Fidel Castro y Colombia

No por esperada ha dejado de ser impactante la muerte del líder cubano. En la isla creían que era un personaje perenne sacado de las fábulas.

Julio Londoño Paredes*
29 de noviembre de 2016 - 03:29 a. m.
Un grupo de colombianos llegó a la embajada cubana en Bogotá para rendir un homenaje a Fidel Castro. / AFP
Un grupo de colombianos llegó a la embajada cubana en Bogotá para rendir un homenaje a Fidel Castro. / AFP
Foto: AFP - GUILLERMO LEGARIA

La muerte de Fidel Castro nos lleva a recordar algunos episodios de las relaciones entre Colombia y Cuba que han sido una montaña rusa.

A principio de los años sesenta todavía quedaban en el continente las dictaduras militares que los Estados Unidos habían entronizado en plena Guerra Fría, con el argumento de que era mejor tener en Latinoamérica mayores, coroneles o generales que “peligrosos gobiernos izquierdosos”.

El funesto macartismo había impuesto sus aberrantes reglas dentro y fuera de los Estados Unidos, mientras que la administración Eisenhower nada hacía para evitarlo.

Entre tanto, en Cuba, la Revolución había triunfado en enero de 1959, derrocando a Fulgencio Batista, que había dominado por muchos años el panorama político de ese país. Batista, en medio de un fastuoso baile de fin de año que se celebraba en el palacio presidencial, se escabulló y huyó hacia República Dominicana, que era dirigida por el omnímodo “generalísimo” Trujillo, en un avión militar, acompañado de su familia, sus amigos y buena parte de su fortuna. Poco a poco Fidel Castro fue dejando entrever que, lejos de tener un proyecto meramente pasajero para restaurar en poco tiempo la democracia representativa, era un amigo de la Unión Soviética y que sería el abandero de un nuevo sistema de corte socialista.

Nuestro país estaba estrenando democracia después del gobierno del general Rojas Pinilla, que había caído el 10 de mayo de 1957, y del de la Junta Militar, que entregó el poder a Alberto Lleras Camargo el 7 de agosto de 1958.

Lleras Camargo era en el concierto hemisférico una excepción: ilustrado, civilista, gran orador y un demócrata amigo de los Estados Unidos, después de que había sido el primer secretario general de la OEA, surgida en la IX Conferencia Panamericana celebrada en Bogotá en 1948 e interrumpida por el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán.

Posteriormente, el Consejo Permanente de la OEA, que a principios de los sesenta atendía ciegamente las directrices del Departamento de Estado, convocó entre el 22 y el 29 de agosto de 1960 a una reunión de ministros de Relaciones Exteriores en San José de Costa Rica.

La Declaración de Costa Rica, expedida al término de la reunión, en la que Colombia tuvo un papel definitivo, sin mencionar a Cuba, estuvo dirigida contra el régimen cubano. La respuesta la dio Fidel Castro tres días después, en una multitudinaria reunión en La Habana donde se declaró abiertamente marxista-leninista.

Diecisiete meses después se celebró en Punta del Este (Uruguay) una nueva reunión de cancilleres, en la que, mediante una resolución presentada por Colombia por encargo de los Estados Unidos, se excluyó a Cuba de la organización. Ese paso generó la profunda antipatía de Fidel Castro hacia nuestro país. Frecuentemente señalaba que en ese momento no tenía intención alguna de auspiciar la guerra de guerrillas ni derrocar al gobierno colombiano, contrariamente a lo que había intentado con nuestra vecina Venezuela.

Sea eso verdad o no, el hecho es que desde ese momento Cuba se constituyó en un activo colaborador e impulsor de la guerrilla colombiana. El blanco de las acciones cubanas no sólo se limitó a Colombia sino que se extendió a casi todo el continente, desde Venezuela y Perú hasta Bolivia. Mucha sangre nos ha costado esa confrontación surgida después de la exclusión de Cuba de la OEA.

El presidente Alfonso López Michelsen y el canciller Indalecio Liévano Aguirre, en un gesto de valor político, restablecieron posteriormente las relaciones con Cuba, 14 años después de su expulsión de la OEA. Sin embargo, durante la administración Turbay Ayala hubo un nuevo rompimiento derivado de la intervención de Cuba en el envío de un cargamento de armas para la guerrilla colombiana.

Luego de ese episodio, Colombia fue protagonista de otro hecho en Naciones Unidas. Cuba aspiró en 1979 a ser miembro no permanente del Consejo de Seguridad de esta organización. Como es sabido, el procedimiento para la elección es que los grupos regionales celebran reuniones de consulta para decidir qué Estado de la región van a postular para esa posición. Si hay consenso, el candidato del grupo por regla general es escogido por el plenario de la Asamblea General. Si no es así, los candidatos del grupo se van cada uno por su lado a conseguir las dos terceras partes de los votos necesarios en la Asamblea.

En este caso, Cuba había solicitado el apoyo de Colombia. Nuestro país expresó su disposición de apoyarla en el ámbito del Grulac en la ONU, condicionado a que el Perú, a quien había ofrecido tentativamente el voto, no presentara su candidatura. Perú finalmente decidió no aspirar.

Estados Unidos, sin embargo, señaló que no era posible que Cuba fuera miembro del Consejo de Seguridad, siendo uno de los patrocinadores del terrorismo y amigo de la Unión Soviética. Le pidió entonces a Colombia que se lanzara por fuera del Grulac para evitar el triunfo cubano. Colombia accedió. Se hicieron 155 votaciones; semejante situación no había tenido precedentes en Naciones Unidas desde 1945.

En ninguna de las votaciones Colombia tuvo la mayoría, pero los Estados Unidos, que eran los que dirigían la trama, evitaron siempre con sus amigos que Cuba tuviera las tres cuartas partes de los votos necesarios. Castro propuso que, en la próxima votación, el que tuviera la mayoría entre los dos países fuera acogido y el otro se retirara. Colombia no aceptó la propuesta.

Después de la votación 155, Colombia y Cuba retiraron su candidatura. Los Estados Unidos lograron su objetivo: Cuba no entró al Consejo de Seguridad.

* Excanciller y exembajador colombiano en La Habana.

Por Julio Londoño Paredes*

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