Hillary Clinton, la única que podía perder contra Trump

No fue suficiente el respaldo de la prensa, Hollywood e incluso parte de la dirigencia republicana. Ayer pidió una mente abierta hacia Trump.

Juan Carlos Rincón Escalante
10 de noviembre de 2016 - 10:29 a. m.
La candidata demócrata, Hillary Clinton, al reconocer la victoria a Donald Trump. / Foto: AFP
La candidata demócrata, Hillary Clinton, al reconocer la victoria a Donald Trump. / Foto: AFP

La gente odia a Hillary Clinton. De verdad la odia. Y no son sólo los republicanos que llenaron los eventos de Donald Trump con camisetas que pedían “aplastar a esa perra” o encarcelarla o la comparaban con Mónica Lewinsky, quien tuvo el amorío con Bill Clinton. También en la izquierda estadounidense: dentro del Partido Demócrata y en la juventud desconfiada la ven como una política detestable, demasiado cercana al oscurantismo corrupto con el que identifican el gobierno. (Vea acá el especial ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS 2016)

Por eso, como lo repetían en voz baja los estrategas demócratas, la única que podía perder contra un misógino, xenófobo, adúltero (presuntamente, aunque ni tanto), inmaduro y poco preparado como Donald Trump era ella.

“¿Hay un humano ahí adentro?”

La pregunta no venía desde la ultraderecha recalcitrante, sino desde la centroizquierda con más resonancia entre los demócratas: Jon Stewart, comediante reconocido como la conciencia liberal de Estados Unidos. La hizo durante una entrevista, refiriéndose a Clinton. Y no se detuvo ahí: “Es una mujer muy brillante, pero no tiene el coraje de perseguir sus convicciones, porque, de hecho, no estoy seguro de saber cuáles son esas convicciones”.

Esa es la síntesis de una de las quejas más recurrentes sobre Clinton: todo lo que hace y dice parece fríamente calculado. Pese a que durante su larga vida política ha sido una férrea defensora de los derechos de las mujeres, las familias y de las minorías —salvo algunos tropiezos en derechos LGBT y con la población afro por su posición sobre la reforma penitenciaria—, la distancia que se le ve al hablar en público es para algunos insoportable. Neera Tanden, uno de los asesores principales de su campaña, escribió en un correo (filtrado por Wikileaks) que “eventualmente (Clinton) empezará a sonar como humana”.

Los “malditos” correos

Aunque Bernie Sanders, su rival en las primarias, optó por no hablar de los “malditos” correos de Clinton, Trump y los republicanos no tuvieron problema en explotarlos para reiterar la idea de que ella es una política corrupta.

Ante el escándalo de que durante su paso por la Secretaría de Estado Clinton utilizó un servidor privado (algo que no estaba permitido y que le daba total control sobre la información en ellos), la campaña de la demócrata contestó con evasivas y sólo hasta tiempo después aceptó, sin miramientos, que había sido un error. Sin embargo, ya era muy tarde, y faltaría el peor golpe: Wikileaks filtró varios correos electrónicos de personas relacionadas con Clinton donde se probaba que, por ejemplo, el Comité Nacional Demócrata había preferido a la exsecretaria sobre Sanders y que ella había recibido por adelantado preguntas de un debate.

En un discurso que Clinton dio ante banqueros de Wall Street, la candidata dijo que era importante tener una posición en público y otra distinta en privado. Aunque fuera de contexto, esa fue toda la confirmación que muchos necesitaron para reiterar su desconfianza.

Y, claro, el FBI, que no encontró motivos para imputar criminalmente a Clinton por el contenido de los correos, envió una extraña carta faltando una semana para la votación diciendo que reabría el expediente sobre la exsecretaria.

Por algo el martes, en el nuevo hotel de Trump en Washington, la multitud coreaba: “¡Enciérrenla! ¡Enciérrenla!”.

La Clinton republicana

Maureen Dowd, columnista de The New York Times, escribió que “ya hay una candidata multimillonaria con la que pueden contar para proteger a Wall Street, impulsar la Cámara de Comercio de EE.UU., abrazarse con los fondos de inversión, asegurar los acuerdos de libre comercio amados por la América corporativa (...) los republicanos tienen a su candidata: es Hillary”.

Esa fue precisamente la queja de la izquierda que apoyaba a Sanders, especialmente entre los jóvenes, que no veían cómo Clinton iba a representar a los indignados contra el sistema si ella misma estaba muy cerca de Wall Street. Susan Sarandon, actriz y activista, dijo que “no votaría con su vagina” y que prefería a una candidata de un tercer partido que apoyar esa clase de políticas tóxicas.

Lo que sus defensores tildan de pragmatismo necesario para lograr progreso en Washington, muchos identifican como la política de siempre que tiene que salir del poder para que el cambio verdadero pueda ocurrir. Clinton jamás logró conectarse con quienes clamaban la revolución socialista de Sanders.

La mujer

Muchas personas dicen que no es necesario hablar de género, que eso no es una consideración en el siglo XXI, que hay suficientes motivos para detestar a Clinton sin pensar en que es mujer.

Y, aún así, una simpatizante (¡mujer!) de Trump dijo en The Daily Show que no confiaba en que una mujer pueda ser presidente porque se la pasaría declarando la guerra cada vez que estuviera hormonal. Pero, ¿por qué a Trump le perdonaron sus innumerables escándalos y a Clinton no le pasaban el más mínimo desliz? Como lo dijo Obama: “Hay un motivo claro por el que no hemos tenido una presidenta antes. ¿No será simplemente que no estamos acostumbrados a la idea?”.

Son muchas las lecturas que saldrán de la derrota: que los blancos evangélicos votaron en bloque, que el desempleo y la recuperación lenta en los lugares rurales fue suficiente fuego para la indignación, que el populismo de Trump fue efectivo, como lo ha sido en el Occidente en este nefasto 2016, que la coalición de Clinton se encuentra refugiada en los mismos pocos estados (lo que la impulsó a ganar el voto popular, pero a perder en el colegio electoral). Pero hay una más ineludible: la gente odia a Hillary Clinton.

Por Juan Carlos Rincón Escalante

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