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'Hay un renacimiento del populismo en A. Latina'

La globalización económica y el auge de las redes sociales han transformado el ejercicio de la política. El Espectador habló con Benjamin Arditi uno de los intelectuales mexicanos que más conoce el tema.

Steven Navarrete Cardona
03 de marzo de 2015 - 10:18 p. m.
AFP / Marcha convocada por Podemos en España.
AFP / Marcha convocada por Podemos en España.

La editorial Gedisa en México acaba de lanzar la segunda edición del libro ‘La política en los bordes del liberalismo: diferencia, populismo, revolución, emancipación’, del profesor de la Universidad Autónoma de México,  Benjamin Arditi, quien realiza  una radiografía de la aparición de nuevas formas de hacer política. El Espectador habló con él sobre la vigencia de los partidos, la identidad política entorno a la militancia en un partido y las formas más comunes de movilización.
 
¿Cuáles son las principales características del campo político hoy?

Hay dos tendencias. La primera es que la política ha entrado en un escenario post-liberal. No porque haya un ocaso de la representación política o de las elecciones, los ejes de la visión política de la democracia liberal. Lo digo porque contamos con una diversidad de canales, arenas y actores que se apropian del vocablo “política” y coexisten con la representación partidista. En la época del absolutismo pre-liberal la política era mono-tónica pues el Estado era visto como el único actor de la política, hoy tenemos una cacofonía de voces que por supuesto incluye a los partidos, pero también a grupos de intereses organizados (sindicatos, cúpulas empresariales, grupos de cabildeo), a los nuevos y viejos movimientos sociales, a las insurgencias como Occupy Wall Street en Estados Unidos, Gezi Park en Turkía, Passe Livre en Brasil o los indignados del 15M en España, a Podemos en España (que aún no sabemos si debemos describir como partido, movimiento o híbrido).

¿Y la segunda tendencia?

Es la profundización de una forma viral de coordinación y difusión política muy presente en las protestas en torno a los desaparecidos de Ayotzinapa en México o los casos ya mencionados de OWS o el 15M. La política viral funciona mediante nodos que no requieren de centros de comando y control como los de los sindicatos y los partidos. Las redes sociales la han potenciado al abaratar el costo de acceso a información, al facilitar el contacto entre gente que no se conoce entre sí o potenciar la difusión de propuestas y la organización de actos públicos.

¿Qué otra función han cumplido las redes en las movilizaciones?

Funcionan como plataformas de coordinación para acciones transformadoras y como inteligencia colectiva para pensar los problemas del presente y sus posibles soluciones, y así por el estilo. En suma, los partidos y las elecciones van a seguir con nosotros por mucho tiempo pero ahora operan en un terreno poblado por una diversidad inusual de voces políticas que descentran el espacio de la política y nos revelan el carácter post-liberal del presente.

Hablemos de la 'identidad' y los partidos políticos. A mediados del siglo XX la militancia en un partido político era algo fundamental en América Latina y constituía parte de la identidad. ¿Qué ha pasado con la identidad y su relación con la política?

En el pasado las identidades político-partidistas solían ser bastante más estables. Se hablaba de familias liberales, conservadoras, socialistas o demócrata cristianas, como si la identidad y la pertenencia a un grupo o una ideología fuera un asunto de genética. Esta lealtad generaba un electorado leal que difícilmente votaba por un partido que no fuera el suyo, o lo que es lo mismo, la identificación con un partido hacía que la gente fuera prácticamente insensible a la oferta electoral. Hoy, la ampliación de un electorado flotante permite verificar el relajamiento de la lealtad electoral.

 ¿En dicho plano, qué papel ha jugado la financiación pública?

El financiamiento público de los partidos también tuvo un papel en esto, pues hizo que los partidos fueran menos dependientes de las aportaciones de sus militantes. Más allá de la logística de la campaña y del día de los comicios, muchas funciones de los militantes ahora las hacen los técnicos y asesores de marketing político contratados para vender un producto llamado “candidato”.

¿Cuál es el papel de los medios y la militancia en un partido político?

Los medios de comunicación también erosionan la importancia de los militantes dado que parte de las campañas se juegan en los medios. Todo esto contribuye a devaluar la importancia de la militancia, y a debilitar el nexo entre electores y partidos. Y como ya mencioné, si la participación política no es potestad exclusiva de los partidos, la gente también cuenta con canales no partidistas de la acción política.

¿Qué ha sucedido con la cohesión de los militantes a dichos organismos políticos?

La actuación de los partidos no siempre ayuda a mantener la lealtad de la gente. En parte porque operan como maquinarias electorales más que como grupos de afinidad, porque se desgastan en interminables rencillas internas o porque sus dirigentes regularmente aparecen en la prensa involucrados en escándalos de corrupción.

¿Qué tan acertada sigue siendo la categoría de 'pueblo' para definir a un sector de la sociedad?

Este es un tema sobre el que he escrito recientemente. “Pueblo” es el nombre adoptado por los parias en los relatos emancipatorios de la modernidad —e invocado igualmente por innumerables narrativas racistas, xenofóbicas y autoritarias— desde la revolución Francesa hasta nuestros días. Pero a la vez es un significante tan escurridizo — ¿qué quiere el pueblo, dónde se lo encuentra, incluye a los ricos y famosos?— que resulta tentador reemplazarlo por otro más claro y tangible. Pero no lo hacemos porque eso no resuelve absolutamente nada. El pensador inglés Michael Oakeshott lo dijo muy bien: hay distintas maneras de ver la política y todas ellas reclaman para sí el sentido de palabras como pueblo, justicia, igualdad y tantas otras. Este forcejeo hace que la ambigüedad sea un rasgo estructural y no pasajero del léxico de la política. Teniendo eso en mente, no se puede ignorar un término tan polémico y duradero como lo es el pueblo. Hay que lidiar con él, sea en su variante populista de grandes masas ligadas con un líder que promete resolver todos sus problemas o como lo que Jacques Rancière llama la parte de los sin parte, es decir, aquellos cuya palabra cuenta menos que las de otros y buscan revertir el daño a su igualdad como seres humanos.

 ¿Sigue siendo el 'partido' una estructura que articule el ejercicio de la política hoy?

Quisiera responder a la pregunta con dos referencias. Una de ellas es a un grafiti que vi alguna vez. Decía: “La nostalgia no es lo que solía ser”. Viene a colación pues la pregunta parece dar por sentado que alguna vez los partidos realmente fueron el eje de la política. En sus inicios eran clubes de notables que operaban como portavoces de un electorado de no más de 3-4% de la población adulta. Más adelante se convirtieron en aparatos de masa para la gestión de la cosa política. Fue su época dorada, de finales del XIX hasta alrededor de la década del setenta del siglo XX. Pero siempre hubo sectores que intervenía en el diseño de los destinos de la sociedad por fuera de los partidos.

¿A qué sectores se refiere?

Me refiero al empresariado, la iglesia, la guerrilla, los movimientos sociales y la delincuencia organizada que compra jueces, políticos y electores. Y no olvidemos que los partidos tuvieron escasa participación en los acontecimientos que inventariamos bajo el nombre de “1968”; se quedaron en las graderías refunfuñando. Pero tal como la Ilustración y el racionalismo que la acompañó no eliminaron nuestra pasión por el tarot o la lectura del horóscopo, sospecho que las críticas a los partidos y el surgimiento de alternativas tampoco marcarán su desaparición de la escena pública.

¿Y la segunda referencia?

Es la conocida frase del economista británico John Maynard Keynes. Cuando le preguntaron si el capitalismo estaba en crisis respondió que sí, pero que siempre lo había estado. Me parece que funciona como contrapunto polémico de mi argumento previo si lo aplicamos a los partidos: si siempre han estado en crisis, tal vez lo que vemos ahora como su declive no es más que otra de estas crisis que les permite regenerarse y extender su vida como uno de los jugadores de ese juego que llamamos política institucional.

En pleno siglo XXI, ¿cómo se ha transformado el populismo?

El populismo es un término escurridizo. Hasta hace un par de décadas se lo asociaba con gobiernos fiscalmente irresponsables, pero los politólogos han tenido que ajustar ese criterio después de la experiencia de gobiernos como los de Carlos Menem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú, quienes implementaron políticas de ajuste neoliberal pero mantuvieron otros rasgos generalmente asociados con el populismo. Entre ellos, el papel central de un líder con una legitimidad por encima del partido o movimiento que lidera, un desdén por sus adversarios, cierto simplismo en la manera de concebir asuntos complejos y la movilización de seguidores en las calles para respaldar al líder o amedrentar a sus adversarios.

¿Cuál es el uso actual de dicho término en A. Latina?

Hoy hay un renacimiento del término en América Latina. Lo asociamos con Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina. El pensamiento de Ernesto Laclau contribuyó a esta celebración del populismo, en parte por su cercanía con la presidenta Fernández y porque en sus escritos celebra el populismo como un componente de toda política. ¿Hay un retorno? Probablemente sí, aunque a pesar de la visión celebratoria de Laclau y sus seguidores, creo que Jaques Rancière tiene razón en que la gente usa populismo de una manera parecida a como los atenienses usaban la palabra democracia: para descalificar a sus adversarios.

¿Qué sucede con la izquierda hoy a nivel mundial?

Prefiero reformular ligeramente la pregunta pasando del singular al plural, pues lo que siempre ha habido es una gama de izquierdas que incluyen tendencias tan dispares como el anarquismo, la socialdemocracia y el marxismo-leninismo. Lo que estas tendencias tienen en común es su preocupación por las cenicientas de la revolución francesa, la igualdad y la solidaridad. No porque las derechas no se hayan preocupado por la igualdad -aunque siempre es tan difícil citar buenos ejemplos de esa preocupación- sino porque ven a la desigualdad como una suerte de daño colateral del mercado, como algo básicamente natural que a lo sumo puede ser mitigado. Las izquierdas, en cambio, no ven ninguna naturalidad en la desigualdad. Por el contrario, ven la diferencia brutal entre ricos y pobres -que se puede traducir visualmente a la que hay entre niños con Nike de compras en un centro comercial y niños durmiendo con frío en la vereda- como algo obsceno que se debe y puede subsanar.

Uno de los grandes dilemas es que en muchos casos la praxis de los partidos no es consecuente con los estatutos e idearios que difunde ante la sociedad…

El problema, claro, es que las izquierdas existentes muchas veces no hacen lo que las izquierdas dicen hacer. En parte porque son menos reacias al mercado y a las políticas de ajuste, y en parte porque la representación electoral requiere cada vez más dinero y compromisos que van desdibujando su diferencias de principios con las derechas. Eso hace que a menudo los partidos formalmente definidos como de izquierda hayan pasado a ser parte del problema y no de la solución de la desigualdad. Tal vez por eso en 2011 los indignados españoles gritaban en Plaza del Sol, “No somos de izquierda o de derecha. Somos los de abajo y vamos por los de arriba”.

Por Steven Navarrete Cardona

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