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Fieles a Chávez, no a Maduro

El Socialismo del Siglo XXI perdió casi 700.000 votos en seis meses, producto de la muerte de su máximo líder. Razones de por qué los “volteados” pesarán en el futuro político de Venezuela.

Diego Alarcón Rozo
20 de abril de 2013 - 11:00 p. m.
Fieles a Chávez, no a Maduro

La fiesta completa una semana, una fiesta que se ratificó, por fin, con la juramentación de Nicolás Maduro ante la Asamblea Nacional. El chavismo, mirándose a sí mismo, se elogia por haber derrotado, una vez más, a la derecha y se levanta después de siete noches de celebración, brindis y la esperanza de que la locomotora revolucionara jamás se detendrá. Las cacerolas convocadas por Henrique Capriles sonaron fuerte, pero tal vez no lo suficiente para despertarlos en su dulce sueño de victoria. Ganaron y lo celebran, aunque si el chavismo se mirara al espejo quizá se vea menos musculoso que de costumbre. De pronto herido en un órgano vital tras una dura batalla en la que estaba acostumbrado a pelear sin despeinarse. Ciertos sectores hoy tienen resaca.

El 1,8% de los votos, 272.000 aproximadamente, a favor de Nicolás Maduro. Sólo un 1,8%, como si se tratara de tiempos de austeridad. Era de esperar que a la sombra de Hugo Chávez su fuerza no pudiera desmarcarse y siquiera igualar la del comandante —ahora “supremo”, “eterno”, “invicto”, ahora “gigante”. Hubiera ido en contra de la propia mística del héroe hoy inmortal, que hubiese sido superado por su recién bautizado hijo. Un grafiti sobre un muro blanco de Caracas, sin tildes: “Nicolas, quitate el Rolex de burgues”.

“La batalla perfecta”, prometía Hugo Chávez para el 7 de octubre. Sólo podía ser perfecta con 10 millones de votos. Fue una batalla excelente, con 8’191.134 y una batalla sufrida para Nicolás Maduro la del 14 de abril: 7’505.338. Victoria pírrica, pero victoria al fin y al cabo. Una ganancia que además de los fuegos artificiales, dejó dudas en el aire: Maduro no es Chávez, pero, ¿perder 700.000 votos?, ¿se abrió una fuga en el Socialismo del Siglo XXI? 

En medio del frenesí victorioso, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, tuvo tiempo para lanzar reflexiones en su cuenta de Twitter: “Busquemos nuestras fallas hasta debajo de las piedras, pero no podemos poner en peligro la patria ni el legado de nuestro comandante”, “Agradecimiento eterno para aquellos que le cumplieron al comandante, lamentamos mucho que otros se dejaron seducir por la derecha perversa”, “Profunda autocrítica nos obligan estos resultados, es contradictorio que sectores del pueblo pobre voten por sus explotadores de siempre”. La patria, sin Chávez, ha sido ocupada en parte por Capriles: de 6’591.304 votos pasó a 7’270.403 en casi seis meses y arroja una impresión: la oposición florece en la primavera y el chavismo se resguarda del invierno tras la muerte de su comandante.

Pudieron ser 7’270.404 votos, uno más si Jhonny hubiera podido ir a votar. Nació en Barranquilla, aunque su vida la hizo en Venezuela hace más de 20 años. Admira profundamente a Hugo Chávez, pero si no hubiese tenido que viajar a Maracaibo, su voto habría sido para Henrique Capriles. La realidad, su desazón, podría cambiar si el nombre de su esposa, la tía de la niña que cumplió 15 años el 14 de abril, aparece en la lista de beneficiarios de la misión vivienda. Ese detalle hace menos doloroso el golpe de sentir el desencanto con el socialismo. Si el gobierno le entrega una casa propia a su familia, por lo menos no le atormentará la conciencia andar con las llaves de la puerta en su bolsillo. Eso no sucede todavía y la paciencia se le ha ido agotando con los meses. El domingo anterior, Jhonny —transportador de encomiendas, moreno, pelo gris— se vistió elegante para el cumpleaños de su sobrina política y Capriles perdió un voto en Caracas.

¿Qué pasó, 700.000 votos? ¿Por qué tantos “volteados”?, la maquinaria para el día de las elecciones se encendió igual, idéntica a la del 7 de octubre, con las mismas listas de votantes en los registros del Partido Socialista Unidos de Venezuela (PSUV), el mismo padrón electoral, el mismo grupo de personas coordinando la movilización de los votantes. Sin embargo, la máquina no anduvo con el acelerador a fondo en su llegada a la meta. “Hugo Chávez era un gigante, gustase o no, electoral. Su carisma y su estilo le hacían muy popular y lograba que los problemas que Venezuela tiene en economía (inflación), seguridad y desabastecimiento (de alimentos y energético) no le afectasen electoralmente. De hecho, podía darse el lujo de ignorar esos temas. Nicolás Maduro, sin embargo, no tiene ese carisma y esos temas sí le afectaron”, es una de las explicaciones que entrega el analista y consultor político Miguel Benito.

Es posible que el amor que sus seguidores tenían por Hugo Chávez no se pueda comparar con la afinidad que sienten por Maduro. El amor va más allá de la simpatía, sobre todo si los tiempos son difíciles, porque muchos de los electores podrían haber entregado su vitalidad al comandante para que su rol continuara, como si no tuvieran miramientos a la hora de sacrificar su vida por la mejor de las causas: “Él me dio todo y ahora me toca dar a mí”, era una sentencia que variaba en formas, pero se repetía por miles el día del cierre de campaña del candidato oficialista. No obstante, Maduro todavía no llega al amor, apenas a la amistad, o apenas al juramento que varios de los chavistas hicieron en honor a la memoria del fallecido, un poco siguiendo la idea de que votar por él era regalarle una sonrisa a Chávez en el cielo. La retórica abrumadora de Chavéz dista mucho de la de Maduro, a quien en sus tiempos de canciller pocos lo vieron usar ese vibrato al terminar las frases y esas “¡viva Venezuela!, ¡Viva la Revolución!” tan del comandante.

 

Edward Armas, chavista hasta el delirio, resume su apoyo a Maduro detrás de unos enormes anteojos oscuros: “Algo debió haber aprendido de Chávez”. Quien lo acompaña, Unchilupi Rodolfo, entrega su versión: “Con todo el trabajo que hizo el comandante, Maduro lo que tiene es que sentarse”. Habla otro internacionalista, Rafael Enrique Piñeros: “En las manifestaciones políticas el detrás de cámaras no se tradujo en un apoyo irrestricto a Nicolás, ni en una campaña organizada con las bases chavistas. “El PSUV quedó cansado después de octubre y después de la muerte de Hugo Chávez”. Es como si con Chávez no fuera lo mismo, como si faltara la magia.

El problema es que los vaticinios que depara el futuro no son muy alentadores para la economía y el nuevo presidente tendrá que pasar mucho tiempo de pie para hacer frente a las tormentas. Y el problema también es que esos a los que hoy señalan de “volteados” —esa base de 700.000 electores— quizá ya hayan resuelto dejar de hacer peso en la balanza: “2013, el año de la purga”, como solía decir el fallecido excanciller de Venezuela Simón Alberto Consalvi.

El apoyo que perdió el Socialismo del Siglo XXI con la muerte de Chávez se siente incluso en la oposición. A Verónica Sarcina —rubia, alta, modelo, anteojos oscuros— le dirán burguesa pro imperialista, pero está cansada de los 14 años de revolución: “Tú podías no querer a Chávez, pero le veías una dedicación y un convencimiento que no le vez a otro. Ellos parecen más interesados en el poder que en cualquier otra cosa”. 

Miguel Benito considera que la forma en la que fue tratada la enfermedad del presidente arroja ahora sus resultados negativos sobre el favor político de la revolución. Si Chávez prometió estar curado el año pasado, desmintiendo además los rumores de la burguesía, en cierta medida fue inevitable sentir el engaño entre las grietas del fanatismo. Además, un halo de pecado se abre paso en medio de la religiosidad del pueblo venezolano y la devoción que sus seguidores tenían por el líder: su cuerpo, el cuerpo del buen hombre, fue utilizado para los fines a veces sacrílegos de la política.

Razones hay más. La agencia AFP reunió una serie de testimonios que evidenciaban el descontento de los chavistas al margen de Maduro. La inseguridad, nuevamente, es la plaga que más miedo causa, con 16.000 homicidios registrados en 2012. Una mujer, identificada como Adriana del Valle por la agencia, relató preocupada que “todos estamos asustados unos de otros” y un hombre que prefirió guardar su nombre ha encontrado contradicciones en el discurso, en especial cuando vio a Diosdado Cabello negarles la palabra a los disputados de la oposición, cuando Capriles se negaba a aceptar la derrota: “Es una actitud fascista”.

La quejas pueden provenir de diversos frentes, incluso de la polarización extrema. Chavistas que aman a Chávez, pero no quieren pelear con sus vecinos, ni sentir que las camisas rojas son su marca registrada, ni pelearse con sus amigos si alguno piensa que Capriles merece una oportunidad. Quizá los “volteados” estén ahora reclamando un punto medio entre los polos y al menos ya, tanto Maduro como su antagonista, han dicho en su estilo que es hora de llegar al diálogo tras años de ruptura interna de relaciones. Buscar las fallas debajo de las piedras, dijo Cabello.

Primera dama no, “primera combatiente”

 

Durante nueve años los venezolanos no tuvieron primera dama. Tras su divorcio de su segunda esposa, Marisabel Rodríguez, Hugo Chávez nunca se volvió a casar. Pero con la llegada de Nicolás Maduro, su compañera Cilia Flores pasará a llenar esa posición, que ya aclaró el mandatario no será de primera dama sino de “primera combatiente”.

Cilia Flores, abogada, conoció a Chávez mientras éste cumplía condena en prisión por su fallido golpe de Estado de 1992. Fue su asesora legal y luego se convirtió en una de sus principales consejeras. Entonces, también conoció a Maduro, con quien terminó teniendo una relación sentimental. Nueve años mayor que el actual presidente, fue nombrada fiscal general en 2012. Desde allí defendió el aplazamiento de la juramentación de Chávez y fue la compañera inseparable del presidente encargado y candidato durante la campaña electoral.

 

 

Por Diego Alarcón Rozo

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