Lecciones para Colombia de Burkina Faso

El primer ministro burkinés, Isaac Zida, fue liberado por los militares que le apresaron el pasado miércoles antes de tomarse el poder.

Florent Frasson-Quenoz *Ólmer Alveiro Muñoz Sánchez **
22 de septiembre de 2015 - 10:20 p. m.
Protestas después del golpe militar del pasado 16 de septiembre. / AFP
Protestas después del golpe militar del pasado 16 de septiembre. / AFP

Hace poco menos de doce meses, el pueblo burkinés estaba festejando el fin de 27 años de un régimen que lo había agobiado y reanudaba con la esperanza de volver a conocer las delicias de una vida más libre y más justa. Las mismas esperanzas que había hecho nacer en el pueblo un líder revolucionario, Thomas Sankara.

La ironía es hoy total. Después de haber logrado sacar a un golpista, Blaise Compaoré, del poder gracias a un movimiento popular inspirado en los ideales de su correligionario, Thomas Sankara, otro militar está enterrando las expectativas de cambio en el país de los “Hombres Íntegros” (traducción literal del nombre del país: Burkina Faso), asestando un duro golpe al derrocar a Michel Kafandó el pasado 16 de septiembre.

Una vez más, la historia se repite en África. Un proceso de transición democrática ha sido parado de un solo golpe. ¿Quiénes son estos golpistas? ¿Por qué han tomado el poder y derrocado a un presidente de transición a solamente algunas semanas de las próximas elecciones? ¿Qué hace la comunidad internacional defensora de los derechos humanos y de la democracia? ¿Algún poder imperial estará manipulando títeres locales? Y, finalmente, ¿importa algo lo que pasa en África?

Todas estas preguntas no tienen sino respuestas parciales en este momento, menos la última. A pesar de los cambios de fondo que se produjeron en el entorno internacional desde la caída del muro de Berlín; a pesar de la ola de democratización de los años 90; a pesar de haber declarado el terrorismo antiliberal enemigo público internacional; a pesar de la llegada en el escenario de nuevos actores del Sur; y a pesar de la lucha por la democracia de los pueblos, esta sigue estando fuera del alcance de muchos de estos países que, tras el proceso de descolonización, quedaron sumidos en un escenario de inestabilidad. Burkina Faso no es una excepción, puesto que sus vecinos cercanos han tenido serias dificultades internas, como los casos de Costa de Marfíl y Malí.

Los cambios de fachada que realizó el derrocado Blaise Compaoré desde inicios de los años 90 hasta su caída en el 2014 para acomodarse a la consciencia de los mandatarios occidentales; o los cambios incentivados desde octubre del año pasado por el gobierno de transición no han logrado transformar fundamentalmente las herencias de 40 años de Guerra Fría, de impunidad de las élites africanas y menos aún el sentimiento de injusticia que muchos africanos llevan en su corazón, en su alma.

Sí, los golpistas son militares de la guarda pretoriana del antiguo presidente que le siguen siendo fieles. Sí, el coronel Gilbert Diendéré, el cacique golpista, siempre estuvo cercano al expresidente, incluso en su tiempo de exilio. Sí, tomaron el poder sin duda para proteger sus intereses particulares después de haber sido amenazados de disolución por las autoridades de transición. Sí, como siempre, la comunidad internacional se indigna frente a esta violación del orden constitucional y vocifera en contra de los golpistas, reclamando que devuelvan el poder a las autoridades civiles competentes. Sí, los juegos de poder entre el excolonizador (Francia) y sus excolonias africanas no pueden ser exentos de sospechas y la presencia del refugiado Compaoré en la vecina Costa de Marfil, cuyo presidente llegó al poder con la ayuda del gobierno Francés, no es anodina.

Pero, la realidad del peso de la historia sobre el proceso de transición en Burkina Faso nos recuerda que la lealtad de las fuerzas militares de un estado a las instituciones es esencial para que la transición sea exitosa.

En muchos estados del mundo, la lealtad del ejército se dirige a sus propios intereses o a una persona y no a las instituciones democráticas del país. Tal como ha ocurrido en Colombia con algunos miembros de las FF.MM. que por intereses particulares desvían su deber constitucional. La importancia de la lealtad de los militares en Colombia radica en su estricto apego a la Constitución Nacional, lejos de los apasionamientos que puedan generarse en el ámbito político nacional.

En síntesis, las lecciones de Burkina Faso para nuestro país se pueden resumir en: 1- La necesidad de que las instituciones luchen en contra de la corrupción institucional, que es evidente en algunos organismos del Estado (como las interceptaciones ilegales –chuzadas– hechas por algunos miembros de las FF.MM.), 2- Que la figura presidencial represente efectivamente aquello que la población busca como nación, investigando las relación entre política y organizaciones criminales, 3- Que el Estado no dé la espalda a sus FF.MM. y mejore las condiciones de los soldados que en el área cumplen su deber constitucional de protección a la soberanía nacional y a los ciudadanos, 4- Los procesos de transición en el marco de procesos de paz deben ser cuidadosamente tratados para no dejar vacíos exagerados, por los cuales la violencia pueda aumentar en el país, y no lograr ni la reconciliación ni la paz, allí será necesaria la vinculación de todo los partidos políticos, y 5- La necesidad de que la comunidad internacional participe de manera proactiva en los procesos democráticos es fundamental para no repetir escenarios de lucha descontrolada por el poder como los que nos puede estar significando el caso de Burkina Faso.

*PhD, profesor de Estudios Africanos y Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia.**Profesor de Geopolítica y Seguridad y Defensa, Universidad Pontificia Bolivariana.

Por Florent Frasson-Quenoz *Ólmer Alveiro Muñoz Sánchez **

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