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“Jamás pensé dejar Venezuela”

Escasez, inseguridad y falta de futuro son las razones de un exilio similar a la tragedia fronteriza. Miles migran a EE.UU., España y Colombia.

Redacción Internacional
01 de septiembre de 2015 - 04:04 a. m.

La tragedia, que suele esparcirse en numerosas direcciones, no traga de una sola fuente. Al mismo tiempo que miles de colombianos retornan desde Venezuela, con la nevera terciada al hombro y el comedor atravesado en la vera del río, el exilio contrario se sucede de manera sibilina: venezolanos que llegan a Colombia porque ven un futuro ciego en su país. En parte porque los roban al ir al cine o al llegar a la portería de su edificio, y en parte porque el miedo tiene formas demasiado palpables, como la de un militar derrumbando a patadas la puerta de una casa para buscar a un delincuente, numerosos venezolanos han venido a dar a Colombia desde comienzos del gobierno de Chávez. Para 2005, según apunta la OIM en su Perfil Migratorio de Colombia (2012, el más reciente), 50.033 venezolanos vivían en Colombia. En los últimos años, ese guarismo se ha robustecido por la escasez de productos básicos, la inseguridad y la falta de correspondencia entre el trabajo que hay que hacer cada día y los productos que pueden obtenerse a cambio de ese trabajo.

Octavio Sasso —periodista, 36 años— lleva dos meses en Bogotá, y sabe que en Caracas y en el resto de Venezuela quedan pocos de su círculos cercano. Han emigrado, como él, con argumentos muy similares, a Estados Unidos y Panamá. “Me vengo justo ahora a vivir —dice, con tono alto— porque toda la situación, más allá de lo que vemos, es inmanejable. Ni el dinero ni la situación me dejaban vivir. Con toda mi familia, decidimos salir”. Sasso compró dos tiquetes (para él y para su novia) de Caracas hacia Maracaibo. Los precios de los tiquetes internacionales, en Venezuela, están demasiado elevados y resulta más barato partir las rutas. Desde Maracaibo, en un vuelo insólito, volaron hasta Medellín y desde allí a Bogotá. Otros muchos, antes de que cerrara la frontera, hacían una ruta menos amable: en bus desde Maracaibo o Caracas hasta San Antonio del Táchira. Seguía Cúcuta y seguía Bogotá. A pesar de la aparente ventaja de tomar un vuelo, Sasso y su novia demoraron dos días en llegar a Bogotá. Un vuelo directo tomaría una hora y cincuenta minutos.

“Confieso que jamás pensé dejar Venezuela —dice Sasso—. Pensé que íbamos a soportarlo más allá del tema político. No soy radical en ningún sentido. Al ver que no pasaba nada, me cuestioné: de qué me valía tener trabajo si no iba a poder disfrutarlo”. Un reporte de El País de España, de octubre del año pasado, recuerda que por entonces uno de cada diez venezolanos tramitaban su salida del país o ya estaban fuera. Más de 200.000 aterrizaron en EE.UU.. El perfil general del migrante resulta singular: 90% de ellos tiene grado universitario y 40% ha hecho una maestría. Su experiencia ha resultado útil, por ejemplo, en Ecuador: los programas de subsidio a grupos de investigación y su impulso a la infraestructura han llamado a ingenieros y humanistas.

Ramón Martínez —fotógrafo— cumple cinco meses en Bogotá este mes. “Salí porque siento falta de futuro, una carencia que ha llegado poco a poco. Es saber que, así trabajes, siempre vas a estar mal, no vas a poder vivir, y tienes miedo de ir al cine porque te roban. Uno aquí (en Colombia) está joven todavía. Mis padres, que están en Barquisimeto, tratan de no decirme nada para no preocuparme”. Martínez escogió entre Colombia y México, y recordó que aquí tenía algunos conocidos que podrían darle una mano. Se vino con siete maletas, con 130 kilos de sobrepeso en la bodega. En su apartamento tiene una mesa, un par de sillas y una cama. “A veces uno no se siente todavía instalado —dice—. Te sientes bien porque sabes que puede haber futuro: veo a Bogotá como un trampolín. Puedes hacer dinero y de repente te vas a otros lados. Un venezolano sabe que se tiene que ir. El punto es definir a dónde”.

Por Redacción Internacional

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