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Espías fuera de control

El presidente Obama no sabía que la NSA chuzaba el teléfono de la canciller alemana, Ángela Merkel, y al parecer tampoco estaba al tanto de las acciones de dos agentes secretos en Berlín.

Marc Bassets / Especial de "El País" de Washington
11 de julio de 2014 - 11:50 a. m.
Con el escándalo de espionaje, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pone en riesgo su relación con Alemania, su aliado principal en  Europa.  / AFP
Con el escándalo de espionaje, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pone en riesgo su relación con Alemania, su aliado principal en Europa. / AFP
Foto: AFP - JEWEL SAMAD

La detención de un agente estadounidense infiltrado en los servicios secretos de Alemania, uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos, entorpece la relación entre ambos países y revela el desconocimiento, por parte del presidente Barack Obama, de las acciones de sus propios espías. El escándalo aleja cada día un poco más a Washington de Berlín. El gobierno de Ángela Merkel le exigió al jefe de los servicios de espionaje en Alemania que abandone el país. Es sólo un gesto, pero un gesto lleno de significado.

Cuando Obama habló por teléfono con la canciller alemana, Ángela Merkel, el jueves pasado sobre Ucrania y otros asuntos bilaterales, ni uno ni la otra mencionaron la detención del doble agente, ocurrida un día antes. Al presidente no le había llegado la noticia, según The New York Times. No está claro si la noticia llegó a John Brennan, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Pero la CIA sabía desde días antes, quizá semanas, que su hombre en el Servicio de Información Federal (BND) se encontraba en una situación comprometida, según el citado diario. Como ocurrió en el otoño de 2013 con las revelaciones sobre el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) a la canciller alemana, el nuevo caso supone un contratiempo para el presidente en un momento en que necesita a Alemania en cuestiones que van desde el conflicto con Rusia en Ucrania hasta la negociación de un acuerdo comercial con la Unión Europea.

Obama ha dicho en varias ocasiones que los agentes no deberían espiar a alguien sólo porque dispongan de las capacidades para hacerlo. Los espías deben tomar en cuenta otras variables —los costes diplomáticos de sus acciones, por ejemplo— a la hora de adoptar la decisión de vigilar a un objetivo.

Pero en el caso de la NSA y de la infiltración en el BND, la diplomacia y el espionaje van por caminos distintos: sus intereses no siempre coinciden y a veces se contradicen. Y el presidente, que aparentemente tampoco sabía que la NSA pinchaba el teléfono de Merkel, da la imagen de estar desbordado por unos servicios de inteligencia a los que no siempre controla.

“La pregunta del día es: ¿quién manda? ¿Sabe la Casa Blanca lo que hace la comunidad de inteligencia?”, dice el historiador Matthew Aid, autor de libros sobre la NSA y los servicios de inteligencia de EE.UU.

Las documentos sobre la NSA filtrados a la prensa por el exagente Edward Snowden destaparon una vasta red de espionaje electrónico. Y abrieron el debate sobre la influencia de un complejo de espionaje industrial —similar al complejo militar-industrial cuya influencia denunció el presidente Dwight Eisenhower en 1961— que en parte escapa a la tutela política. Fuentes anónimas de la Casa Blanca expresaron a The New York Times su desconcierto por no haber recibido la información sobre la detención del agente doble, ni sobre el hecho de que llevaba semanas bajo vigilancia alemana. El caso no resultaría tan incómodo si no complicara la relación de Obama con Merkel, su aliada privilegiada en Europa.

Pero los gestos que el presidente de EE.UU. está dispuesto a hacer para apaciguar el enfado de la canciller son limitados. Washington se resiste a firmar con Alemania un acuerdo de no agresión en materia de espionaje, similar al que mantiene con Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. El escándalo de la NSA llevó a Obama a prometer que los agentes estadounidenses no volverían a chuzar el teléfono de Merkel. Pero se ha reservado el derecho a que sus servicios sigan trabajando en territorio alemán y espiando a altos responsables del Gobierno de ese país.

No es habitual que los presidentes de EE.UU., que cada mañana reciben un informe de inteligencia, se interesen por el detalle de las operaciones. Quieren conocer los resultados, no los métodos. Y el espionaje entre aliados no les llama la atención, porque no es nuevo.

En 1995, Francia expulsó a cinco agentes de la CIA, entre ellos Dick Holm, el jefe de la delegación de la agencia en París, por espionaje en el marco de unas negociaciones comerciales. Jonathan Pollard —un estadounidense que en los años ochenta pasó documentos clasificados a Israel, uno de los aliados más cercanos de Washington— lleva casi 29 años encarcelado en EE.UU.

Por Marc Bassets / Especial de "El País" de Washington

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