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“He decidido poner fin a mi reinado”

Este año, los dos protagonistas de la instauración de la democracia española en el siglo XX salieron de la escena política.

Diego Alarcón Rozo
03 de junio de 2014 - 02:00 a. m.
En un discurso televisado que tomó a la mayoría de españoles por sorpresa, el rey Juan Carlos I abdicó al trono en favor de su hijo, Felipe de Borbón.  / EFE
En un discurso televisado que tomó a la mayoría de españoles por sorpresa, el rey Juan Carlos I abdicó al trono en favor de su hijo, Felipe de Borbón. / EFE

España comenzó el año oyendo de sus dirigentes del Partido Popular que la crisis comenzaba a marcharse de a poco después de pasar y hacer estragos durante meses, aumentando el desempleo, diezmando la liquidez, estallando una burbuja inmobiliaria y algunos otros males. Al final, si las profecías de los economistas resultan ciertas, 2014 quedará marcado como el año de la reactivación, pero, aún más importante, como el año en el que los dos protagonistas de la instauración de la democracia en el siglo XX salieron de la escena política. Poco después de la muerte de Adolfo Suárez, quien fuera elegido por el rey Juan Carlos para restablecer el orden constitucional en medio de los escombros que dejaron 36 años de dictadura franquista, el monarca abdicó al trono.

Su reinado duró casi cuatro décadas y marcó la España de hoy. Hace 33 años, el 23 de febrero de 1981, el joven monarca alcanzaba la cúspide cuando en una aparición televisiva les ordenó a los oficiales sublevados que ocupaban el Congreso que volvieran a sus cuarteles, desbaratando la tentativa de golpe de Estado. Aunque el episodio es aún objeto de estudio y debate por parte de los historiadores, Juan Carlos fue considerado entonces el salvador de la frágil democracia española.

Nacido el 5 de enero de 1938 en Roma, donde su abuelo, el rey Alfonso XIII se había exiliado tras la proclamación de la Segunda República española en 1931, Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón vio cómo su padre, don Juan de Borbón, nunca accedió al trono, por cuenta de Francisco Franco Bahamonde, su enemigo declarado, quien lo mantuvo fuera del país.

El dictador prefirió al joven Juan Carlos, a quien designó como sucesor, con el título de rey, en 1969, y quien el 22 de noviembre de 1975, dos días después de la muerte del caudillo, fue proclamado oficialmente rey de España. Juan Carlos se deshizo pronto de la pesada herencia franquista y emprendió la senda de la democracia. “La idea maestra sobre mi política era conseguir que nunca más los españoles se dividieran en vencedores y vencidos”. La Transición, que alcanzó uno de sus puntos más altos con la Constitución de 1978, es vista hoy como la salvación de España de más años de autoritarismo.

Hoy, su abdicación, que fue sorpresiva, como apunta en consenso la mayor parte de la opinión pública española, se suma a lo que empezaron a hacer otras casas reales europeas, que tampoco esperaron a la muerte del monarca para proceder al relevo. El rey don Juan Carlos I no ha muerto, pero desde la mañana la prensa apareció inundada de una suerte de obituarios por un legado que deberá continuar sobre los hombros del príncipe Felipe, el heredero. Felipe VI una vez lo proclamen las Cortes.

Y siguieron las imágenes de esplendor del rey, con sus uniformes y sus medallas, su destacado rol histórico y sus palabras: “Estos difíciles años nos han permitido hacer un balance autocrítico de nuestros errores y de nuestras limitaciones como sociedad (…) Y, como contrapeso, también han reavivado la conciencia orgullosa de lo que hemos sabido y sabemos hacer y de lo que hemos sido y somos: una gran nación”.

Por fuera del libreto, ya para resaltar la paradoja, estuvo la voz del coordinador federal del partido Izquierda Unida, Cayo Lara: “Que el pueblo decida en referéndum si quiere monarquía o república, o, lo que es lo mismo, monarquía o democracia. La soberanía es del pueblo, de nadie más, y, por supuesto, no es del rey”. Con declaraciones por el estilo se expresó la contraparte de esa memoria que ensalza el papel del monarca, la otra España indignada por la mala racha, que recuerda al rey, rifle en mano, cazando elefantes en Botsuana y señala a su hija, la infanta Cristina, de formar parte del escandaloso caso de corrupción que tiene a su esposo, Iñaki Urdangarin, como eje central. Otras tesis hablan de desgaste y del momento indicado para que don Juan Carlos se hiciera a un costado del trono en la víspera de su cumpleaños 76.

La crisis, que aún no termina, parece haber dado un impulso a la desconfianza de la gente en la Corona, que este año y el año anterior ha registrado sus números más bajos en un tradicional sondeo de opinión: 3,68 y 3,72, respectivamente, en una escala de 1 a 10 en la que la mayor calificación equivale a “mucha confianza”.

Son ocho millones de euros, aproximadamente, los que cuesta la monarquía año tras año, y la crisis, que exacerba los ánimos, también hace lanzar preguntas, a veces con rabia, sobre si es indispensable tener un rey. En cualquier caso, para los convencidos, ocho millones de euros no son tantos y son señal de una monarquía austera. “Grave es lo que se gasta la monarquía en Inglaterra”, es una razón común.

A favor o en contra, el discurso del Juan Carlos I reunió a escépticos y a románticos al frente del televisor, como si se tratara de la España de Del Bosque, y la noticia dio material de sobra para las tertulias. Juan Carlos I, el hijo de don Juan, el que nunca pudo ser rey, y nieto de Alfonso XIII, quien tuvo que irse de España al finalizar la Guerra Civil, deja la corona en manos de su hijo de 46 años, el primer heredero del siglo XXI. “Llegó la hora de pasar a la primera línea a una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas”.

Don Felipe, que no ha logrado salir incólume de los escándalos de la casa real, tendrá en sus manos la nueva etapa de cambios que necesita el país. “Quiero lo mejor para España, a la que he dedicado mi vida entera y a cuyo servicio he puesto todas mis capacidades, mi ilusión y mi trabajo. Mi hijo Felipe, heredero de la corona, encarna la estabilidad, que es seña de identidad de la institución monárquica”.

Por Diego Alarcón Rozo

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