Los escritores encantados y desengañados con Fidel Castro

Tras la Revolución cubana, los escritores creyeron ver en el comandante a un héroe contemporáneo. Algunos siguieron junto a él; otros, se apartaron.

Juan David Torres Duarte
29 de noviembre de 2016 - 09:23 p. m.
Fidel Castro y Gabriel García Márquez durante uno de sus encuentros en marzo de 2000 en La Habana. / AFP
Fidel Castro y Gabriel García Márquez durante uno de sus encuentros en marzo de 2000 en La Habana. / AFP

Imagine esto: un pequeño ejército de guerrilleros derrota a un régimen y luego se enfrenta a Estados Unidos, que es un poder invencible desde 1945, y le gana. Parece evidente que una tropa de sorprendidos iba a seguir a aquellos que consideraban ya como héroes y cuyas gestas (puesto que todo héroe es capaz de cierta épica) resultaban exquisitas. Por eso, intelectuales y artistas decidieron secundar a Fidel Castro y al Che Guevara: porque entonces les pareció que todo cuanto habían hecho era digno de contarse y que también la literatura debía responder con una identidad similar ante el ataque de un imperio que se arrogaba ciertas indebidas licencias. En principio, el entusiasmo fue casi general: los que terminarían después en la cárcel, incluso, alabaron en principio al gobierno de Castro y al hecho de que hubieran podido tumbar a Fulgencio Batista. La historia deformó por completo el tono elegíaco de algunos y reforzó la creencia definitiva en otros. Estos son algunos de los escritores atraídos y desencantados por la Revolución cubana.

Gabriel García Márquez

Fue amigo incondicional de Castro desde los años sesenta. Lo conoció en 1959, apenas triunfó la revolución en Cuba. Cuando García Márquez entró como redactor a Prensa Latina, una agencia de noticias fundada por autoridades cubanas, su relación se hizo más cercana y se fue afianzando con los años, hasta el punto de que García Márquez se convirtió en una suerte de diplomático alterno para Castro (lo envió en una misión secreta a hablar con Bill Clinton). También a García Márquez lo señalan de haberse mantenido en silencio ante el fusilamiento de opositores por parte de las fuerzas de Castro. Pese a todo, mantuvo hasta su muerte, en abril de 2014, su amistad con Fidel Castro y su apoyo a su gobierno.

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Julio Cortázar

El escritor argentino fue defensor de la Revolución hasta su muerte en 1984. Como recuerda el académico Jaime Perales, Cortázar fue invitado oficial del gobierno cubano por primera vez en 1963. Ya había ido dos años antes a la isla. En esa ocasión, dijo que le bastó “un mes ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria”. Más que Castro, su fascinación se dirigió hacia el Che Guevara. A partir de las incursiones guerrilleras, el argentino quiso incluso hacer un homenaje a través de la literatura en su cuento “Reunión”. “Los cubanos pueden haber cometido errores, pero los cometieron cuando se vieron contra la pared, cuando nadie quería comprarles el azúcar, cuando los USA les negaron el petróleo”, dijo.

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Mario Vargas Llosa

Tras la muerte de Fidel Castro, el escritor e intelectual peruano dijo: “El régimen castrista no sobrevivirá”. Esta no fue siempre su postura. Cuando triunfó la Revolución, consideró a Castro con cierto tino romántico: era el guerrillero ideal que luchaba contra las tiranías. En los primeros años del gobierno de Castro, Vargas Llosa lo apoyó en cartas públicas y eventos literarios y hasta formó parte de Casa de las Américas, uno de los grandes proyectos culturales del comandante cubano. Sin embargo, la ruptura vino cuando encarcelaron al poeta Heberto Padilla, que criticó al gobierno. Vargas Llosa envió una carta en protesta por el apresamiento; meses antes había visitado la Unión Soviética y se había desencantado de sus métodos. Poco a poco, Vargas Llosa se alejó de Castro, hasta el punto de defender el neoliberalismo con garras.

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Heberto Padilla

A principios de 1971, el poeta fue detenido por las fuerzas de Castro tras haber dado un recital, basado en su libro “Provocaciones”, en el que construía en versos un memorial de agravios contra el gobierno. Él y su esposa terminaron en la cárcel. No siempre había sido así: en un principio, Padilla era un entusiasta de la Revolución y se había prestado incluso para conocer los métodos de trabajo en la Unión Soviética. Pero ese viaje cambió su perspectiva y cuando volvió a la isla, en 1966, sus críticas se publicaron en varias revistas y causaron controversia. Su encarcelamiento llevó al desencanto a varios de los escritores que por ese entonces apoyaban sin restricciones a Castro. Tras más de 30 días en la cárcel, Padilla tuvo que retractarse de manera pública (casi renegó de su propia persona para expiar la culpa). Fue liberado y tiempo después se exilió en Nueva York.

Guillermo Cabrera Infante

El escritor cubano, autor de “Tres tristes tigres”, fue en principio un entusiasta de la Revolución y hasta defendió los fusilamientos: “Los fusilados son criminales connotados, sus crímenes han sido cantados por ellos mismos; un pueblo de siempre sentimental no ha movido un dedo para impedir que sigan los ajusticiamientos; hasta los familiares de los ajusticiados saben que se obra con espíritu de honradez. (...) No son las ejecuciones lo que tratan de detener, sino la marcha segura y aplastante de la revolución cubana”. El texto, escrito en 1959, muestra la postura de Cabrera Infante ante la Revolución, que fue decantándose hasta la decepción. Criticó la censura artística que imponía el régimen y en 1965 se exilió en Londres. Nunca volvió a la isla y se declaró “anticastro” en numerosas ocasiones.

Por Juan David Torres Duarte

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