróleo de esquisto en EE.UU. y Australia— han disminuido las necesidades de los Estados Unidos relacionadas con el Reino. El posible retorno de Irán como un importante exportador de petróleo, si se alcanza un acuerdo nuclear en 2014, podría aflojar aún más el control que Arabia Saudita tiene sobre los precios del petróleo, a medida que el petróleo “chiita” de Irán e Irak inunda el mercado. En ese caso, incluso el título adoptado por el rey saudí de “Custodio de las Dos Mezquitas Sagradas” no garantizaría su liderazgo en el mundo musulmán.

 

LONDRES

* Escritora. El libro más reciente de Mai Yamani se titula: Cradle of Islam (La cuna del islam).

Por Mai Yamani* /

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