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Los sherpas: parientes de la montaña

Son una de las comunidades afectadas por el terremoto en Nepal. Este es un testimonio sobre su vida cotidiana y el innegable valor de su labor, que se cruza con la historia misma de su país.

Juan Pablo Ruíz Soto*
03 de mayo de 2015 - 02:27 a. m.
Rescatistas atienden a un sherpa afectado por la avalancha en el Everest, causada por el terremoto en Nepal. AFP
Rescatistas atienden a un sherpa afectado por la avalancha en el Everest, causada por el terremoto en Nepal. AFP

La magia de Nepal no está sólo en sus maravillosas montañas, pues su gente es excepcional, y esta combinación genera un ambiente bucólico de una riqueza humana indescriptible. El pueblo sherpa es el grupo étnico que históricamente ha apoyado las expediciones a las grandes montañas del Himalaya y está ubicado entre Katmandú y el Campo Base (CB) del Everest, lugar fuertemente afectado por el terremoto. Hoy registramos la destrucción de la vivienda de amigos y conocidos sherpas que han apoyado las expediciones colombianas al Everest y otras montañas de Nepal y el Tíbet.

Ang Nuru, el shirdar o jefe del equipo sherpa que nos apoyó en Everest 2010, es un personaje que conocimos en 1986 cuando intentamos la cumbre del monte Manaslu (8.168 metros). Su vida ilustra lo que sucede con muchos sherpas que se vinculan a las actividades de montaña. En 1986 Ang Nuru tenía 17 años y se unió a nuestra expedición con la tarea de servir de correo humano. El joven recorría, en la mitad del tiempo empleado por la expedición, el tramo de acercamiento desde Pokhara a Sama, donde se ubica el Campo Base del Manaslu, dos poblados separados por 14 días de caminata. Recogía en Katmandú los recados que llegaban desde Colombia y los llevaba al CB. Su función fue cargar las razones e historias viejas que venían de Colombia y convertirlas en novedad y motivo de alegría y añoranza para el grupo de nueve montañistas que realizábamos la primera expedición completamente nacional a un pico de más de ocho mil metros de altura. Sus tres idas y vueltas lo convirtieron en el personaje más importante de la expedición, popularidad con la que sólo pudo competir un extraño personaje que llegó a nuestro campamento base cargado de turquesas y lanas tinturadas con pigmentos naturales tras haber cruzado el paso de Larkia La (5.100 metros), sobre el glaciar por el cual suelen escapar del Tíbet quienes se arriesgan a salir del área invadida por los chinos desde 1959. El caminante se presentó como un comerciante que traía piedras semipreciosas desde Mongolia. Emocionados con la historia le compramos lo que pudimos. Luego, al regresar a Katmandú, encontraríamos piedras similares que se contaban por libras y se compraban a un tercio del precio.

En 1986 Katmandú era una ciudad paradisiaca donde cada casa se confundía con un templo budista o hinduista pues todas tenían bellas tallas en madera en su entrada. En Thamel, el centro de la ciudad, la gente se desplazaba a pie o en pequeñas bicicletas y triciclos. Los autos y las motocicletas aún eran escasos, pero ya era sueño de los comerciantes más prósperos adquirir un vehículo motorizado. La ciudad es un cruce de caminos y creció gracias al comercio. El comercio de alimentos aún era muy primario y poco higiénico. Recuerdo ver media cabra expuesta al sol y cubierta de mosquitos que se ofrecía y vendía a los asiduos compradores.

La modernidad trajo los congeladores y los equipos de sonido, pero también la contaminación, la congestión y la construcción de precarias viviendas en bloque y cemento, como en cualquier vecindario pobre de nuestra querida Bogotá. Buena parte de estas construcciones fueron destruidas por el terremoto, dejando sin techo a muchos conocidos.

El desarrollo fue transformando y destruyendo parcialmente muchas joyas arquitectónicas de Katmandú. En 1997 hicimos nuestro siguiente viaje a Nepal para realizar la primera expedición colombiana al Everest. Buscamos a Phusering Sherpa, quien había sido nuestro shirdar durante la expedición de 1986 y quien en once años había envejecido significativamente. Se acercaba a los 50 y moriría a los 58 años de edad, que era el promedio de vida en Nepal para aquel entonces.

A los pocos días de haber llegado a Katmandú apareció Ang Nuru, quien ya era un pequeño empresario que llegaba a ofrecernos sus servicios como shirdar. Llegó tarde pues ya habíamos contratado a Nepal Himal Trek y de nuevo Phusering sería shirdar, liderando un equipo con dos cocineros y tres porteadores de altura. Era una expedición deportiva con limitado soporte por parte de los sherpas. Actualmente hay expediciones comerciales que contratan hasta cincuenta sherpas para dar apoyo a diez clientes que buscan ascender a la cumbre del Everest. Esto afecta negativamente la práctica del montañismo como experiencia y aventura, pero favorece la generación local de empleo.

El intento de 1997 fue realizado desde el Tíbet por la cara norte del Everest y conocimos un pueblo maravilloso que intentaba vivir con indiferencia la arrogancia y ofensas de los chinos. El pueblo tibetano seguía su vida como si el invasor no estuviese allí. Contratamos al tibetano Shuldin como ayudante de cocina. Un amanecer, cuando regresaba a las cinco de la mañana al CB, cargado de hielo para derretir y hacer agua para preparar un té caliente, ante su constante sonrisa Marcelo Arbeláez —uno de los miembros del equipo colombiano— le preguntó qué era lo que lo mantenía tan alegre. Él respondió: “Agradezco a Buda y a ustedes que me han dado este trabajo. Eso me hace feliz”.

Ese año no logramos la cumbre. En las siguientes tres expediciones al Everest, en 2001, 2007 y 2010 —cuando ascendimos al Everest los diez colombianos (tres mujeres y siete hombres) que hasta ahora hemos alcanzado como expedición nacional la cumbre—, nuestro shirdar siempre fue Ang Nuru. En 2001 los sherpas nos acompañaron hasta el último campamento (8.300 metros), mientras que en 2007 y 2010 nos acompañaron y apoyaron hasta la cumbre (8.848).

Dorgee, el sherpa que acompañó a Nelson Cardona en 2010, cuando Nelson llegó a la cumbre con su prótesis, jugó un papel crucial en nuestra expedición. Dorgee es un montañista con grandes capacidades físicas y técnicas. Fue el líder entre los sherpas de altura y fue quien encabezó la puya o ceremonia para pedir autorización a los dioses e ingresar a la montaña. Él había estado seis años en el monasterio de Tengboche y eso infundía respeto. Para la ceremonia el altar estuvo rodeado de alimentos que se ofrecieron a los dioses y de todo el equipo técnico de escalada, tanto el nuestro como el de los dos sherpas que nos acompañarían hasta la cumbre. Fue un momento de gran espiritualidad. Durante la plegaria un ave se detuvo en el mástil de las banderas que se dispersan en todas las direcciones. Son telas con los seis colores de los elementos fundamentales del budismo, con oraciones escritas para que el viento las lea y las transmita a los dioses. La espiritualidad de los sherpas siempre está presente en el CB.

En uno de nuestros recorridos por el CB encontramos a Akpa Sherpa, quien tiene el récord de ascensos a esta montaña, pues ha escalado 21 veces su cima. Lo habíamos conocido en 1997, cuando porteaba cargas a los campamentos de altura. Hoy tiene su propia agencia de trekking.

La actividad de montaña es una importante fuente de ingreso para el pueblo de Nepal y se ha convertido en quehacer de gran relevancia para el pueblo sherpa. En el camino al Everest hoy pueden encontrarse varios sherpas que nos habían apoyado en expediciones como porteadores y que ahora tienen hostales o restaurantes. La destrucción y el caos que ha generado el terremoto afectarán las actividades de montaña y con ello el empleo y el ingreso de muchas familias sherpas.

Los dioses, la espiritualidad de los nepaleses, la capacidad empresarial local y el apoyo internacional han de unir fuerzas para superar la difícil situación que vive hoy Nepal. Los montañistas colombianos que hemos estado en Nepal estamos creando un fondo para apoyar al pueblo sherpa, que hoy vive grandes dificultades y al que tanto debemos. Sin su ayuda no habríamos logrado lo que hasta ahora hemos alcanzado.

 

* Director de las expediciones de montañistas colombianos al Himalaya y columnista de El Espectador.

Por Juan Pablo Ruíz Soto*

 

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