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Libia, ¿otra esperanza frustrada?

Si la comunidad internacional no ayuda a fortalecer la unidad, respetando la autodeterminación de los libios, tendremos otra guerra.

Víctor de Currea-Lugo *
10 de septiembre de 2014 - 03:35 a. m.
El autoproclamado primer ministro libio, el proislamista Omar al Hassi (izq.) saluda a Saleh al Makzom, expresidente del Congreso Nacional General en Trípoli.  / AFP
El autoproclamado primer ministro libio, el proislamista Omar al Hassi (izq.) saluda a Saleh al Makzom, expresidente del Congreso Nacional General en Trípoli. / AFP
Foto: AFP - MAHMUD TURKIA

Cuando cayó Gadafi, en octubre de 2011, la alegría fue casi total. En aquel momento ya habían caído Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto. En meses, rebeldes armados derrocaron a Gadafi, quien fuera amo y señor de Libia por más de cuatro décadas. Tres años después, las cosas no parecen tan optimistas.

El pesimismo con el proceso libio fue inmediato y hasta injusto. Apenas habían pasado unas pocas semanas y expertos internacionales ya consideraban que la incapacidad de la nueva dirigencia de convertir a Libia en un Estado moderno en poco tiempo era prueba del fracaso de todo el proceso. Semejante patraña fue muy bien contestada por un dirigente local que reclamó el derecho a equivocarse, y tenía razón.

Luego de décadas sin partidos, sin organizaciones de la sociedad civil, sin experiencia administrativa, es altamente injusto esperar que de la nada brotara un gobierno fuerte y consolidado. De hecho, las primeras elecciones fueron bastantes positivas: participó más del 80% del electorado para escoger entre más de 3.000 candidatos y prácticamente funcionaron el 100% de los puestos electorales.

Pero como en toda revolución, la contrarrevolución está a la vuelta de la esquina. Como en el caso de Túnez, dos enemigos son la economía de mercado y el islamismo radical. En Túnez, la tradición laica, los mecanismos de participación (incluyendo la asamblea constituyente) dieron paso a gobiernos de unidad que hasta ahora han permitido sortear la crisis. Hoy en Libia, la economía no repunta: a pesar de la alta producción de petróleo, hay escasez de combustible en las calles. Además, la aprobación de un proceso de islamización del derecho, desde diciembre de 2013, también ha generado malestar.

Los radicales islamistas, a diferencia de la gran parte de milicias que lucharon contra Gadafi, no entregaron las armas. Esta falta de control de armas es una de las causas de la crisis de hoy. Pero el desarme de las milicias (no todas islamistas) también pasa por ofrecer una alternativa a las demandas de seguridad de la población. Y la falta de una oferta real de mecanismos democráticos ha sido llenada por una pugna tribal por el control del poder local, no como una fatalidad, al ser un país de tribus, sino como el resultado de la ausencia de estructuras alternativas a las tribus para gobernar.

Los errores y ambiciones de las nuevas élites por el poder y por controlar las instituciones del gobierno. Por ejemplo, actualmente funcionan dos parlamentos, con sus alianzas locales. La polarización y la división entre dos facciones principales apareció incluso antes de la caída de Gadafi, entre las dos ciudades más representativas: Trípoli y Bengasi.

En Trípoli hay un parlamento con fuerte presencia islamista (el Congreso Nacional General, CNG), que ha tenido tres primeros ministros en cuatro meses, ha limitado el debate democrático y es acusado de connivencia con milicias islamistas (como la milicia de Misrata), que a su vez han impuesto restricciones a las mujeres. El mandato de ese parlamento expiraba a comienzos de 2014, pero ellos mismos votaron por prolongar su estadía en el poder.

Y en Bengasi, el general (retirado) Khalifa Haftar ha cuestionado la prolongación ilegal del mandato del CNG. Haftar lanzó, por incitativa propia, una ofensiva llamada Operación Dignidad (mayo de 2014) contra milicias islamistas, la cual fue tildada de intento de golpe de Estado. Entre los grupos radicales atacados está Ansar al Sharia, responsable del ataque a la embajada de Estados Unidos en 2012 y promotor del Emirato Islámico de Bengasi. El general ha sido acusado de apoyarse en tribus locales (como la milicia de Zintan) y en un amplio sector de las Fuerzas Armadas para crear un gobierno paralelo.

En julio y agosto de 2014, las milicias islamistas hicieron una demostración de fuerza, tomando control del aeropuerto internacional de Trípoli. El conflicto se ha extendido a varias zonas de las ciudades, incluyendo los puertos. A finales de agosto, el gobierno de Abdullah al Thinni renunció para dar paso a un nuevo gabinete, tratando de abrir una puerta hacia la solución del conflicto.

Pero no se trata simplemente de dos bandos, uno defendiendo la democracia y otro tratando de consolidar una propuesta islamista: hay muchas tensiones internas en cada bloque, diferentes agendas locales y relevante presencia de los poderes tribales, además de intereses económicos. La división se alimenta de la histórica tensión entre las dos ciudades más importantes. Y en las dos ha habido manifestaciones a favor y en contra.

Recientemente, Egipto y Emiratos Árabes Unidos habrían bombardeado posiciones de los islamistas radicales. El temor es que Libia se convierte en el escenario de una nueva “guerra proxy”, como sucede en Siria. En el pasado, las sedes diplomáticas de estos países, así como la de Francia, habían sido atacadas por grupos extremistas. El temor más que el futuro de Libia es la estabilidad regional.

Si la comunidad internacional no ayuda a fortalecer la unidad, respetando la autodeterminación de los libios, tendremos otra guerra y de manera simplista culparemos a los árabes, a los musulmanes, a la forma como cayó Gadafi, antes de culpar a la falta de opciones para recorrer el duro camino de la construcción de una nueva Libia posterior a Gadafi.

 

* Ph.D. Profesor U. Javeriana@DeCurreaLugo

Por Víctor de Currea-Lugo *

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