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El sur no es nuestro norte

La política exterior del gobierno interino de Brasil hará que Brasil sea súbdito de los intereses externos.

Beatriz Miranda Cortés
25 de mayo de 2016 - 06:58 a. m.

El nuevo ministro de Relaciones Exteriores del gobierno interino de Brasil, José Serra, aterrizó en Argentina para fortalecer la alianza estratégica bilateral en la era de Mauricio Macri. El análisis de su discurso hace notar que de nuevo no tiene nada. Serra se estaciona en algunas variables históricas de la política exterior de Brasil que en el contexto actual ya no corresponden a la realidad del país, la región y el mundo.

Hace tiempo que la crítica a la política exterior está sobre la mesa de los sectores conservadores nacionales, que han acusado al Partido de los Trabajadores (PT) de delirio y atraso, sobre todo en la construcción de un espacio político y económico suramericano y en la cooperación Sur-Sur, lo que desde sus perspectivas apartó al país de su relación histórica con Europa y de la alianza no escrita con Estados Unidos e impidió diversificar su comercio exterior. Con el sueño de ser en el Sur lo que Estados Unidos era en el Norte, el barón de Río Branco, patriarca de la diplomacia brasileña a principios del siglo XX, deseaba alejarse de las convulsiones e inestabilidad política que caracterizaban a sus vecinos. Más tarde, el pensamiento del barón y de los republicanos heredados del Brasil imperial fue reinterpretado por latinoamericanistas como subimperialismo brasileño.

El gobierno del expresidente Lula rescató y adaptó variables de la política exterior independiente —uno de los detonantes del golpe militar de 1964—, y el de la presidenta Dilma Rousseff restó importancia a esta área estratégica. No obstante, poco después de la toma de posesión de Michel Temer, una élite diplomática nostálgica del tiempo en que Brasil era aliado de Washington y caminaba en contravía de América Latina decide hablar duro a la región —a la que le dio la espalda buena parte de su historia— y mirar complaciente hacia los centros de poder a la espera de un mínimo reconocimiento.

Con esta política exterior calificada como “pragmática y desideologizada”, Brasil busca caminos conocidos, pero no seguros. Para los policy makers , el Mercosur y todos los sures provenientes de él son un retrato del atraso de la inserción internacional del país en la era del PT. Ansiosos por transformar el Mercosur nuevamente en una zona de “libre” comercio, poner fin a la unión aduanera imperfecta, extinguir la cláusula 4+1 para que puedan negociar separadamente con terceros países, Brasil parece elegir el bilateralismo y abandonar su yo geográfico.

¿Qué se puede esperar de una alianza Temer-Macri? Guardando las proporciones, es como creer en una buena relación de Donald Trump con América Latina. Ante este escenario, la región pierde fuerza. Si las cosas siguen como están, se verá en los próximos años un Brasil desdibujado, un Estado funcional, una Cancillería con más presupuesto, pero que no privilegiará la integración latinoamericana. Volverá a ser súbdito de los intereses externos. Su función va a ser crear en el Atlántico sur, ya cercado por bases militares estadounidenses, un muro de contención de los ideales progresistas, hoy de capa caída. Con la emergencia de esta frontera, más allá de su esencia geográfica, llegarán la OTAN, las guerras y las agendas que no son suyas, además de diversos ISIS, poniendo en riesgo a América Latina y el Caribe como una zona de paz. Un ejemplo: el anuncio del gobierno argentino sobre la instalación de una base militar de EE. UU. en Ushuaia, en donde se promulgó la cláusula democrática del Mercosur en 1998. ¡Qué ironía!

Por Beatriz Miranda Cortés

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