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El tiempo de Hugo Chávez

A veinte días de las elecciones presidenciales en Venezuela, la obra del chavismo es usada por oficialistas y revisada por la oposición.

Medófilo Medina
24 de marzo de 2013 - 08:32 p. m.
Miles de personas  siguen llegando al Museo Militar a  contemplar el  cuerpo de Chávez. / AFP
Miles de personas siguen llegando al Museo Militar a contemplar el cuerpo de Chávez. / AFP

En una entrevista temprana, doña Elena Frías de Chávez desgranó un recuerdo de la infancia de su hijo, ya presidente: “Hugo era muy disposicionero, le gustaba montarse en las matas, agarraba un bejuco y se lanzaba como Tarzán en la selva. En fin, inventaba cosas”.

Voluntad e imaginación marcan la parábola política de Chávez. Condiciones personales de un líder inscritas en un sistema de coordenadas de un tiempo que es venezolano, latinoamericano y mundial. Chávez comprendió ese sistema, leyó los acontecimientos que lo reflejaban y de ellos extrajo una alternativa de las varias muy contrapuestas que podían proyectarse.

El intento de golpe de Estado encabezado por Chávez el 4 de febrero de 1992 tuvo mucho que ver con la valoración del Caracazo con el que las masas contestaron el 27 y 28 de febrero de 1989 al programa de ajuste y al paquete de medidas del presidente Carlos Andrés Pérez, sancionados luego de firmada una carta de intención con el FMI. Los jóvenes oficiales que habían sellado con un juramento el proyecto conspirativo en 1983 creyeron que las condiciones para la toma del poder habían madurado. Cuando se produjo el golpe de 1992 las masas no salieron a secundarlo.

Chávez tomó la decisión, no compartida por algunos de sus compañeros, de entregarse, e invitó a los que aún resistían a deponer las armas. En su alocución de un minuto y doce segundos lanzó la flecha luminosa del “por ahora”. De la televisión, Chávez fue a la cárcel, pero el proceso bolivariano había dejado atrás el modelo insurreccional que, como tal, no había alcanzado el respaldo de la gente que quería cambios en democracia.

Para los días del 4F habían transcurrido cerca de tres años del derrumbe del Muro de Berlín. El campo socialista había pasado a formar parte de las “ruinas de lo egregio”. La idea de la revolución había perdido su poder de seducción. En esas condiciones, Chávez se proclamó revolucionario, y en calidad de tal juró en febrero de 1999 sobre “la moribunda Constitución”.

Desde sus tiempos de conspirador había venido definiendo unas líneas maestras de orientación política: compromiso con las reformas sociales, independencia de los Estados Unidos, lucha por un mundo multipolar, integración latinoamericana, apego a las ideas políticas y sociales de Bolívar. Nuevas ideas como la del socialismo entrarían en el torrente inicial. Otras resultarían contradictorias e incluso contrapuestas a las originales, pero desaparecerían en virtud de resistencias en el propio campo chavista. Las políticas puestas en marcha y las decisiones adoptadas obedecían a la necesidad de ofrecer soluciones y de mantener el apoyo al proceso. No fueron la realización de un libreto que hubiera previsto las etapas y las fuerzas motrices de la revolución.

El proceso bolivariano se desarrolló en la sucesión de varias etapas. En la primera, comprendida entre 1999 y septiembre de 2001, tuvo lugar el proceso constituyente culminado con la proclamación de la Constitución Bolivariana. La política económica se orientó entonces hacia el mantenimiento de los equilibrios macroeconómicos básicos bajo la paradoja de aplicar las fórmulas del FMI para no caer en sus manos. Se desarrollaron programas sociales como el Plan Bolívar 2000, el Fondo Único Social (FUS) y el Banco Soberano del Pueblo, que llegaron a modestos resultados. Mientras las masas esperaban con impaciencia los beneficios, la oposición sindicaba de neoliberal al presidente.

La segunda etapa va desde la proclamación de las 49 leyes habilitantes de 2001 hasta 2004. Las más importantes fueron las que pusieron las bases jurídico-prácticas para la reforma agraria, la recuperación del petróleo para el Estado y la protección de los pequeños pescadores y del medio ambiente. Esta vez los partidos políticos, los sindicalistas enajenados y corruptos, los industriales y comerciantes de Fedecámaras, los terratenientes, la Iglesia jerárquica, armaron un gran frente de oposición, se lanzaron a disputarle la calle al chavismo.

Esa alianza en entendimiento con los Estados Unidos se adentró pronto en el camino insurreccional que marcó con fuego sus hitos más importantes: el golpe de Estado de abril de 2002 y el paro petrolero de 62 días entre diciembre de 2002 y enero de 2003. Por ese tiempo la economía mostraba registros catastróficos. El PIB se colocó en 2002 en -8,9 y en 2003 en -7,8.

Pero fue en esa situación de postración económica que se crearon las principales misiones, la primera de las cuales fue la Misión Robinson I, que buscaba la erradicación del analfabetismo y que fue apenas la primera en el área educativa. También en 2003 surgió la Misión Barrio Adentro, que se constituyó como programa integral en salud llevado a las comunidades. Cuando por efectos del desabastecimiento ocasionado por la huelga petrolera la gente más pobre sufrió hambre, surgió la Misión Mercal de comercialización de alimentos a precios solidarios.

En las circunstancias más adversas se inventaron organizaciones que brindaron respuestas efectivas y que hicieron época al sentar las bases para la superación de la pobreza y para garantizar el avance de la equidad. Hasta entonces un camino inédito. A largo plazo, la derrota de la alta gerencia de PDVSA como desenlace de la huelga en 2003 hizo viable el retorno del petróleo al Estado y al conjunto de la sociedad.

La tercera etapa se inició en 2005 y se prolonga hasta hoy. El antiimperialismo estuvo acompañado de la búsqueda de la construcción de un modelo socialista que por un tiempo se denominó “socialismo del siglo XXI”, pero al que más generalmente se nombra como socialismo bolivariano. Al tiempo se dio paso a construcciones políticas, como los consejos comunales y las comunas que debían hacer posible el desarrollo de la democracia participativa y protagónica.

El PSUV ha sido el modelo partidista desarrollado como la organización partidista del campo chavista. Chávez mismo tuvo tiempo de corregir la idea sectaria de proclamarlo como partido único de la Revolución. Para las elecciones de octubre de 2012 se había vuelto a la idea del Polo Patriótico, que reconoce a más de una decena de partidos y corrientes bolivarianas.

El proceso bolivariano se desarrolló a contracorriente del Consenso de Washington, que había consagrado desde 1989 la plataforma dogmática del monoteísmo del mercado: desregulación, reducción del campo de acción del Estado, consagración sin límites de la libertad de comercio, prioridad de la rentabilización del capital frente a cualquier otra consideración, privatización en toda la línea. Tal plataforma era compartida por las élites políticas y económicas en el continente. Venezuela Bolivariana se rebeló contra el consenso y en su empeño facilitó que otros países ensayaran sus propios caminos.

Mirando el panorama latinoamericano después de la muerte de Chávez, se piensa que el paisaje internacional hoy prevaleciente no podría imaginarse si no hubiera avanzado el proceso bolivariano. Unasur ha mostrado su necesidad para la seguridad regional. Celac está en proceso de consolidación y ha enterrado los vetos en el ámbito de América Latina y del Caribe. Con dificultades actuales, Alba persiste en el ensayo de construcción de un modelo de integración basado en la solidaridad, cooperación y complementariedad. Igualmente con diversa suerte y diferentes alcances se desarrollan diversos habilitadores políticos en el campo de la cooperación energética: PetroAmérica, PetroSur, PetroCaribe, PetroAndina.

Debe estimarse la obra del chavismo también por lo que no entró al paisaje. El ALCA bajo hegemonía estadounidense parecía inevitable desde cuando se propuso en 1994. A partir de 2005 la iniciativa suscrita por más de treinta países se precipitó en una crisis irreversible que no se produjo por generación espontánea.

Observadores objetivos no comparten hoy las profecías apocalípticas de quienes quieren ver un colapso económico y político de Venezuela en el próximo futuro. Lo anterior no quiere decir que el horizonte a mediano y largo plazo luzca absolutamente despejado. Algunos preguntan, con razón, sobre el alcance del socialismo. ¿Qué quiere decir que la estructura porcentual del PIB privado con el público no haya evolucionado a favor del segundo? En 2010, al primero correspondía el 69,98 y al segundo, el 30,02.

Si bien se han registrado avances en la relativización de la dependencia de la economía con respecto a la renta petrolera, es claro que tales logros son aún muy modestos. El funcionamiento de las comunas y de los consejos comunales será la base del Estado comunal si evaden dependencias del Poder Ejecutivo y si en la práctica se convierten en organismos de la comunidad distanciados de las lealtades partidistas y de clientelismos regionales. La corrupción exige ser colocada en el centro del debate y que se la haga objeto de estudios rigurosos que alleguen fórmulas de superación.

En estos días, el mundo ha mirado sorprendido el fenómeno de las inabarcables muchedumbres políticas que han escenificado la despedida al líder. Es un fenómeno que en sí mismo debe ser estudiado. Es previsible que en el mundo se mire más intensamente a Venezuela y se tenga más presente la figura de Chávez. La gente sigue saliendo a protestar contra una dirección de los estados que somete a sus pueblos al hambre porque ha renunciado a la política para ocuparse sólo de descifrar las señales que vienen del mercado.

Los indignados de todas las latitudes comprenderán a aquel líder mulato, extrovertido y “disposicionero” que supo colocar a la gente en el centro y que usó su carisma prodigioso para poner la política al mando.

* Historiador, profesor emérito de la Universidad Nacional.

Por Medófilo Medina

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