La guerra de los drones

Estos artefactos han sido usados en operaciones que van desde dar de baja a militantes de Al Qaeda en Pakistán, hasta la muerte de Muamar Gadafi esta semana.

Santiago La Rotta
22 de octubre de 2011 - 09:00 p. m.

La imagen es sangrienta, impactante. Para muchos es justicia después de cuatro décadas de opresión, para otros es más de la misma barbarie de siempre. Lo cierto es que la fotografía de Muamar Gadafi con un tiro en la sien muestra tanto como oculta.

Detrás de la muerte del líder libio hay más que rebeldes enfurecidos y tiros con pistolas enchapadas en oro. Detrás de la caída final de Gadafi se encuentra una silenciosa fuerza de drones, pequeños aviones no tripulados, cargados con armas y cámaras y que, poco a poco, se han convertido en una de las armas más efectivas de Estados Unidos y la OTAN para conducir el negocio de la guerra.

Hace tan sólo unos meses, un dron acabó con la vida del clérigo Anwar al Awlaki, acusado de ser uno de los hombres fuertes de Al Qaeda en África. El ataque fue ejecutado mientras el imán, nacido en Estados Unidos, se desplazaba en carro por una carretera de Yemen. Según reportes de agencias de noticias, el convoy en el cual se movilizaba Muamar Gadafi también fue atacado por un dron estadounidenses antes de ser interceptado por los rebeldes.

Los hechos en Yemen y Libia son los dos últimos pasos de la larga carrera que los drones han hecho, principalmente sobre Afganistán y Pakistán, para acabar con militantes de Al Qaeda y talibanes en un área en donde la guerra convencional (esa que requiere miles de soldados, grandes bases y presupuestos) ha probado ser un fracaso de 10 años de duración.

Las cifras pueden hablar por sí solas: se calcula que un dron de ataque (el más popular de ellos es el Predator) puede costar US$4,5 millones frente a los US$55 de un caza F-15. Y no se arriesga la vida del piloto, quien cómodamente opera su vehículo desde una base en Nevada o en algún lugar seguro y con aire acondicionado. Claro, los drones no son la respuesta ante un ataque masivo o la primera opción para un bombardeo de gran magnitud, pero sí han probado ser altamente efectivos cuando se requiere volar una casa, un carro o perseguir a un individuo por un terreno hostil, en donde, además, no se permite la entrada de tropas extranjeras. Según algunos reportes, parte de la inteligencia que llevó al paradero de Osama bin Laden también se obtuvo con drones.

El uso de drones le ha permitido a Estados Unidos conducir exitosamente una campaña de exterminio de la insurgencia en el llamado cinturón tribal de Pakistán, un país que no permite que fuerzas extranjeras operen en su territorio. Según cifras del diario The Washington Post, los UAV operados por la CIA han dado de baja a dos mil personas, entre terroristas y civiles, desde 2001; sólo en 2010 la agencia de inteligencia condujo 118 operativos que involucraron drones.

Otro de los puntos a favor de los drones es que suelen reducir las bajas civiles de los ataques. El vasto alcance de estos dispositivos (algunos pueden volar por encima de 40 horas continuas, más de lo que podría soportar un piloto) implica llevar la guerra a zonas remotas por una fracción del precio estándar.

Según reportó el diario The New York Times, operar la red de vigilancia aérea de Estados Unidos cuesta US$5 billones y el Pentágono ha pedido para el próximo año una suma igual sólo para aumentar el programa de drones. Un estudio de la Universidad de Brown calcula que las guerras de Afganistán e Irak costarán US$3,7 trillones.

Pero toda arma conlleva peligros y en el caso de los drones son varios. El primero es que la mayoría de las operaciones se hacen bajo la autoridad de la CIA, que los usa convenientemente con sus propias reglas, con inteligencia y datos que sólo la agencia conoce, lo que convierte a estos dispositivos en armas letales, cuya responsabilidad pública es nula, pues sus misiones son clasificadas.

El segundo es que, cada vez más, la labor de matar se deja en manos de máquinas. Si bien es un piloto el que hala remotamente del gatillo, sigue siendo la máquina la que ejecuta la orden. ¿Qué pasará cuando un dron pierda el control, un error de programación por ejemplo, y destruya el blanco equivocado?

Si bien nadie espera que Skynet tome el control del mundo (como sucedía en la secuela cinematográfica de Terminator), sí resulta bastante cuestionable la robotización de la guerra, de la vida y la muerte. Incluso se ha llegado a pensar que en un futuro no muy distante las máquinas deben portar una suerte de código de ética porque, como lo dice el autor y científico estadounidense Josh Storrs Hall, “una vez los robots sean tan inteligentes y capaces para realizar nuestras tareas, una máquina sin ética sería como un hombre sin ética, algo que a toda costa hay que evitar”.

Con todo y sus problemas, lo cierto es que los drones pueden ser la primera línea de defensa y ataque en los años por venir, a juzgar por los planes de la CIA de construir más bases para volar misiones en países como Yemen y Somalia, lugares en donde los grupos terroristas han encontrado edenes para reclutar, entrenar y planear sus acciones.

Por Santiago La Rotta

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