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La gradería de la dignidad

La escotilla 8 del Estadio Nacional de Santiago de Chile, donde se jugará la final de la Copa América 2015, es también un lugar destinado a hacer memoria sobre uno de los momentos más dolorosos en la historia continental.

Jorge Cardona Alzate / Theo González
29 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
La gradería de la dignidad

Al caer la tarde del próximo sábado 4 de julio, cuando se dispute la final de la Copa América en el Estadio Nacional de Santiago, en un pequeño sector de la gradería no habrá espectadores. Cuando llegue la noche, este lugar se iluminará para que el mundo entero lea la frase que lo enmarca: “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”. Un homenaje a los 20.000 o más hombres y mujeres que constataron como hace 42 años, luego del golpe de Estado a Salvador Allende, el principal coliseo deportivo de Chile se convirtió en un campo de concentración.

El Estadio Nacional, situado al oriente de Santiago, con capacidad de albergar a unos 48.000 espectadores, posee ocho pasillos de ingreso. Pero la escotilla 8 es distinta. Hoy constituye un museo permanente que recuerda los horrores vividos en septiembre de 1973, cuando éste y otros espacios similares, así como 28 camarines, fueron utilizados como celdas colectivas. Sus paredes están cubiertas con fotos que algunos reporteros gráficos extranjeros tomaron en aquellos días, y con muchos retratos de quienes vivieron ese horror o nunca regresaron para contar lo que pasó.

Luis Cárdenas Quintana fue testigo de esos hechos. Hoy tiene 60 años, pero su memoria sigue intacta. Dos semanas después del golpe fue detenido durante un allanamiento y conducido a una base de la Fuerza Aérea situada en la comuna “El Bosque”. Después de tres días de torturas por ser hijo de un líder social, fue llevado al Estadio Nacional. Los tanques rodeaban el coliseo y adentro eran centenares de prisioneros a la expectativa de que sus nombres fueran anunciados por altoparlantes. Cuando eso sucedía comenzaba el pánico individual y la zozobra colectiva.

“En el inicio de la pista atlética, junto a la entrada de maratón, había un disco pintado de negro. Los que llamaban a ese sitio iban para el velódromo, donde las torturas eran peores. Hubo gente que nunca volvió. Los que quedábamos compartíamos alimento o frazadas y tratábamos de darle ánimo a los cabizbajos. El día que me ordenaron irme después de dos semanas de interrogatorios, la gente empezó a cantar “como el sol cuando amanece yo soy libre, como el mar”, la canción de Nino Bravo entonada por miles de prisioneros en las graderías esperando su suerte”, recuerda Cárdenas.

Como él, Manuel Méndez también era un joven trabajador cuando sobrevino el golpe militar. Estuvo 50 días detenido en el Estadio Nacional sin saber por qué. Vio simulacros de fusilamientos, soldados disparando al aire para amedrentarlos, gente que veía pasar las horas imaginando su muerte. Hoy recuerda que cuando lo dejaron libre en medio de centenares de prisioneros agitando pañuelos blancos, alrededor del coliseo había muchas mujeres preguntando por sus hijos y taxistas que ofrecían gratuitamente llevarlos a sus hogares. “La avenida Grecia era un río de dolor”, rememora.

Tanto Luis Cárdenas como Manuel Méndez pertenecen a la Agrupación Regional Metropolitano, creada en 1999 para conservar la memoria de quienes fueron detenidos aquel septiembre de 1973. Hoy la preside Wally Kunstmann, una aguerrida mujer de 75 años que pasó seis meses presa en correccionales de Santiago y Osorno, antes de marchar a su exilio de 16 años. Reconstruyó su vida en Maracay (Venezuela), donde mantuvo su militancia política, y con dificultades regresó a Chile en 1993, para liderar acciones que impidan que el olvido arrastre este capítulo sombrío de América.

“Nos cambiaron la vida, hoy los chilenos somos distintos, la solidaridad que nos caracterizaba cambió por la indiferencia. Por eso las nuevas generaciones tienen derecho a saber lo que sucedió y a que se reconozcan en los sitios de conciencia y de memoria nacional”, recalca Wally Kunstmann mientras recorre la escotilla 8, “las graderías de la dignidad” o explica a los periodistas que en la antigua piscina, situada a pocos metros del estadio, había dos camarines que hace 42 años también se llenaron de mujeres chilenas y extranjeras, todas detenidas por simple sospecha.

“Eran estudiantes, amas de casa, profesionales, algunas estaban embarazadas y perdieron a sus bebés, otras fueron violadas, escupidas o, a pesar del crudo invierno, obligadas a permanecer desnudas de la cintura abajo”, expresa Kunstmann, al tiempo que señala el hueco que dejó una bala en uno de los muros. En medio de la galería fotográfica que rodea la entrada a la piscina, se lee el testimonio de una de las detenidas, Teresa Anativia: “En el velódromo me mataron dos veces el mismo día en un simulacro. Caí en paz, en silencio, con fe. Minutos antes le había entregado mi hijo a Dios”.

El Estadio Julio Martínez Prádanos, llamado así en homenaje a un reconocido periodista deportivo chileno ya fallecido, fue declarado Monumento Nacional desde el 11 de septiembre de 2003. Desde ese día, junto a diez lugares anexos más, constituye un sitio de memoria de los derechos humanos. La primera obra fue la escotilla 8, pero ya existen o están en perspectiva otros esfuerzos: dos pedestales en la piscina y la caracola sur del velódromo, un mural en la avenida Grecia que da acceso al coliseo deportivo, y galerías en los pasillos y los camarines, entre otros espacios emblemáticos.

La gradería de la escotilla 8 conserva su morfología original. Las bancas de madera, los colores de la época, los materiales a los que se aferraron algunos muchachos antes de que les pusieran capuchas en las cabezas o vendas en los ojos. “Sabemos que muchos prisioneros dejaron escritos sus mensajes en las paredes del coliseo deportivo y vamos a encontrarlos para que vuelvan a gritar”, manifiesta Wally Kunstmann. La ministra del deporte, Natalia Riffo, acoge el comentario y sostiene que se trata de un compromiso de la presidenta Michelle Bachelett con la memoria del país.

Debe saberse que en el Estadio Nacional, inaugurado en 1938, se jugó la final del Mundial de Fútbol de 1962, que ha sido sede de otros compromisos de la selección austral, que sirvió de encuentro para recibir a Pablo Neruda en 1971 cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, para congregar a las mayorías católicas que escucharon al papa Juan Pablo II en 1987, o para que Patricio Aylwin, primer presidente después de 17 años de dictadura, tomara posesión del cargo en marzo de 1990. Pero también que fue campo de concentración luego del golpe militar a la democracia en 1973.

Este sábado 4 de julio se llenará de nuevo el coloso de Ñuñoa, como se conoce al Estadio Nacional, y el mundo estará ansioso por saber quién es el nuevo rey del fútbol en América. Pero quienes ingresen por la escotilla 8 y se detengan ante las fotos y carteles que decoran el pasillo, o dirijan sus miradas a los asientos vacíos de la iluminada gradería de la dignidad, advertirán también que la mayoría de chilenos quiere que sus nuevas generaciones no vuelvan a repetir horrores del pasado, y hoy tienen claro, que “un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”.

Por Jorge Cardona Alzate / Theo González

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