Empresarios que se vuelven políticos

Como otros dirigentes del hemisferio, el virtual candidato presidencial republicano ejemplifica el político venido del mundo empresarial que basa su candidatura en el pragmatismo antes que en habilidades políticas.

Juan Sebastián Jiménez
21 de abril de 2016 - 04:17 a. m.

Dos frases pronunciadas por el precandidato presidencial del Partido Republicano Donald Trump durante el debate del pasado 10 de marzo, en Florida, ejemplifican lo que es, o por lo menos la forma como se concibe. “Soy un empresario y debo hacer lo necesario”, dijo tras criticar la entrega de visas de trabajo a profesionales extranjeros altamente calificados. Luego, en un intercambio con el senador y entonces candidato presidencial Marco Rubio, sostuvo que a él no le gustaba ser “políticamente correcto. Me gusta resolver problemas”.

Trump, de 69 años de edad, ejemplifica a la perfección a esos candidatos que se presentan como contrarios a la política y a los políticos tradicionales. Se trata de figuras surgidas, casi siempre, de la sociedad civil y que no son políticos “de profesión”. Lo que, no obstante, antes que ser una debilidad, se convierte en su bandera. Su mensaje es que no son iguales a los dirigentes de siempre, que no tienen sus vicios, sus mañas. Y que, por ello, van a hacerlo todo de forma distinta.

Se les conoce como antipolíticos. Y los hay de todo tipo. Desde un rector que se baja los pantalones ante sus estudiantes y luego se convierte en el alcalde de Bogotá, pasando por un humorista que termina de presidente de Guatemala, hasta llegar a un comediante que, al otro lado del mar, crea un partido que llega a obtener 8 millones de votos en las elecciones generales de 2013, en Italia.

Pero Trump no es un antipolítico cualquiera. No es igual al dirigente español Pablo Iglesias o al primer ministro griego Alexis Tsipras. Y, por supuesto, no es ni parecido al otro precandidato presidencial estadounidense que se ha presentado como todo un antipolítico: el senador Bernie Sanders.

A diferencia de ellos, Trump viene del mundo empresarial. Y ese rasgo, de hecho, ha sido su carta de presentación, por así decirlo. El magnate neoyorquino es el ejemplo de un tipo de dirigente poco común todavía, pero que se ha ido ganando espacios, sobre todo en este hemisferio: el antipolítico empresario.

Se trata de dirigentes que han sido exitosos en los negocios y que, al dar el salto a la política, se basan en ese éxito para asegurar que, a diferencia de los políticos tradicionales, son buenos administradores, pragmáticos. Que no son corruptos, que dicen lo que piensan y no lo “políticamente correcto”. Estados Unidos ya ha visto candidatos como estos. En 1992, el empresario texano Ross Perot obtuvo el 18 % de los votos como candidato del Partido de la Reforma, que Perot fundó en respuesta a los partidos Republicano y Demócrata.

En 1992, durante un debate televisado, criticaron a Perot por su falta de experiencia, a lo que él respondió que, claro, que él no tenía experiencia, por ejemplo, para llevar a Estados Unidos a una deuda de US$4 billones, que era el déficit en ese momento, un evidente ataque al Gobierno de aquel entonces. Al final, Perot perdió ante el candidato por el Partido Demócrata, Bill Clinton, esposo de la hoy candidata Hillary Clinton. Sin embargo, su votación es una de las más altas registradas por un candidato independiente en la historia de EE. UU.

En América Latina hay varios ejemplos de empresarios que han saltado a la política. Por ejemplo, Sebastián Piñera, en Chile, quien durante años se desempeñó a la vez como político y empresario. Fue senador entre 1990 y 1998, años en los que finiquitó algunos de sus mayores negocios, como, por ejemplo, la compra de LAN Chile. En 2010, Piñera, dueño de una de las mayores fortunas en Chile, se convirtió en el primer presidente de derecha tras el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, al reemplazar a la hoy presidenta Michelle Bachelet y poner fin a 20 años de gobiernos de izquierda.

El de Mauricio Macri, al otro lado de los Andes, es un caso similar. Macri, quien en su momento fue socio de Trump, llegó a la política a inicios de este siglo, de la mano del expresidente Carlos Menem. Hasta ese momento era reconocido por ser el presidente del club de fútbol más famoso de Argentina, Boca Juniors, y como la cabeza del grupo empresarial fundado por su padre, Francesco Macri. En 2005 fue elegido diputado. Macri, quien seguía siendo presidente de Boca Juniors, combinó su trabajo como empresario con su labor como diputado. Fue elegido presidente de Argentina en 2015, tras varios intentos.

Similar a Macri, en Paraguay el hoy presidente, Horacio Cartes, fue dirigente deportivo, banquero y empresario. Procesado en su momento por estafa y por supuesto lavado de dinero, Cartes ingresó a la política en 2009, cuando se hizo miembro del tradicional Partido Colorado. En 2010, como buen antipolítico, fundó su propio movimiento en el interior del PC: el Honor Colorado. En 2013, con apenas cuatro años de experiencia, fue elegido presidente.

Otros ejemplos son los del presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, y su antecesor, Ricardo Martinelli. Los dos se desempeñaron durante años como empresarios y, en paralelo, como políticos. Muchos de estos antipolíticos rompieron con hegemonías en sus respectivos países. Como el mexicano Vicente Fox, quien en 2000 puso fin a casi 70 años de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional. Con su elección, Fox, antiguo ejecutivo de Coca Cola, acabó con la “dictadura perfecta”, como calificó a la hegemonía priista el escritor peruano Mario Vargas Llosa.

Trump, al igual que ellos, se ha dedicado a jugar las mismas cartas: presentarse como un antipolítico contrario a los políticos tradicionales. Lo dijo en diciembre del año pasado en unas palabras replicadas por la BBC: “Los políticos de todas las tendencias, conservadores y liberales, están corrompidos por el poder”. Él, en su criterio, no. Por lo que sucedió en Nueva York, ese discurso le está despejando el camino hacia la Casa Blanca.

Por Juan Sebastián Jiménez

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