'Los sueños en una urna'

Las protestas que sacudieron a Brasil mostraron la urgente necesidad de cambios estructurales. A pesar del desencanto, las encuestas señalan que Dilma Rousseff ganaría. La duda es quién será su rival en la segunda ronda.

Beatriz Miranda Cortés
04 de octubre de 2014 - 09:00 p. m.
Dilma Roussef ganaría hoy con el 40% de los votos. Necesita más del 50% para evitar la segunda vuelta.  / AFP
Dilma Roussef ganaría hoy con el 40% de los votos. Necesita más del 50% para evitar la segunda vuelta. / AFP

Después de la estabilidad macroeconómica lograda en el gobierno de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002), los brasileños apostaron por una transformación social profunda. Quedaban atrás el Brasil de 21 años de dictadura militar, el ciclo neoliberal y su alto costo social de la era de los “Fernandos”. Llegaba al poder el sindicalista que había soñado con ser presidente. Un sueño casi imposible para un niño que nace y crece en el interior de Pernambuco, el Brasil profundo y desigual.

En 2003, Lula llega al Palacio de Planalto en los brazos del pueblo brasileño, en aquel entonces ya cansado de tanto esperar. En plena dictadura militar, el cantautor Geraldo Vandré nos había regalado la canción “Caminando y cantando y siguiendo la canción, somos todos iguales, brazos dados o no, en las escuelas, en las calles, campos, construcciones, caminando y cantando y siguiendo la canción. Ven, nos vamos ya, que esperar no es saber, quién sabe lo hace ahora, no espera acontecer”. Pasaron décadas antes de comprender el significado de estas palabras.

La permanencia en el poder del Partido de los Trabajadores (PT) durante 12 años fue permeada por victorias, conquistas y frustraciones. Pero son innegables las importantes transformaciones ocurridas en el país desde 2003. El niño de Pernambuco alentó su sueño, subió como una estrella fugaz e iluminó a todo un país. Cuarenta millones de brasileños salieron de la pobreza a partir de políticas públicas de largo plazo. Con una revolución pacífica y silenciosa, el PT de Lula y Dilma Rousseff transformó Brasil en un país de clase media. Hoy, 55% de los brasileños pertenecen a esa nueva franja socioeconómica.

Esta historia, impensable e impredecible, fue tejida mediante la implementación de un proyecto de país, a pesar de la profunda resistencia de las clases dominantes, de la clase media tradicional y de los medios de comunicación. Sin embargo, las viejas prácticas políticas volvieron a aparecer: alianzas, concesiones, distribución de cargos, división de presupuestos y actos de corrupción agotan a los brasileños. Y es entonces cuando, en junio de 2013, un Brasil atónito se despierta, dispuesto a exigir un ¡Basta!

Entre las presiones de la FIFA, el incremento de las manifestaciones y la llegada del Mundial, “Brasil amaneció más fuerte. La magnitud de las manifestaciones comprobó la energía de nuestra democracia, la fuerza de la voz de la calle y el civismo de nuestra población. Fue bueno ver a tantos jóvenes y adultos juntos con la bandera de Brasil, cantando el himno, diciendo: “Yo soy brasileño y defiendo un país mejor”.

A pesar del desencanto con la democracia representativa, con la política y con los políticos, pareciera que Brasil no desea retroceder. Urge mejorar y profundizar lo que se tiene, seguir la ruta de la justicia social, del crecimiento con inclusión, de la visión estratégica y no inmediatista, pues las personas son vidas y los números, estadísticas.

Las últimas encuestas indican que Dilma Rousseff vencerá en la primera vuelta, aunque con menos del 50% más uno que se necesita para proclamar la victoria. Es posible que el retroceso previsto por unos y el cambio esperado por otros aún no ocurran. No se eliminarán los programas sociales, Brasil seguirá trabajando en pro de un mundo multilateral y no desistirá del deseo de construir un espacio económico y político suramericano con más democracia, inclusión económica y social y mejores relaciones con sus socios: Estados Unidos y Europa, claro está, sin renunciar a la cooperación Sur-Sur.

Pero el ruido de las calles en 2013 y 2014 aún revela la necesidad de cambios estructurales: reforma política y tributaria, educación, salud, política agrícola, medio ambiente, combate a la corrupción y a todo tipo de discriminación. Grandes desafíos.

Estas elecciones no están marcadas por fronteras ideológicas, sino más bien por alianzas regionales comandadas por los líderes intocables de los partidos mayoritarios: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB). El sistema político brasileño tiene hoy un sinnúmero de partidos, lo que pulveriza al Congreso. Los medios seguirán en la segunda vuelta jugando un papel preponderante para construir o destruir candidatos, dejando al margen sus programas. Estas elecciones solo terminarán el 26 de octubre cuando los votos de la última urna electrónica sean registrados.

El país sufrió con la muerte de Eduardo Campos, asistió expectante el fenómeno Marina Silva, se sorprendió con la recuperación de Rousseff y todavía está por verse si la caída de Marina Silva es definitiva o si las alianzas de la oposición para sacar al PT del poder serán efectivas en la segunda vuelta. ¿Cómo será Brasil a partir de 2015 con Dilma Rousseff o Marina Silva?

Si la actual mandataria es reelegida, su responsabilidad será aún mayor. Los electores de la ecologista Marina Silva —sin duda un número significativo—, quienes soñaban con la ejecución del Plan de Acción para Transformar Brasil, estarán más alerta ante el menor error de Rousseff. Los empresarios, que ya soñaban con una mayor apertura, menor intervención del Estado en la economía, la autonomía del Banco Central en un gobierno de corte más neoliberal y con el anhelado Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos o una aproximación más efectiva con la Alianza del Pacífico, estarán dispuestos a dificultar el quehacer de la presidenta, invirtiendo en otras partes del continente, intentando utilizar a Colombia y otros países de la Alianza del Pacífico como puente para ingresar sus productos al mercado estadounidense y seguirán criticando el “proteccionismo” del Mercosur, que insiste en negociar en bloque.

El éxito del segundo mandato de Dilma Rousseff dependerá en gran medida de la recuperación de la crisis económica internacional, nada alentadora según el último informe de la directora del FMI, Cristina Lagarde, y del panorama económico regional preocupante. Según el último informe de la Cepal, el PIB de 2014 —0,9— y el índice de inflación —6,4— son indicadores que van a obligar ajustes en la política económica. Si Rousseff tuvo que hacer concesiones y repartición de poder entre sus aliados, para poder cumplir puntos cruciales de sus metas gubernamentales, es probable que eso continúe.

Si es Marina Silva quien gane, no tendrá el camino fácil, pues terminó representando a un partido pequeño (PSDB), en el que no convence del todo. Los aliados más fieles de su fallecido líder, Eduardo Campos, afirman que ella destruyó la agenda del partido, mientras que otros la acusan de ser inconsistente. Su gobierno tendría un bajo nivel de gobernabilidad, por lo que tendría que hacer alianzas con antiguos aliados de Dilma Rousseff.

Un panorama complejo, o como decía Campos: “No podemos desistir de Brasil: 7° economía del mundo, 5° en población y territorio a nivel mundial, un país con un rol protagónico en la región y en el mundo. Un ‘soft power’ que cree en la diplomacia en un mundo cada vez más bélico. Brasil es, sin discusión, el cruce de camino geográfico y geopolítico importante que ha intentado dar al sur del mundo una voz más potente, sin desconocer la importancia y fragilidad que caracterizan los polos de poder tradicionales, cada vez más próximos y simultáneamente distantes de los ideales de paz que deberían nortear el mundo del siglo XXI”.

Estas elecciones dejan un mensaje, como dice un documento firmado por artistas e intelectuales brasileños que apoyan al Partido de los Trabajadores: “Los sueños de ningún país caben en una urna”. Lo importante es no renunciar a ellos.

* Analista brasileña, profesora de la Universidad Externado.

Por Beatriz Miranda Cortés

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