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La interminable guerra contra el terror

Incumpliendo sus promesas electorales, el presidente Obama anunció que más de 5.000 tropas estadounidenses permanecerán en territorio afgano después de 2016.

Daniel Salgar Antolínez
16 de octubre de 2015 - 03:57 a. m.

Cuando Barack Obama asumió la Presidencia de Estados Unidos en 2009, entre sus principales promesas estaba acabar las guerras iniciadas por su antecesor, George W. Bush. Obama prometía retirar casi la totalidad de las tropas de Afganistán e Irak antes del fin de su mandato. Incumplió: en Irak, el surgimiento de la organización Estado Islámico (EI) lo llevó a intervenir de nuevo el año pasado, liderando una coalición internacional. En Afganistán, el resurgimiento del régimen talibán hace que Obama prolongue la cruzada contra el terrorismo en ese país más allá de 2016.

Durante la guerra ruso-afgana (1978-1992) EE. UU. fue, junto con Arabia Saudita, uno de los países que apoyaron a los muyahidines, las guerrillas islámicas de resistencia contra la invasión soviética. En ese contexto, un saudí llamado Osama Bin Laden fue reclutado para luchar contra el comunismo con el apoyo de la CIA. Tras la disolución de la Unión Soviética se estableció el frágil Estado Islámico de Afganistán, cuyo gobierno fue derrocado en 1996 por el régimen talibán, compuesto por veteranos de la insurgencia islámica apoyada desde Occidente, que cambiaron el Estado Islámico por el Emirato Islámico de Afganistán.

Después del 11 de septiembre de 2001, EE. UU. invadió Afganistán en el marco de la “guerra contra el terror”. Buscaba derrocar el régimen talibán por albergar a los terroristas que habían orquestado el ataque a las Torres Gemelas. Lo logró el mismo año en que comenzó la invasión. Pero la derrota de los talibán fue sólo parcial. La insurgencia empezó a revivir cuando la administración Bush enfocó sus recursos y atención en invadir Irak en 2003 y cuando el presidente afgano, Hamid Karzái, se vio incapaz de administrar un gobierno sumido en la incompetencia y la corrupción.

Los talibán se desplazaron hacia la porosa frontera con Pakistán mientras se daba la retirada progresiva de las tropas occidentales y allí resurgieron en los últimos años. Volvieron a implementar prácticas represivas y violentas, especialmente contra las mujeres, la educación igualitaria y el secularismo occidental. Prácticas que superan cualquier marco de la ley coránica y obedecen más bien a intereses políticos y tribales. Los talibán alimentaron sus filas por dos vías: por un lado, la invasión estadounidense, con sus abusos y violaciones de derechos humanos, exacerbó el antiamericanismo entre los afganos que decidieron sumarse a la resistencia. Por otro lado, la incompetencia del gobierno de Karzái sembró frustraciones y se convirtió en otra fuente de reclutamiento.

Catorce años después de la invasión estadounidense a Afganistán, los talibán aparecen como un enorme desafío a la estabilidad de un país ya sumido en la ingobernabilidad, la corrupción, el tráfico de drogas y la desintegración territorial. Según la ONU, el mes pasado los talibán obtuvieron una crucial victoria al tomar la ciudad de Kunduz, en el norte del país, donde mantuvieron el control hasta hace pocos días. Al tomarse la ciudad liberaron a cientos de los suyos de la prisión central, saquearon bancos, edificios gubernamentales y oficinas de la ONU y la Media Luna Roja, y establecieron la primera administración talibán en una gran ciudad afgana desde su derrota en 2001.

Este fue un golpe para EE. UU. y la OTAN, que emprendían la retirada después de hacer gastos millonarios en la guerra contra el terrorismo en Afganistán. Para rematar, EE. UU. respondió con un bombardeo contra un hospital de la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), en el que mató por error a 22 civiles inocentes.

Ante el resurgimiento de la amenaza talibán, EE. UU. prefiere prolongar su estadía en Afganistán. Hoy tiene 9.800 soldados en ese país, una suma pequeña si se compara con los más de 100.000 que tenía en 2011. El nuevo plan consiste en mantener a 5.500 soldados en territorio afgano más allá de 2016. Por un lado, seguirán entrenando a las fuerzas afganas, que, según Obama, no están preparadas para enfrentar la amenaza terrorista, y por otro lado continuarán con la búsqueda de combatientes del movimiento talibán, de Al Qaeda, del Estado Islámico y otros grupos terroristas que han encontrado refugio en Afganistán.

Esto quiere decir que la guerra contra el terror continúa, aunque ahora con más enemigos. La guerra de Afganistán ya es la más larga de la historia de EE. UU., más larga que la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam. La cruzada contra un enemigo tan inasible como el terrorismo no encuentra un punto final. Para Obama, sin embargo, no se trata de una “guerra sin fin”.

Por Daniel Salgar Antolínez

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